13 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 24: LA DECADENCIA TEMPORAL

Cuestiones del destino, no pudimos volver por la zona hasta el verano siguiente, cuando en julio, Sergio y yo nos fuimos a nuestro destino de cada verano. Yo había dejado mi empresa porque se iba a pique y no quería formar parte del naufragio, lo que me permitiría buscar un empleo más adecuado a mi formación. Sergio se había quedado en paro a consecuencia de los graves coletazos que la crisis seguía dando cada vez más en nuestro país, así que fue fácil cuadrar agendas y, sin familias, pudimos irnos a nuestro paraíso veraniego. Como habíamos hecho en alguna otra ocasión, al no estar nuestras familias, nos quedamos en casa de Sergio.

El primer día fue algo accidentado: me caí por las escaleras, discutí con una señora para subir al autobús porque quería colarse y se me rompió una muela. Empezaba bien el verano. ¿Sería esto quizá una muestra de lo que nos íbamos a encontrar ese año?
Con la esperanza de que las obras que nos había comentado Dani no hubieran tenido mucho impacto, nos fuimos el primer día después de comer y adecentar la casa de Sergio. Seguimos la rutina: paseo por la playa y subida por la pinada. Íbamos con el corazón en un puño, haciéndonos decenas de preguntas que tan solo unos metros después íbamos a resolver.

Al llegar a la caseta nuestras peores sospechas se confirmaron: lo que era el aparcamiento de arena estaba lleno de montones de arena y escombro, la carretera estaba cerrada, ya que estaba planificado desdoblarla y allí habría una glorieta, que por debajo llevaría la carretera principal. Sí, a distinto nivel, para que os hagáis a la idea de la envergadura de la obra. Además, los alrededores de la caseta estaban marcados con señales de madera de distintos colores. Por allí dejaban verse obreros con sus maquinarias de trabajo desde primera hora de la mañana y hasta las 7 de la tarde. Mmmmm... obreros... No, nada pasó con ellos.

Pero... ¿qué narices iban a hacer allí? Pocos días después un hombre que transitaba la zona en bici con su hijo, nos informó de que por allí pasaría un carril bici.
Aquello era absolutamente decadente. Pasaban las horas y por allí no aparecía nadie, de vez en cuando alguien subía desde la urbanización y se daba una vuelta. O aparcaban en la propia urbanización y subían el camino de tierra. Pero teníamos dedos suficiente para contar las personas que pasaban por allí en toda una tarde.

Con la irrupción de las aplicaciones para móviles, el mensaje que circulaba era que en la caseta ya no se follaba, que aquello había muerto como lugar de cruising y que había que buscar lugares alternativos por la zona (todos ellos dónde exclusivamente podía accederse con coche).
Pudimos comprobar que fue así de desolador durante los primeros días que estuvimos allí: nos pasábamos el tiempo dando vueltas sin ver a nadie, disfrutando de las vistas, que eso al menos no nos lo habían quitado. Cada cierto tiempo, como decía antes, venía algún chaval a otear, esterilla-man no faltaba, algún maduro, pero nada interesante. Nada que ver con el movimiento que solía haber allí. Nada que nos gustara.

Llegábamos a casa entristecidos, con una sensación de decepción, sintiendo que estábamos desperdiciando el tiempo, no nos podíamos creer que un lugar que nos había dado tantas satisfacciones y que llevaba décadas funcionando fuera a terminar de esta forma. Así que, después de echar un polvo con Sergio en la ducha, tomamos una decisión: el sábado 30 de julio sería el último día que iríamos allí por aquel verano y os lo cuento en el próximo capítulo.

1 comentario:

  1. Siempre resulta triste cuando desaparece un lugar ligado a intensos momentos de nuestras vidas, sobretodo aquellos que pueden pasar por un lugar común al resto de mortales, pero para nosotros forma parte de nuestro yo íntimo y secreto.

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