22 de abril de 2015

CAPÍTULO 120: LOLO, EL CURIOSO

Tras aquella cena de fin de curso y una de mis primeras fiestas en el instituto, el Peque y yo apenas volvimos a coincidir. A él le tocaba repetir curso por enésima vez y había muchas probabilidades de que, pese a la diferencia de edad, acabáramos compartiendo aula. Tuve mucho verano para pensar, ya que cuando era adolescente también iba de vacaciones al mismo lugar en el que transcurren la mayoría de mis historias, solo que entonces todo era más aburrido y poco emocionante desde el punto de vista sexual. Para pensar y hacerme pajas, claro. Por aquel entonces ya empezaba a conocer a los que serían mis amigos veraniegos durante muchos años, hasta la llegada de Sergio y Dani, la llegada que supone el comienzo este blog.

No obstante, septiembre llegó, las clases comenzaron y no había ni rastro de El Peque; por lo que me enteré unas semanas más tarde, sus padres le habían cambiado a un instituto público y normalmente a esas edades un acto como este significaba perder el contacto. Me quedaba El Cata, que seguía tratándome como si nada entre nosotros hubiera pasado nunca, pero cada vez me daba más asco verle con la novia en los parones de clase y en los recreos. Rechacé un par de invitaciones para ir a su casa a ayudarle, supuestamente, con cosas que no entendía, pero como la carne es débil... caí una vez más, aunque eso es una historia para otra ocasión. 

El caso es que uno de los primeros días de octubre un sindicato de estudiantes convocó una huelga en protesta por alguna ley educativa o reforma que se estaba tramitando en aquellos momentos, pero en mi caso y como muchos otros compañeros, al estar en segundo de bachillerato preparando selectividad, con el temario al límite, decidimos acudir a clase. Habían faltado también algunos profesores y un profesor con horas libres se hizo cargo de nuestro grupo, apenas éramos 10 en un aula donde cabían hasta 40 alumnos La orden fue la esperada: horas de 'estudio' para que vayáis preparando temarios. Vamos, que para la próxima huelga me quedaba en casa. Como no había profesores para todos los grupos y nosotros éramos los mayores y "el ejemplo a seguir", nos dejaron solos casi todo el día, ya que además, al tener al jefe de estudios en el despacho de enfrente poco jaleo podíamos montar. La gente se empezó a poner en parejas y yo decidí sentarme con Lolo, de Manolo, Manuel, claro. Alto, castaño claro, clásico pelo "a tazón" que se llevaba entonces, complexión normal y guapete, sin destacar demasiado. Llevaba también toda la vida en el colegio, desde infantil, nos conocíamos de siempre y habíamos tenido nuestras épocas de llevarnos mejor que otras, nuestro punto más fuerte fue cuando jugábamos en el mismo equipo de fútbol  en los primeros cursos de la ESO. Era un chico legal, buena gente, pero se rodeaba de los chavales equivocados y acababa por hacer estupideces para integrarse con el grupo de los más malos del barrio y protegerse a sí mismo. Éstos le tomaban por pánfilo, pero como estaba con ellos, pues era uno de los suyos y por tanto intocable. A Lolo se le daban de pena las mates, así que empezamos a ayudarnos mutuamente: le explicaba matemáticas y, a cambio, me ayudaba con las sintaxis de lengua castellana. Estábamos sentados en mesas individuales que juntábamos de dos en dos habitualmente. El día comenzaba bien, parecíamos todos bastante aplicados a pesar de la ausencia de un profesor, pero después del recreo todo se fue al traste y empezamos a hablar de nuestras cosas con un libro y cuaderno abiertos en la mesa para disimular por si venían a controlarnos. 

Recuerdo que, para ser octubre, era un día bastante caluroso, de hecho íbamos los chicos con pantalones cortos de algodón, algunos de marca, otros con los logotipos de equipos de baloncesto y manga corta. Fui a levantarme para ir al baño y de la manera más tonta posible me escurrí en pleno proceso de estar levantándome y para no caerme de culo apoyé las manos donde pude. Con la mala suerte de que la mano derecha cayó, accidentalmente, lo juro, en el paquete de Lolo, y con la izquierda pude apoyarme en propia silla para evitar la caída. Me quedé parado y sentí tanto calor que sabía que debía de estar rojo como un tomate... No se si Lolo no llevaba calzoncillos, pero notaba todo lo que allí debajo se escondía. Nadie miró atrás, estábamos los últimos, con lo cual el ruido que había hecho se debió magnificar en mi percepción por lo que acababa de suceder. En esos cortos segundos, una vez recuperé el equilibrio, quité la mano del paquete de Lolo, que me miraba con cara de niño bueno:

- Tío, perdona, es que me caía y he lanzado las manos y...-traté de explicar.
- Tranqui, si he visto todo. No pasa nada, ¡me podría haber pasado lo mismo! -dijo, tranquilo.

Me fui al baño y estuve allí un buen rato. Me quedaban unos meses en aquel colegio donde estudiaba desde los 3 años, pocas veces se habían metido conmigo por "maricón" y no quería que fuera ese el momento de comenzar. Entonces, por desgracia, los "maricones" y "gordos" de cada clase estaban bastante marginados... Ahora parece que la cosa va cambiando. Bebí bastante agua, me lavé la cara y volví a clase con toda la normalidad posible para seguir haciendo la quiniela con Lolo. Pasaban los minutos y parecía que todo iba con normalidad, que había quedado en la anécdota que había sido, pero no podía ser todo tan fácil. Lolo empezó a hablar en voz baja de varias cosas dirigiendo el tema a las clases de educación física y, finalmente, se lanzó:

- Pues una vez, hace dos o tres años, escuché a dos chavales en las duchas del gimnasio...-dijo.
- ¿Cómo? ¿Y qué pasó?
- Por la voz uno de ellos era El Peque y juraría que había otro chaval más pequeño que él haciéndole una mamada.-dijo mirándome a los ojos, con media sonrisa.
- ¿Qué dices? ¿En serio? -dije, tratando de sonar incrédulo.

Y la cosa quedó ahí. No porque se hubiera creído mi sorpresa, sino porque llegó un profesor y se sentó en la mesa del profesor. Estaba claro que Lolo estuvo muy presente el día en que se la chupé al Peque en las duchas del gimnasio, mi primera polla, cuando pensábamos que estábamos solos. Debía resultar que Lolo estaba en alguna de las duchas colindantes y se enteró de todo. Y...¿qué hizo? ¿Se quedó escuchando? ¿Se pajeó? Porque está claro que no lo contó a nadie. 

Por si fuera poco también coincidía con Lolo, y otros compañeros, en la academia de idiomas con la que nuestro colegio tenía convenio. De hecho, las clases extra-escolares las dábamos en el colegio, por la tarde. Al salir de estas clases por la tarde, fui al baño antes de caminar hasta casa y en los urinarios estaba Lolo. No quedaban más que las de la limpieza en el colegio, así que estábamos solos porque el resto ya habrían salido. Como solo había dos urinarios, obviamente me puse al lado suya. Empezó a hablarme de la clase pero por el rabillo del ojo veía que por ahí abajo había más movimiento de la cuenta, hasta que se lanzó con la voz temblorosa y dijo, girándose:

- Tío... estoy muy rallado, ¿tu crees que debería operarme de fimosis? -me preguntó enseñándome su polla dura.

Me quedé contemplando aquel pollón tan basto que jamás habría pensado que el tendría. Una polla de color oscuro, morena, con efectivamente pellejo, pero un pellejo bastante amplio, y tirando a gorda. Era de un color tan oscuro que costaba distinguir la tonalidad de su grande. Los huevos también eran morenos y tenía ya una buena mata de pelos. 

- Pues... no sé tío, yo diría que no...-dije, sin poder apartar la vista.
- Puedes tocarla si quieres... mejor que esta mañana... y me ayudas a salir de dudas tío... ¿Me bajas el pellejo a ver si puedes?-dijo.

Me temblaba todo, estaba muy nervioso, azorado, sin saber qué era lo correcto. Pero deseaba aquella polla, deseaba poder saborearla, tragármela entera... Tenía mucho deseo sexual acumulado, en aquel Marcos de 17 años tan deseoso de conocer nuevas cosas. Así es que, sin decir nada, alcé mi mano lentamente, la coloqué sobre aquel manubrio de Lolo, la apreté y después le bajé el pellejo, que como imaginaba por su tamaño, le bajaba a la perfección. Descapullada, tenía la típica polla-seta, con un buen capullo en proporción al resto del mástil. Sin soltar aquel rabo de al menos 18 centímetros dije:

- Pues parece que no necesitas operarte, Lolo.
- Puedes comprobarlo mejor, si te apetece...-dijo.

Así que empecé a pajearle lentamente, con suavidad, alzando la vista y viendo cómo ponía los ojos en blanco ante el leve vaivén de mi mano contoneándose en su rabo que, poco a poco, empezaba a expulsar algunas gotitas de líquido preseminal o "rebaba", como le llamamos ahora. Oímos unos pasos cercanos y decidimos meternos en uno de los aseos con puerta, cerrándola a nuestro paso. Lolo se apoyó en una de las paredes, así que miré al suelo y viendo que no estaba demasiado sucio, clavé rodillas. Miré esa polla fíjamente, Lolo me miraba humedeciéndose los labios con la lengua, con lo cual, podía notar que deseaba que lo hiciera. Que deseaba que le hiciera una buena mamada, como la que el había presenciado de incógnito hacía pocos años. Cogí aquel rabazo con la mano derecha, lo seguí pajeando lentamente y me metí el capullo en la boca envolviéndolo con mi lengua llena de saliva. Apenas tuve tiempo de saborearla, porque Lolo me apartó repentinamente y se corrió en el suelo apenas sin tocarse. Y vaya corrida que echó. 

- Si te apetece otro día...-dijo Lolo tímidamente mientras se abrochaba los pantalones.
- Claro, pero a ver si duras más...-dije, con una sonrisa.
- Puf es que nunca me la habían cascado, ni chupado... -dijo.

Y, luego de camino a casa porque vivíamos en el mismo barrio, de buen rollo, eso sí, empezó a echarme el discurso de que el no era gay, que le gustaban las chicas, etc. Pero la verdad es que todas esas excusas que la gente pone sin que si quiera les preguntes siempre me dieron bastante igual.



17 de abril de 2015

CAPÍTULO 119: CRUISING EN EL SOHO DE FUENLABRADA

La vuelta a Madrid siempre implica una rutina, un tedio y cierta tristeza que va pasando en función que avanzan los días. Quedé varias veces con Sergio y Dani para ponernos al día tras este tiempo y Dani, quien siempre estaba muy puesto en estos temas, me habló de una zona de cancaneo nueva situada cerca de nuestra ciudad. En este caso se trataba de una zona situada en el término municipal de Fuenlabrada, en su parte norte, en una zona bautizada como el Soho. No porque tenga algo en común con el barrio chino londinense, sino porque es el nombre de uno de los dos grandes edificios de apartamentos que hay cerca. Para los que veníamos de otras ciudades cercanas, el acceso es muy sencillo ya que está rodeado por las carreteras M-50 y M-407, desde la que tiene un acceso casi directo. Por lo visto, se trata de un área que comenzó a construirse en plena burbuja inmobiliaria y cuando esta pinchó, se construyó y urbanizó solo y exclusivamente lo que ya se había empezado, quedando como una especie de barrio incomunicado un tanto fantasmagórico, ya que solo cuenta con dos bloques de viviendas y un pequeño polígono industrial con un par de empresas, entre ellas un hospital veterinario. Por estos motivos, esta zona de cruising solo funciona por las noches y con más éxito en fines de semana, también por la tarde-noche.

Viniendo por la M-50 desde la zona de Alcorcón/Móstoles hay que tomar la salida hacia Leganés/Fuenlabrada por M-407, subir la pequeña cuesta y coger el desvío que hay justo antes de una enorme rotonda que ya nos saca a la M-407. Si vienes desde Getafe, hay que tomar el desvío a Fuenlabrada señalizado como "Leganés/Fuenlabrada M-409/M-407 BC" y finalmente tomar la salida "B"; en la rotonda tomaríamos la tercera salida e inmediatamente tras tomarla, incorporaríamos al carril derecho que saca a la salida número 2 y, tras tomarlo, cogeríamos el primer desvío. Veremos una gasolinera BP a mano izquierda que dejaremos atrás o ni pasaremos por ella, tras tomar este desvío subimos una pequeña cuesta que termina en un firme adoquinado y en la rotonda tomaremos la primera salida. La zona de cancaneo es entre esta primera rotonda y la final de esa calle, sobre todo, se folla en los coches y en los arbustos si es verano.


Mapa: La M-50 por arriba y la M-407 a su derecha. La zona de cruising es la comprendida entre las dos pequeñas rotondas del hospital veterinario, que en Google Maps bautiza como Calle Galileo.


Lo primero de todo es un consejo: no esperéis de esta zona algo grande. Por lo visto, es poco conocida y no se asemeja para nada a lo que podemos encontrar en zonas como La Finca de Papá, El Cerro o la Cementera. Es una zona a la que también acuden parejas hetero para tener sus momentos de intimidad, en ocasiones les gusta ser vistos y meten a algún chico para experimentar nuevas cosas (generalmente para que el hombre le folle si ella está con la regla).

Me decidí a ir con Dani uno de los últimos sábados de septiembre, pasada la media noche. La pequeña carretera está iluminada, así que no hay grandes problemas de visibilidad. Tomamos la calle hasta el final, hicimos la rotonda del fondo y aparcamos poco después en el margen derecho de la carretera, bajo un árbol de poco tamaño. Había 4 coches aparcados en distintas partes y otros 3 dando vueltas con las luces. Pude ver que al menos dos eran hombres bien entrados en la madurez, pero el resto se intuía gente joven. En el coche de Dani, plegamos los asientos traseros y pusimos lo más atrás posible los delanteros, de forma que quedaron casi a la altura de las ventanillas traseras que eran tintadas, el objetivo era crear el máximo espacio posible. Como hacía buena noche nos quedamos en bolas y empezamos a pajearnos el uno al otro para ponernos los rabos duros; ahora ya sólo quedaba esperar a que alguno de los que merodeaban por allí mordiera el anzuelo y quisiera apuntarse a nuestra pequeña fiesta. Para ello nos quedábamos cerca de las ventanillas delanteras para que nos vieran el torso y se dieran cuenta de que estábamos desnudos. Los coches que daban vueltas no tardaron en parar y de los 7 coches, 5 abrieron sus puertas para darse una vuelta casual por donde estaba nuestro coche. El primer hombre que pasó se quedó mirando por la luna delantera, pero no nos convenció, así que seguimos a lo nuestro para que se diera por aludido. El segundo era un chaval moreno, de unos 25 años, con el pelo corto y engominado, buen cuerpo a tenor de una camiseta ajustada blanca que dejaba poca imaginación al resto y atractivo. También se quedó mirando por la luna delantera y como esta vez sí nos molaba, le cogí de la polla a Dani y empecé a pajearle suavemente sin apartar la mirada de nuestro espectador. Temerosamente se acercó a la puerta del copiloto delantera y Dani pulsó el botón de desbloqueo para que pudiera entrar. Tras pensarlo unos segundos, nuestra nueva conquista abrió la puerta y asomó la cabeza mirando con los ojos muy abiertos:


- ¿Qué... qué buscáis tíos? -preguntó.
- Pues... ¿tu qué crees? -dijo Dani cogiéndome de la polla y meneándola de lado a lado.

El chaval salió del coche, se quitó la camiseta y entró cerrando la puerta detrás de sí. Dani pulsó el botón de bloqueo y apagó la luz interior. El chaval estaba bastante bueno, cuerpo currado, un par de tatuajes discretos, depilado y resultó que era latino, aunque debía ser de ascendencia porque tenía un acento más madrileño que el mío. No hubo muchas palabras más: se arrodilló, Dani y yo nos juntamos en el asiento, y empezó a chuparnos las pollas. Comenzó comiéndose la mía y después la de Dani, y las iba intercalando cada poco tiempo, mientras chupaba una, pajeaba la otra. No tardamos en tener un par de espectadores que se acariciaban el paquete desde la parte delantera del coche. El chaval la chupaba muy bien, producía mucha saliva y eso daba una sensación de calidez y placer brutal. Al poco rato, le forcé a incorporarse y nos comimos las bocas a tres bandas, nos magreamos los cuerpos, pero no nos dejó desabrocharle el pantalón. Y fue una pena porque estaba empalmado y tenía pinta de tener buena herramienta.


- Hoy no tíos, llevaba aquí un rato y tengo algo de prisa... buscaba comerme una buena polla y me he encontrado con dos. -se explicó sonriendo, mientras se volvía a arrodillar.
- ¿Dónde queréis correros? ¿Queréis que me lo trague? -preguntó.
- No tío, nos corremos en tu pecho. -dijo Dani.
- O en tu cara. -añadí yo.

Se sonrió y continuó mamándonos la polla y los huevos durante cinco minutos más, sin dar ninguna muestra de cansancio. Le molaba hacerlo, eso se notaba. Intercambié miradas con Dani que me hicieron saber que ambos estábamos cerca de corrernos, así que recostamos al chaval boca arriba sobre el suelo del coche y nos pusimos de rodillas a la altura de su cara. Nos empezamos a pajear sobre él y primero Dani le embadurnó con su lefa espesa (debía de llevar días sin correrse) y un poco después le eché toda mi leche, algo más líquida. El chaval, ni corto ni perezoso, recogió con la lengua los rastros de lefa que cayeron en su cara:


- Me mola mazo la lefa, tíos, qué lecheros. -dijo relamiéndose.

Nos limpiamos como pudimos con un par de pañuelos, el chaval se puso la camiseta y se despidió:


- Me molaría veros pronto por aquí. Quizá os deje follarme... -dijo, guiñándonos un ojo. 

Salió del coche, se montó en el suyo y se largó. Lo mismo que hicimos Dani y yo tras reacoplar el coche y vestirnos. Total, lo que quedaba por allí no era de nuestro interés. Paramos en la gasolinera que quedaba al otro lado del túnel y cenamos en un Burguer que parecía que acababan de abrir.

Fuimos a esta zona de cruising en otros momentos del día y no hay nada de nada, como mucho alguien practicando deporte. Entre diario y a plena luz del día resulta imposible hacer nada y por las tardes/noches entre el lunes y el jueves está casi muerto. Por las noches, es una zona discreta y prácticamente solo se puede acceder a ella en coche. 


La zona de cruising desde la rotonda de abajo, los apartamentos al fondo.


14 de abril de 2015

CAPÍTULO 118: FINAL DE VERANO CON JOHN

Cuando un verano nuevo comienza tienes la sensación de que te quedan infinitos días por vivir y mientras, aún en Madrid, preparas con ilusión tu viaje empiezas a preguntarte: ¿qué nos deparará este verano? ¿será el último que pueda pasar tantos días? ¿a quién conoceré? ¿cómo andará la cosa por el Moncayo y el Rebollo? Con tantos días por delante pierdes levemente la noción del tiempo, deja de importante tanto la hora, no hay estrés, no hay horarios marcados: son muchos días de absoluta libertad. Eso sí, como todas las cosas buenas, el final llega pronto. Quizá demasiado pronto y aquellos últimos días ya se habían esfumado. Apenas quedaban veraneantes por el pueblo, los aparcamientos estaban a la mitad, los restaurantes dejaban de estar atestados y se podía volver a andar con comodidad y sin agobios por el Paseo Marítimo y otras calles importantes del pueblo. Incluso escuchabas a habitantes del pueblo decir: ¡en unos días nos devuelven lo que es nuestro! Qué manía más absurda nos han tenido siempre a los madrileños con segunda residencia, los mismos que pagamos los impuestos por tener una casa allí y contribuimos como cualquier otro a las arcas municipales que ellos disfrutan todo el año. Pasado mañana volvía a Madrid, sería parte del gran éxodo de veraneantes a los que septiembre esperaba impaciente para volver a ocupar sus puestos de trabajo y recuperar la aburrida rutina.

Quería poner fin a aquel verano de la mejor manera posible y visto que mis tradicionales sitios de cancaneo estaban de capa caída aquellos últimos días, decidí tirar de agenda. Mi primera opción fue alguien a quien hacía tiempo que no veía: el ejecutivo; pero no pude contactar con él. A pesar de lo que había ocurrido, traté de contactar con Guillaume, pero también estaba ilocalizable. Con 'Bombón de licor' pude hablar, pero resulta que no estaba por la zona y así con tres chicos más con los que no me hubiera importado darme una buena follada final. Y bueno, tratar de echar un polvazo con Óscar era imposible porque su madre se lo había llevado por sorpresa de vuelta a Madrid hacía 10 días sin avisar a nadie (normalmente nos dejábamos mutuamente llaves de nuestras casas por si pasaba algo).
 
Al día siguiente estuve pensando en las ventajas e inconvenientes de llamar a mi creación de ese verano, es decir, a John. En este tiempo nos habíamos visto por los sitios de cancaneo, habíamos hablado, pero desde el último encuentro no habíamos follado de nuevo. Y como si me estuviera leyendo la mente a distancia, en estas coincidencias que siempre me ocurren, recibo un Whatsapp de John:
 
- ¿Todo bien, Marquetes? Llevas un par de días sin rebollear y eso no es normal ti... jeje.
- ¿Qué tal tío? Si, ando un poco de bajón porque mañana me voy a Madrid...-contesté.
- Yo también me marcho mañana... estaré esta tarde por el Rebo, por si te apetece darme caza...-contesta poniendo unos emoticonos que representan al diablo.
- Eso está hecho. -respondí, con un emoticono que guiñaba un ojo.
 
Parecía claro que pupilo y maestro queríamos desearnos un buen año antes de volver a vernos en otra ocasión. Me dediqué a preparar todo mi equipaje, llenar el depósito del coche, mirar que todo estuviera bien, para así tener la tarde libre. El problema de llevar dos coches es que la vuelta ya no la hacía cómodamente en el de mi padre, ahora me tocaba llevar el mío también. Me preparé y me fui al Rebollo.
 
Ese día no entré por la playa, me desvié antes a medio camino por un camino que sale a mano derecha y que te lleva a la zona de cruising. Una vez no se me veía desde el camino principal, me desnudé totalmente y seguí el camino hasta llegar. No suelo hacer nudismo, pero ese día me apetecía. El Rebollo estaba concurrido aquella tarde, no obstante como ya tenía plan me dediqué a buscar a John sin éxito. O no había llegado todavía o estaba aún en la playa. Esperé algo más de tres cuartos de hora dando vueltas sin encontrarle, hasta que me cansé y decidí escribirle. Me contestó mandándome ubicación de donde estaba, sin más palabras. Estaba en una zona de la pinada bastante alejada, a pocos metros del cauce del río, y tuve que ir Google Maps en mano con el punto donde estaba él y el mío para tratar de localizarle. Joder, qué complicado estaba siendo. Y un coñazo para él, porque vivía cruzando el río, pero el río no se puede cruzar, así no entendía qué coño hacía tan lejos. 
 
Al llegar lo entendí todo: una tienda de campaña grandecita en medio de una zona de pinos de complicado acceso. Vaya, el niño quería comodidades e intimidad. Sin decir nada, y oyendo jadeos, abrí la cremallera de la tienda y me encontré con el papelón: John a cuatro patas con la polla de un tío en la boca y la de otro en el culo. Dos auténticos chulazos que no me sonaban de nada: altos, morenos, pelo cortito, con cuerpo de gimnasio, chorreando sudor, buenas pollas (más gordas que largas) patillas y totalmente depilados. Vaya, vaya... con el que iba de activo por la vida.
 
- Chicos, este es el amigo del que os he hablado. -dijo John.
- Encantado chavales...-dije, guiñando un ojo.
 
Entre a la pequeña tienda, cerré tras de mi, dejé mi bandolera y cuando me giré tenía la polla de uno de esos tíos esperándome.
 
- Mámamela. -ordenó.
 
Y sin rechistar, empecé a comerme aquella polla venosa, descapullada y gorda. El tío me cogía de la cabeza y me follaba la boca con auténtico frenesí, hasta que al rato me la quitó y se la volvió a dar a John. El que estaba dándole por el culo, se acercó a mi y comenzó a chuparme la polla:
 
- Joder, qué rabo tío. John no nos había mentido sobre tí...-dijo, mirándome a los ojos a la par que pasaba la lengua por la punta de mi capullo.
 
Estaban todos muy cachondos, porque me comía el rabo con mucho ansia. Me tumbó boca arriba al lado de John y ellos se tumbaron encima nuestra. Aquello fue un vaivén de lenguas, besos a cuatro, tocamientos, dedos en culos, pollas en boca que me habría encantado grabar. Siempre he estado en contra de los vídeos y fotos cuando follas, pero es una de esas experiencias que me la ponen dura en cuanto la recuerdo. Ya no sabía de quien eran los dedos que tenía en mi culo, porque me estaba comiendo la boca con John y los otros dos tíos andaban por debajo comiéndonos rabo y culo, turnándose del uno al otro, pero al momento siguiente me comía la boca uno de los chavales y John me la mamaba, para el minuto siguiente estársela yo mamando a el y uno de los tíos comiéndome el culo. Ahí fue donde mi corrí por primera vez, ellos por lo visto ya se habían corrido poco antes de yo llegar. Pero no fue de estas veces que te corres, se te baja y quieres un momento de relax, no, esta vez teníamos todos ganas de más y se me volvió a poner dura en cuanto me volvieron a comer el culo y los magreos volvieron. Después, cuando les oí desenvalar un par de condones, estábamos John y yo boca arriba con las piernas en alto. Esos tíos nos
iban a follar. Allí hacía muchísimo calor, estábamos los cuatro sudando de lo lindo y olía a sexo. Le pedí a uno de ellos que abriera un poco la cremallera para que entrara algo de aire y eso me dio la vida. Aquella polla gorda que me había estado comiendo antes me iba a follar ahora, el capullo (tipo "seta") fue lo que más me dolió y aún cuando John y el otro chaval estaban ya follando a tope, mi chaval me la estaba clavando con cuidado todavía. Echó un poco más de gel lubricante y, aún con dolor, consiguió meterla entera. Me la dejó clavada un rato mirándome con cara de puro vicio y empecé a mover el culo para me fuera follando. Estábamos súper cachondos, me comía la boca con John a la par que estos tíos nos follaban y vernos las caras, ver cómo follaban a John, cómo me follaban a mi, me puso todavía más cachondo si cabe. El tío que se follaba a John se sacó el rabo, se quitó el condón y se corrió abundantemente en la tripa de John, aquella escena me hizo pajearme y correrme yo segundos después. El tío que me follaba, hizo lo propio, pero se movió y con una paja exprés de no más de 20 segundos le llenó el pecho a John de más lefa, que fue el último en correrse echándose a sí mismo una tercera corrida. Vamos, estaba John como un auténtico cuadro.
 
 Caímos exahustos tumbados, bastante apretados, boca arriba los cuatro. Los chavales se encendieron un cigarro y abrieron completamente la cremallera de la tienda. Ese frescor de última hora de la tarde enfriándome el culo y los huevos me hizo quedarme dormido unos minutos. Cuando me desperté se estaban vistiendo. Hablamos un rato, eran una pareja murciana, solían subir al Rebollo de cuando en cuando, pero les pillaba más cerca Calblanque, por ello no me sonaban. Tenían 34 años y llevaban más de una década juntos, a John le conocían de las aplicaciones y era su primera real con ellos, porque por lo visto se habían pajeado por Skype antes. Me dijeron que les molaría repetir el verano que viene y se marcharon. 

- ¿Qué? ¿Te ha gustado mi fiestecilla de despedida? -preguntó John.
- Ha sido brutal, tío. Brutal. -dije con sinceridad.
- Sabía que te molarían y me apetecía compensarte de alguna manera...-dijo John, acercándose a mi.

Me tiró de nuevo al suelo esponjoso de aquella tienda y estuvimos comiéndonos la boca un buen rato, nos tocamos las pollas, pero era difícil ir a por una tercera corrida. Le ayudé a desmontar aquel tenderete y cogimos el camino 'central' (por el que yo había entrado), que resulta que estaba a unos pocos metros de su escondrijo. Claro que, ahora tocaba recorrerselo entero hasta el aparcamiento del Rebollo. Le llevé a su urbanización y nos despedimos hasta la próxima vez.

Esa fue mi última tarde de playa de la temporada. Al día siguiente 4,5 horas de viaje me esperaban hasta Madrid.

10 de abril de 2015

CAPÍTULO 117: NOCHE EN EL 'BOYS'



Todo tiene sus épocas en la vida, todo son ciclos o temporadas en las que nos apetece hacer unas cosas más que otras. Eso me había pasado a mi hacía algunos años con la noche madrileña, que de tanto salir por ella todos los fines de semana me acabó causando tanto tedio que no la he vuelto a oler más que en ocasiones especiales. Un par de años atrás habíamos salido por el ambiente alicantino y, aunque me lo pasé bien, no me pareció nada del otro mundo. Con todo esto, como comprenderéis, no me causaba especial emoción conocer el ambiente de Torrevieja, bueno, mejor dicho, La Mata. Si el de Alicante no estaba mal, pero no era para tirar cohetes, ¿qué me esperaba en los 3 o 4 pubs que había por Torrevieja y sus pedanías? Unos conocidos del Rebollo nos habían animado muchas veces a conocer el famoso pub Boys del que todos hablaban y que solía hacer pequeñas fiestas en verano para animar la noche. También nos hablaban de una discoteca de ambiente murciana y algún otro pub torrevejense de cuyo nombre no me acuerdo. El caso es que como últimamente iba al Rebollo más solo que la una, este grupito de conocidos me venían a saludar diariamente y al final acabé compartiendo playa con ellos. Me daba reparo, ya sabéis, porque no pensaran que eran algo así como mi segundo plato ahora que no estaban ni Dani, ni Sergio. El caso es que aquel día no paraban de hablar de lo bien que se lo habían pasado la noche anterior en "la fiesta del semáforo" del Boys

- Pero a ver, Marcos, ¿por qué no te animas a conocerlo? -me preguntó uno de ellos.
- No creo que sea mucho mi rollo, ¿no? No me convence realmente...-respondí.
- Tío, ahora en verano es el Rebollo nocturno. Si te gusta esto, te gustará aquello. -insistía.
- Pues no tiene nada que ver, ¿no? Aquí tienes la playa, el cruising...-dije.
- ¡Y allí el cuarto oscuro! -gritaron dos de ellos a la vez.

Cuartos oscuros. Confieso que conozco pocos, pero si finalmente accedía a ir no iba a ser específicamente por eso. Sabéis que eso de follar sin ver con quien follas no es que me encante, de hecho al Moncayo por la noche solo voy cuando hay una buena luna que con la ayuda de los focos de la tienda de muebles que hay al otro lado de la carretera, hacen que se vea bastante bien en varias zonas. Si no, es que ni me lo planteo a no ser que haya quedado previamente y visto bien a la persona con la que me voy a liar.

Total, que no les confirmé nada porque seguía sin convencerme demasiado el plan. Además al tener que ir en coche no podría tomarme ni una mísera copa. Me comentaron la hora a la que habían quedado allí y además estaban muy emocionados porque esa noche era la fiesta de los mensajes. Vete tú a saber en qué narices consistía eso. La cosa es que, al final, como en El Rebollo había estado tumbado en las dunas en plan tranquilo, decidí ir. He de reconocer que la decisión final la había tomado más que nada primando el aburrimiento que tenía aquellos días, no se qué mal podría hacer ir un rato. Quedaba a poco más de diez minutos en coche y si no me gustaba lo que allí había, pues con coger el coche de vuelta era suficiente.

No estaba nervioso, pero sí admito que tenía esta cosilla que te da en el estómago cuando haces algo por primera vez; quizá fuera inquietud. Me costó dios y ayuda aparcar, si donde yo veraneaba se ponía en agosto hasta arriba, un sitio tan popular como La Mata tendría que estar abarrotado. Y efectivamente lo estaba. Me negaba a dejar el coche en un descampado tipo Moncayo que no estaba muy lejos del pub, así que me pasé algo más de 25 minutos dando vueltas por aquellas calles llenas de señales de "Stop" y "Ceda el paso" hasta que por fin una pareja se metía en un coche y dejaban una plaza libre. Cupo justito, pero había conseguido aparcar a 200 metros del famoso Boys. Nada más enfilar la C/ San Antonio pude divisar el letrero multicolor y un grupo de gente fumando y hablando fuera del local. Cuando me aproximé al local y quise entrar fui objeto de todas las miradas y se hizo el silencio entre quienes hablaban animadamente fuera unos segundos antes. Tampoco llevaba ropa extravagante: unos pantalones vaqueros ceñidos pirata de color blanco y una ajustada camiseta azul marino abierta de escote, que dejaba intuir los pectorales y unas zapatillas Converse. Lo normal para estas fechas, vamos. Al entrar vi que el local no estaba muy lleno y no era tan grande como había imaginado. Una zona de barra a la derecha, la cabina del pincha, un espacio con mesas altas al fondo y una puerta que conducía al cuarto oscuro. Vi a mis conocidos al fondo, pero antes se dirigió a mi uno de los jovencitos camareros que atendían la barra:

- ¡Hola guapetón! ¿Sabes cómo funciona la fiesta de los mensajes? -preguntó efusivamente, con una sonrisa de oreja a oreja.
- Qué va, es la primera vez que vengo por aquí. -contesté.
- Bueno, bueno, bueno... tenemos hoy todo un virgen aquí. Pues mira, es muy sencillo: yo ahora te doy un papelito naranja con un número que deberás ponerte en la camiseta, visible, y si alguien te gusta le escribes un mensaje con los papelitos y los bolígrafos que encontrarás en las mesas o aquí en la barra. Le das ese mensaje al pincha y el cada cierto tiempo os va llamando y dando vuestros mensajes. Y luego... ¡lo que surja! -explicó rápidamente.
- Parece entretenido. -dije, por corresponder de alguna manera.
- Bueno, aquí tienes. ¿Qué te pongo, hermoso?

Pues lo que tu quieras, pensé, porque el camarero estaba bastante bueno. Llevaba una camiseta de tirantes negra que dejaba intuir lo marcado y moreno de su cuerpo y era guapo a rabiar.

Me puse el papel naranja, cogí mi refresco y me fui al fondo donde mis conocidos me esperaban, asombrados porque finalmente me hubiera decidido a ir. La música era buena, una mezcla entre pop, dance y pachangueo, que se hacía bastante llevadera. Pasamos un buen rato charlando y el sitio se acabó llenando hasta abarrotarse de chavales entre 18 y 40 años sobre todo, alguna chica mariliendre despistada y, sí, como me habían dicho, estaba allí todo el Rebollo. El movimiento a la zona del cuarto oscuro no paraba de chicos entrando y saliendo constantemente. Y fue en ese momento cuando comenzó la fiesta. Llevaba el número 15 y ese, el 25, el 32, el 7 y el 3 fueron los más repetidos de toda la noche. Creo que me llegaron como seis mensajes de lo más variopintos, la mayoría bastante directos, pero hubo uno que me llamó la atención sobre el resto.

"Me encantaría darte la bienvenida al Boys de nuevo de una manera mucho más íntima y que no olvides nunca". 

Tras leerlo, levanté la mirada y descubrí al camarero que me había atendido la primera vez mirándome fíjamente con su bonita sonrisa.

- Es todo un caramelito. -dijo uno de mis conocidos.
- Sí, yo llevo todo el verano detrás suya y nada, así que no te lo pienses, tiene que follar de vicio. -dijo otro.

Cuando la gente empezó a marcharse a eso de las 3.30 el camarero se despidió del otro compañero y se dirigió directamente a mi:

- ¿Quieres que salgamos a dar una vuelta majete? - propuso.

Me despedí de mis nuevos amigos, que entre risas, me animaban a disfrutar de lo que se avecinaba. El camarero y yo estuvimos dando vueltas por La Mata y charlando bastante rato, a esas horas apenas había nadie por la calle. Llegamos al descampado de coches en el que ya apenas quedaba ninguno y me invitó a entrar a su coche porque, en teoría, estaba muy cansado de llevar toda la noche de pie. Entramos al coche y no se molestó en quitar los parasoles que cubrían las lunas trasera y delantera, eché mi asiento hacia atrás, y como el chaval era recogidito y bajito se enredó en mi y cuando me quise dar cuenta le tenía sentado sobre mi, con las piernas alrededor del asiento y sus brazos alrededor de mi cuello. No tardamos en empezar a morrearnos con desenfreno, como si nunca lo hubiéramos hecho antes, nos quitamos las camisetas, nos sobamos mutuamente durante un buen rato y, con bastante dificultad, nos conseguimos quitar los pantalones y calzoncillos. Estábamos en el coche en bolas, pero no me importó. Total, quien fuera a esas horas al aparcamiento sería porque vendría de marcha. 

Se volvió a poner en la misma posición sobre mi y mirándome fíjamente a escasos metros de mi cara, se escupió en la mano y comenzó a masajearme la polla y a pajearla relajadamente, provocándome un nivel de excitación bastante alto, ya que no me dejaba besarle en esos momentos y yo ardía en deseos de hacerlo. No tardó en bajar como pudo y empezar a chupármela, todo sin prisas, con mucha calma y sin provocar que me quisiera correr enseguida. Me di cuenta de que aquel niñato debía de tener mucha experiencia. Su polla era normalita: unos 16 centímetros de polla descapullada con ligero grosor, que no me dejó apenas tocar. Se entretuvo bastante mamándome la polla y lamiéndome los huevos, tanto que pude darme cuenta de cómo con una mano se humedecía los dedos y se los llevaba el mismo a su culo, a la par que gemíamos los dos. Pasados unos minutos, sacó un condón de sabor a alguna fruta, no recuerdo cuál, y me lo puso con hábil maestría con la boca y ayuda de una mano para bajarlo bien. Volvió a ocupar su posición inicial, salvo que esta vez quería sentarse en mi polla y no en mis piernas. Aluciné con la facilidad con la que le entró enterita sin la más mínima mueca de dolor, al contrario, una cara de placer brutal. Y empezó a botar sobre mí con toda la energía que no había mostrado antes. Me cabalgó durante unos minutos hasta que le avisé que no podía aguantar mucho más. Así que cogí su polla y empecé a pajearle hasta que se corrió sobre mi tripa. Al ver cómo su polla expulsaba tal cantidad de lefa y cómo ponía los ojos en blanco me corrí en su culo gimiendo como pocas veces me oiréis. 

Saqué la polla de su culo, hice un nudo en el condón y lo dejé en un compartimento de la puerta para tirarlo después, ya que el camarero se había anudado a mi cuello y apoyado la cabeza sobre mi hombro. Era un momento de relax que no me esperaba, pero que me había encantado. No duró mucho, ya que su móvil comenzó a sonar insistentemente:

- ¡Hola cari! Pues mira, que ha habido jaleo y acabamos de cerrar, ya voy para casa, en un ratito estoy allí. -dijo.

No pude escuchar lo que decía el interlocutor ni pronunciar palabra porque me había puesto una mano en la boca, así cuando colgó se explicó mientras se desmontaba de mi:

Mi chico, que cuando llego un poquito tarde a casa se preocupa. Pero ante todo me gusta dar una buena bienvenida a nuevos chicos tan buenorros como tú. Vaya polvazo tío. 

Vaya, otra vez que me lo hacía con otro que tenía novio, pero bueno, ese era su problema y no el mío. Abrí la puerta para vestirme con más facilidad, envolví el condón en un clínex y lo tiré a la papelera. El camarero se ofreció a acercarme a mi coche y antes de despedirnos me dio una tarjeta del pub con su nombre y su número. Quería repetir, pero para la próxima ocasión, quería que fuera en una cama. Le dije que le llamaría.

Al final la noche en el Boys no había estado tan mal. No obstante, no deja de ser un pub en el que todo el mundo se conoce y los grupitos ya están hechos; difícil para ir solo sin conocer a nadie, desde luego.

6 de abril de 2015

CAPÍTULO 116: LOS ILICITANOS

Llegaba el final de aquel verano y mis amigos me habían confirmado hacía escasas horas que no podrían volver antes de que terminara el mes de agosto, se trataba de la primera vez en varios años que iba a pasar más de medio mes sin ellos por allí, pero los deberes mandaban y su presencia en Madrid era necesaria e ineludible. Lo más triste de finales de agosto es que vas viendo como cada vez queda menos gente en el pueblo, aparcar ya no es un problema siquiera en el escueto aparcamiento del Rebollo y la playa a eso de las 20:30 ya se encuentra prácticamente desierta puesto que el sol queda tapado por los pinos. Mi hambre por el cruising había decaído levemente y me dedicaba a disfrutar de los días que quedaban, de tratar de seguir desconectando de la rutina madrileña y de ver cómo por la crisis mi sueño de irme a vivir allí se hacía imposible por las escasas y precarias ofertas de trabajo existentes en la provincia de Alicante.

Uno de esos días en los que volví por el Moncayo, ya prácticamente coincidiendo con el ocaso del sol por la sierra de Orihuela, vi a un par de chicos internarse en la pinada que no me sonaban de nada. Porque las cosas como son, los habituales del Rebollo y Moncayo ya nos conocemos, o nos sonamos de vista, o nos odiamos, o nos amamos. Eran carne fresca. No había demasiados coches, así que como pintaban bien a simple vista, aparqué, salí del coche y empecé la caza. Un par de abueletes al comienzo y ni rastro de estos dos chicos que acababan de entrar. ¿Dónde se habrían metido? ¿Habrían quedado directamente para echar un polvo por allí? Me decidí a mirar en los lugares habituales de encuentros algo más discretos y les encontré en el primero de ellos. No había mucha luz, pero pude ver cómo uno de ellos se la estaba chupando al otro de rodillas. No quise molestar y me marché a casa, no había mucho que hacer. 

Al llegar a casa lo primero que hago es ducharme y después miro, casi como algo obligado a pesar de que tampoco me encantan, las apps Grindr y Bendr. Es aquí donde me encuentro con un perfil llamado 1+2=? que me llama la atención, además por la distancia a la que se encuentran, está claro que se trata de los dos chavales que estaban chupándose las pollas en el Moncayo. Tienen varias fotos: uno de ellos parece ser un chico bastante jovencito, rondando la veintena, con cara de niño bueno, pero peinado con pelo de punta, delgado, sin marcar, pero atractivo; el otro es mayor que el, rondando la cuarentena, delgado, también sin marcar, pero desde luego menos atractivo que el primero. Su descripción en Bendr me hace saber que son activos y versátiles y que buscan un tercero o cuarto para disfrutar de buenos ratos de cruising. No les escribo ningún mensaje, pero está claro que verán mi huella (en los principios de Bendr ver las huellas era gratis para todos, como ahora con Wapo!, el heredero de Bendr). No recibo ninguna reacción por su parte, así que tampoco le doy más importancia.

Al día siguiente me encuentro con ellos en El Rebollo, en la zona de cruising, ya casi cuando oscurece y refresca, pero lo que llama la atención de ellos para todo el mundo es que van vestidos con piratas y camiseta. Esto, en esta pinada, no es nada habitual más que en los meses de invierno o cuando realmente hace frío. Se quedan merodeando un rato por los caminos de la pinada para marcharse poco después. Como, más o menos, me imagino sus pasos lo que hago es marcharme al aparcamiento, coger el coche y dirigirme al Moncayo. Me para una patrulla de la Guardia Civil en una rotonda, me piden el carné y los papeles del coche y al estar todo en regla, me dejan ir. Mierda, cuando quiero llegar al Moncayo no hay nadie. Mi coche es el único allí. Maldito final de agosto... Espero unos minutos y me marcho, pero justo cuando estoy haciendo la rotonda veo que entran otra vez con su coche, así que sigo girando y vuelvo a entrar al Moncayo detrás suya. Como si tuvieran prisa, se bajan del coche y a buen paso se internan en la pinada sin parar de volver la mirada hacia mi coche. Vaya, parece que hoy sí quieren tema.

Dejo un tiempo prudencial, para no parecer desesperado o impaciente, y a los 10 minutos salgo del coche. Me los encuentro a escasos 100 metros de donde comienza la pinada, en uno de los caminos protegidos por arbustos a ambos lados. El más joven está sin camiseta y con el pantalón bajado le da de mamar al mayor, que está sin camiseta también y de rodillas chupándosela a su chico muy lentamente. El chaval tiene buena polla: bonita y de unos 17 centímetros. Paso muy despacio al lado suya y me miran directamente a los ojos, el mayor restregando la lengua por el rabo de su chico:

- ¿Quieres mamársela conmigo? -ofrece sin apenas presentaciones.

Ya la tengo muy dura sin hacer nada, así que pienso con la polla y, desde luego, me pongo de rodillas al lado del mayor y empezamos a comerle la polla a dúo. Se me hace raro porque es el tipo de cosas que suelo hacer con Sergio, pero disfruto mucho de comerme esa blanquita polla que está más dura que una piedra. El mayor no tarda mucho en levantarse dejándome el chupa chups para mi solito y no sabría explicar cómo, pero de una forma muy sensual y suave me va quitando toda la ropa hasta que me deja en bolas. No hay palabras, solo suspiros, jadeos y morreos. La polla del chavalito está muy rica, de verdad, de las mejores que he probado: dura todo el tiempo, sin lubricar demasiado y con el tamaño perfecto para meterla en la boca entera sin que te den arcadas. A continuación, El mayor se desnuda también y su polla es muy parecida a la de su chico, algo más pequeña quizá. El jovencito me empieza a morrear a la par que me va colocando de espaldas a ellos con sus manos y me invita a apoyarme en una rama de pino bajo, abrirme de piernas y enseñarles mi culo. Me fijo en que tiene un piercing en uno de sus pezones. Parece encantarles mi culo y el mayor se agacha, saca una toallita perfumada, me la restriega bien y acto seguido empieza a comerme el culo y meterme dedos, mientras el otro mira y se pajea para mantener la erección. Lo come muy bien y con ayuda de un sobrecito de lubricante que saca el jovencito dilato pronto. Se enfundan un condón y empieza a follarme el mayor, suavemente, pero con ritmo. Se nota que ha follado bastante porque no lo hace atropellado y brusco, sino aumentando el ritmo progresivamente. El jovencito trata de ponerse debajo y me la chupa un poco, pero es difícil. En estos sitios hay posturas que son imposibles. En esto que cambian de rol y el que comienza a follarme es ahora el jovencito, este es algo más bestia, más como me gustan a mi: que empujen bien. Se nota que lo hace con más pasión, que aprieta bien, que la mete hasta el fondo sintiendo sus huevos chocando contra la parte inferior de mi culo, lo que me lleva a pensar que quizá es él quien estuviera más interesado en mi. Cuando les aviso de que me voy a correr, me hacen una propuesta:

- Nos molaría hacerte la doble... ¿Podrías? -dice el mayor.

Se me corta un poco el rollo. Ni de broma. Soy versátil y me gusta follar y que me follen, pero dos pollas en mi culo me parece demasiado. Se lo digo y lo comprenden, si bien el mayor parece algo decepcionado, así que el joven me coge por banda y empieza a follarme de nuevo bruscamente hasta que me corro primero yo en el suelo, y luego él dentro del condón en mi culo. Por si fuera poco, me saca la polla e inmediatamente se pone de rodillas y se la chupa con ahínco a su pareja hasta que se corre en su boca. Se lo traga mirándome con cara de vicio y se me vuelve a poner dura, pero no pasa nada más porque ya es totalmente de noche, tenemos varios espectadores y lo que hacemos es vestirnos, despedirnos y marcharnos del Moncayo.

Hubiera repetido con ellos de no ser porque, según dijeron, ellos no son de repetir para no encariñarse con ningún otro tío y fastidiar su relación. Hemos coincidido alguna vez más mostrando cordialidad, pero no volvimos a repetir. Creo que dijeron que eran de Elche o que pasaban allí sus vacaciones, no recuerdo con exactitud, así que los bauticé como los ilicitanos.

Eso sí, ese día fue el primero que acabé con un dolor de espaldas como nunca antes en una follada de tipo. 

¿Me estaría haciendo mayor?