9 de enero de 2014

CAPÍTULO 41: DE COLOR CHOCOLATE

El año estaba siendo duro, había empezado a hacer un curso de posgrado en la universidad que me estaba exigiendo mucho más tiempo y dedicación de la que inicialmente había previsto. Como estaba un poco agobiado, vi la oportunidad de aprovechar un puente que había en diciembre, así que me compré un billete de tren destino Alicante y me puse en marcha. Me marchaba un miércoles y volvería un domingo, no iba a ser mucho tiempo, pero sí el suficiente para desconectar. Le propuse el plan a mis dos amigos, pero ellos no vendrían hasta el viernes a pasar el fin de semana.

Al estar estudiando me marché un día antes de que empezara el puente, para que el tren no fuera tan lleno como otras veces, y para que me saliera más barato compré tarifa mesa, esta tarifa en la que compartes un espacio para 4 asientos. Cuando me monté en el tren de las 07:20 de la mañana en la madrileña estación de Atocha, aquella fría mañana de diciembre, me encontré con que el vagón iba casi vacío y que hacía mucho calor dentro del mismo. Llevaban la calefacción a tope, así que pronto me quité la chaqueta para quedarme en manga corta. Cinco minutos antes de que el tren saliera, se montó un chico de unos 30 años y se sentó enfrente de mí: también había comprado la tarifa mesa. Prácticamente íbamos sólos: él y yo en un extremo del vagón y 2 personas más en el otro extremo. “Bien”, pensé, “va a ser un viaje tranquilito”.

El chico que estaba enfrente mía era un chico de color, negro, vamos, como decía Dani, del color del chocolate, bastante guapete. Iba vestido con un pantalón vaquero y un par de jerseys gordos encima. Así que con el calor que hacía en el tren empezó a sudar cosa mala, me daba hasta cierto reparo ver cómo sudaba el muchacho. El tren ya había salido y ya habían pasado los encargados a ofrecernos cascos y comprobar los billetes. No habría paradas hasta Albacete.

A los 20 minutos de haber salido, e imagino que sin poder aguantar más, el chico se empezó a quitar los jerseys con la mala suerte, o buena, según se mire, de que al tirar de los jerseys, se le subió la camiseta y yo me quedé embobado mirándole los marcados abdominales y pectorales que tenía. Sin un solo pelo. Al quedarme así como extasiado y levantar la vista con cierto disimulo, pude ver que el negro me estaba mirando fijamente a los ojos con media sonrisa dibujada en su cara, mientras se bajaba la camiseta que se le había quedado enroscada en el cuello.

-      - Hace calor aquí, ¿eh? – dijo en un perfecto español, mezclado con acento de no se muy bien dónde.
-    -  ¡Y que lo digas! – contesté, mientras notaba como mis mejillas se ruborizaban y mi pantalón mostraba lo empalmado que estaba. (Sí, siempre fui de erección fácil).

El chico no dejaba de mirarme con esa especie de sonrisita y, llegado un momento, miró para ver si había alguien cerca y, al ver que no, se subió la camiseta de nuevo:

-     - ¿Te gusta lo que hay aquí? – dijo, pasándose la mano desde los pectorales a los abdominales.
-     - Tienes un cuerpo muy currado… - acerté a decir con tono bobalicón. 

Después bajó la mano hasta el paquete y se estrechó la polla pudiéndome dejar ver lo empalmado que estaba:

-      - ¿Y esto te gusta? – preguntó.
-      - Pues tiene buena pinta, pero mucha ropa encima… - dije, ya tonteando en serio. 

Volvió a mirar a un lado y otro del pasillo y se empezó a desabrochar el pantalón y bajarse la cremallera. Sacó una enorme polla gorda de unos 19cm, circuncidada que culminaba en un glande rosáceo, provocando un curioso contraste con su polla negra. Así me lancé y empecé a pajearle suavemente, pero me frenó:
-      - Aquí no tío, sígueme…

Como podréis imaginar me llevó al baño del tren. Esos minúsculos baños que hacen las cosas complicadas. Nunca fui mucho de baños, no me gustaban, pero esa vez merecía la pena. Cuando entré, me estaba esperando con el pantalón bajado, sentado en el W.C., masajeándose la polla y mirándome desafiante. No lo dudé, me puse de rodillas (menos mal que estaba limpio) y me tragué esa polla que colmaba toda mi boca y parte de mi garganta. Era mi primera vez con un chico de color y aquella polla sabía más fuerte que otras, pero estaba deliciosa. La saboreaba con mi lengua y le daba pequeños mordisquitos, mientras que con una mano le tenía bien apretados esos huevos, que parecían un gran melocotón. Le lamí las pelotas con ansia y volví a la polla mientras el chico gemía cada vez más y comenzaba a expulsar esas deliciosas gotas de líquido preseminal.
Estaba a punto de correrse, lo sabíamos los dos. Me detuvo en seco, me levantó con fuerza y me bajó los pantalones bruscamente para ponerse como loco a hacerme un dedo en el culo, envuelto en su saliva.

-       - Quiero follarte tío… quiero clavártela entera…- decía.

Sin embargo, no le dejé. No me habían follado muchas veces y menos con una polla tan grande y gorda, tenía miedo. A pesar de que me insistió con el típico “iré despacio” o “sólo te dolerá al principio”, al final tuvo que ceder. Me volví a poner de rodillas, me cogió la cabeza con las dos manos y me obligó a mamarle la polla sin piedad ni descanso, hasta que pude notar un abundante chorro de leche caliente que no pude contener en la boca y se me fue escurriendo. Cuando se la había dejado bien limpia, me levantó y me comió la boca con ansia…

-      - ¿Quieres que te haga una paja para aliviarte? – se ofreció.
-     -  Hombre, si me la chupas…- dije.
-      - Paso tío, como mucho una paja… No me va comerla.

Así que me senté en el WC, él se puso de rodillas y empezó su trabajo manual hasta que le llené la mano de leche. Se notaba que lo hacía por puro compromiso, por cumplir, pero que no era lo suyo. Al menos me quedé a gusto y con el calentón quitado.

Cuando nos limpiamos, volvimos al asiento y pasamos hablando el resto del viaje. Guillaume, que así decía llamarse, había nacido en un país de África que no recuerdo donde sólo estuvo de bebé, se había criado en Francia, y desde los 11 años estaba en España. Estaba casado con una mujer y vivían en un pueblo cercano al pueblo en el que yo veraneaba. Afirmaba no ser gay, pero decía que no había orgasmo igual que follarte el culo prieto de un tío o que un tío te comiera la polla. Había ido a Madrid a una entrevista de trabajo, pero no había habido suerte. Además, también cogió el autobús al sur de Alicante y fuimos hablando más tiempo. Había tan buen rollo que me dio su número de teléfono y yo le di el mío.

3 comentarios:

  1. No sé si ese tipo de cosas ricas e inesperadas no me pasan a mi o en realidad no pasan tanto en Chile. Pero si se me planta en frente un negro juguetón, me lo llevo al primer baño público que encuentre XD.

    En todo caso, es verdad eso de que duele al comienzo, pero no te vuelvas a perder la oportunidad. Después no vas a querer que te la saquen :)
    (Lo digo por experiencia propia)

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    1. Bueno, realmente la mayoría de las experiencia que cuento son en sitios de cruising, quiero decir, que de inesperadas tienen poco. Esta historia es distinta porque pasó en un tren, pero también te digo que es la única experiencia que he vivido de esta manera, no es lo común.

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  2. Dios ! En un tren, con un negro y espontáneamente !
    Increible !!!. :-)
    Si te sirve de consuelo yo tampoco me huberia dejado follar por polla tan descomunal, sin lubricante a mano, ni condon.
    Que te desgarra el culo, y adiós a unas plácidas vacaciones.
    Ya se te presentará otra ocasión ;-)

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