No os alarméis. No echéis las manos a la cabeza. No os voy a contar nada político, que para eso ya hemos sufrido quince días de campaña electoral, y precisamente el tener un padre dedicado en su tiempo libre a la política, pues he tenido suficiente.
Hoy quiero compartir una reflexión con vosotros acerca de cómo nuestras opiniones y mentalidad cambian con el paso de los años, con la llegada de la madurez y el asentamiento de las ideas. Y en este caso voy a entrar en materia con la visión que tenemos de lo que debe ser una relación entre dos personas.
Bien, de adolescente e incluso en mis primeros años de la veintena, siempre tuve una visión idílica de lo que una pareja debía ser. Nunca me preocupó en exceso el ser gay, el ir de la mano con un chico u otras cosas que sí preocupaban a otros amigos. En mi caso, siempre fui un firme defensor de las relaciones amorosas duraderas, constantes, fieles y totalmente monógamas. Una relación tradicional, eso era lo correcto, lo que debía ser. Quizá lo tenía tan claro porque mi generación es lo que ha conocido: unos padres que llevan juntos, felices, con sus más y sus menos, toda la vida. O padres que se han divorciado y han empezado una nueva relación estable, basada casi en los mismos principios que la anterior. Me veo a mí mismo, apenas 8 años atrás, discutiendo acaloradamente en un foro para chicos gays y bisexuales con un malagueño que afirmaba llevar mucho tiempo con su novio y tener relaciones con otros chicos, juntos y por separado. Hablaba de tríos, orgías, de disfrutar de sus cuerpos, de sexo... y lo contraponía con una relación feliz de amor, de vida en común, de proyecto de pareja. Por mi parte, no hacía más que repetirle que eso no era una relación ni era nada, que lo acabarían dejando tarde o temprano, que eso no era serio. Y él me insistía en lo siguiente: ¿por qué te empeñas en tener una idea única de lo que debe ser una relación? ¿Por qué no te entra en la cabeza que cada persona, cada pareja, pueda llevar su relación por los derroteros que de forma común acuerden? Pues no, al Marcos de 20 años esa idea no le entraba en la cabeza. Y, lo cierto, es que varios años después siguen juntos, como una auténtica familia.
Con el paso del tiempo y de varios desengaños amorosos que forjaron en parte la personalidad que hoy tengo, aprendí a aceptar otras ideas. Mis dos únicas relaciones duraderas, de las que os hablaré más adelante si surge, murieron por infidelidades que nunca fui capaz de perdonar, que no entendí y que me dejaron sumido en la más absoluta desconfianza. Sin embargo, como de todo se aprende, fui capaz de ir aceptando nuevas ideas poco a poco. Vi que, aparte de los conocidos malagueños de los que os hablaba más arriba, tenía varios amigos que tejían esta nueva idea (para mi) de pareja: parejas liberales, parejas abiertas... Unas duraban, si había absoluta confianza y acuerdo entre ambos, y otras no (cuando había mentiras que dirigían a enamoramientos de esas terceras partes que entraban en la pareja). Me di cuenta de que si había parejas hetero o gay que llevaban más de una década juntos con este sistema de confianza, ¿qué de malo había en ello? ¿Quiénes somos los demás para juzgarlo o criticarlo? Quizá es que siempre hemos estado perseguidos por un miedo irracional a decir lo que pensamos. Quizá siempre hemos tenido interiorizada esa idea de que si nos atraía alguien ajeno a nuestra pareja eso era algo malo, algo que había que callar, que ocultar y que desterrar de la mente. Siempre hemos tenido por algo malo ir por la calle con nuestro chico y girarnos para ver un chulazo que acaba de pasar:
Con el paso del tiempo y de varios desengaños amorosos que forjaron en parte la personalidad que hoy tengo, aprendí a aceptar otras ideas. Mis dos únicas relaciones duraderas, de las que os hablaré más adelante si surge, murieron por infidelidades que nunca fui capaz de perdonar, que no entendí y que me dejaron sumido en la más absoluta desconfianza. Sin embargo, como de todo se aprende, fui capaz de ir aceptando nuevas ideas poco a poco. Vi que, aparte de los conocidos malagueños de los que os hablaba más arriba, tenía varios amigos que tejían esta nueva idea (para mi) de pareja: parejas liberales, parejas abiertas... Unas duraban, si había absoluta confianza y acuerdo entre ambos, y otras no (cuando había mentiras que dirigían a enamoramientos de esas terceras partes que entraban en la pareja). Me di cuenta de que si había parejas hetero o gay que llevaban más de una década juntos con este sistema de confianza, ¿qué de malo había en ello? ¿Quiénes somos los demás para juzgarlo o criticarlo? Quizá es que siempre hemos estado perseguidos por un miedo irracional a decir lo que pensamos. Quizá siempre hemos tenido interiorizada esa idea de que si nos atraía alguien ajeno a nuestra pareja eso era algo malo, algo que había que callar, que ocultar y que desterrar de la mente. Siempre hemos tenido por algo malo ir por la calle con nuestro chico y girarnos para ver un chulazo que acaba de pasar:
- ¿Es que ya no me quieres? ¿Es que no soy suficiente? ¿Es que ya no te atraigo?
Son frases que me veo a mí mismo diciendo unos pocos años atrás. Frases que nunca volveré a repetir, porque ahora soy consciente de que hay más posibilidades aparte de las que siempre se nos han inculcado. opciones que cada persona elige y que debemos respetar. Que hubo y hay una lucha por tener los mismos derechos que una pareja heterosexual, pero también se debe abrir la mente a nuevos tipos de pareja. Insisto, siempre que haya acuerdo entre las dos partes. Y si no lo hay habrá que tomar decisiones y buscar soluciones.
¿Es lícito cambiar de opinión a lo largo de la vida? Hay muchas personas que no lo entienden, que te tachan de incoherente, de demasiado liberal, de no ser fiel a tus principios. Pero es que... ¿no hay derecho a modificar lo que uno piensa en función de lo que nos va enseñando la vida?
¿Cómo lo veis? Dejadme vuestros comentarios.