18 de febrero de 2016

CAPÍTULO 145: ADIÓS, CATA, ADIÓS.

La luz al final del túnel: esa frase describía perfectamente lo que suponía estar cursando el segundo curso de bachillerato para mí. El fin de una etapa de catorce años en el mismo centro educativo, el fin a los compañeros de toda la vida, tanto a esos que te caen bien, como a los que te caen mal. El fin a esas clases obligatorias que tanto odiaba, el adiós a esos profesores que llevaban con nosotros toda la vida y la bienvenida a la luz, que simbolizaba todo un mundo de libertad que se abría ante mí con el comienzo de la universidad. 

Mis experiencias sexuales en la adolescencia son más limitadas de lo que pueda parecer e infinitamente inferiores a las que mis compañeros heteros podrían contar, aunque se que son más de las que otros tíos a los que les molan los tíos habrán podido experimentar. La primera de todas fue con El Peque, hacía ya unos años de la primera y unos meses de la última. Entre medias estuvieron Los Malotes, historia que os conté hace poco. Después El Cata quiso experimentar conmigo unos deseos y una curiosidad que había en su interior de descubrir cómo era el sexo con hombres y me quitó la virginidad. Se cruzó Lolo en nuestro camino y la curiosidad de conocer otra polla me pudo y se la mamé un par de veces. Este último hecho provocó celos en El Cata. ¿Por qué? Os preguntaréis, acertadamente. Pues bien, si recordáis mi última historia con Lolo, recordaréis que El Cata irrumpió en los baños del colegio justo cuando Lolo y yo nos sobábamos los rabos y, aunque tratamos de disimular, para El Cata fue evidente que nos estábamos magreando. Lolo y Cata eran amigos, vaya, no los mejores amigos del mundo, pero sí amigos y aquello causó un enfado de Cata con los dos durante un tiempo. Un tiempo en el que trataba de hacer como si no existiéramos: nos hablaba lo mínimo e imprescindible y se volcó mucho más en su novia. ¡Ay! Aquellas relaciones de instituto que parecían eternas para algunos...

La intensidad del curso preparatorio para selectividad nos tuvo entretenidos, sobre todo después de la Navidad, cosa que agradecí para no pensar demasiado en esos sentimientos que se despertaban en mí mucho más allá del sexo puro y duro. Y, justo, en un mes de febrero como en el que estamos ahora, frío de narices entonces, Cata decidió romper el hielo. Decidió volver a hablarnos poco a poco a los dos. A pesar de que nunca le pregunté la razón de devolvernos su favor, siempre tuve dos teorías:

a) Vio que entre Lolo y yo no había vuelto a pasar nada. No es que nos hubiéramos distanciado, pero sí es cierto que no teníamos aquella cercanía del curso anterior (ni le había vuelto a chupar la polla).
b) Su curiosidad de seguir conociendo y profundizando en el sexo con tíos le pudo, tanto que quiso volver a acercarse a nosotros por morbo.

Un día de febrero, exactamente el de hoy, años atrás, Cata se volvía a sentar a mi lado en clase. No ya solo eso, volvía a llamarme por teléfono de cuando en cuando, a enviarme mensajes y proponía volver a quedar para estudiar, como en los viejos tiempos. Nunca me había llevado especialmente bien con su novia y creo que cada vez le hacía menos gracia que Cata pasara tiempo conmigo. O sospechaba algo, o Cata le había hecho alguna confesión o simplemente el no caernos bien era algo mutuo. 

El caso es que empezaba a sentir algo por él. No era solo sexo entre amigos, unas pajas por allí o unas mamadas por allá: Cata me había follado por primera vez y eso es algo que une, que establece un vínculo. Cada día le veía más atractivo, más guapo, con mejor cuerpo, con una sonrisa más bonita... hasta empecé a irme con él y sus otros amigos a practicar deporte algunas tardes a un polideportivo del barrio, nos venía muy bien para olvidarnos un poco del ritmo estresante de aquel último curso. Y allí empezó nuestro tonteo de nuevo, una tarde en la que él y yo nos quedamos prácticamente solos en aquel polideportivo tratando de hacer unos ejercicios de escalada un tanto complicados para mí, que tenía nula experiencia en ello. De camino a las duchas nos encontramos con el conserje que, sorprendido de ver que aún quedaba gente por allí, nos avisó de que no creía que quedara agua caliente para dos duchas porque ya se habían pasado por allí los equipos de fútbol, baloncesto y los que entrenaban por libre. 

— Bueno, no es problema. ¿Desde cuando nos da vergüenza vernos desnudos? —dijo Cata, una vez el conserje se hubo alejado.

No era problema, no, efectivamente. Sin embargo, habían pasado meses desde la última vez que nos vimos desnudos con motivo sexual. Nunca he sido muy pudoroso, no tenía inconveniente en quedarme desnudo a su lado, así que mientras dejábamos las mochilas en aquellos estrechos bancos de madera y nos desnudábamos, mi mirada no podía dejar de recorrer el cuerpo de aquel chaval de 17 años y de contemplar la evolución de quien practica deporte todos y cada uno de los días de la semana. Además, apenas tenía pelo y eso es algo que siempre me ha dado mucho morbo: los cuerpos depilados o sin pelo. El culo se le había puesto mucho más redondito y apretado con respecto a la última vez y su polla me parecía preciosa allí reposando entre aquel par de huevos. Nos metimos a la ducha juntos y de verdad que deseé que pasara algo allí, que me pusiera contra pared, me comiera el culo y me follara sin piedad allí mismo. Pero no, nada pasó. Cada uno con su champú, su jabón y su cuerpo. Quizá el hecho de que el agua saliera tibia, de que apenas hubiera calefacción influyó. Lo que sí está claro es que Cata se dio cuenta perfectamente de cómo mis ojos recorrían su cuerpo con deseo cada vez que tenía oportunidad. 


Como ya os conté en alguna entrada anterior, los padres de Cata pasaban mucho tiempo fuera de casa por cuestiones laborales, tanto que a veces el chaval se tiraba fines de semana enteros solo en casa. Cuando era más pequeño le ponían una canguro, pero llegada la adolescencia prefería quedarse solo, como casi cualquiera de nosotros. Aquel fin de semana era uno de esos y, sorprendentemente para mí, me dijo el viernes en clase que si me pasaba por allí aquella tarde y veíamos una peli con unas cervezas. ¿Cervezas? Siempre me habían dado asco, pero Cata tuvo 'la culpa' de que me aficionara a ellas. Me comentó que el sábado lo pasaría con la novia, pero que el viernes tocaban los amigos y que hacía mucho que no pasábamos tiempo juntos. Tras esa frase me guiñó un ojo que supe identificar a la perfección. Cata tenía ganas de marcha, quizá se había cortado el día anterior en el polideportivo, pero aquella expresión de su cara no dejaba lugar a dudas.



Nada más terminar de comer aquel viernes, me puse al día con los deberes para la semana siguiente y me fui directo a la ducha, nervioso. Teníamos dos baños en casa, así que nadie se enteró de que me pasé casi una hora debajo del agua preparando todo mi cuerpo para lo que pudiera pasar minutos después. La higiene es algo que desde pequeño me ha preocupado mucho y más si es para temas sexuales. Cuando llegué a casa de Cata serían algo más de las siete de la tarde, ya completamente de noche. Me recibió en un pijama verde oscuro que le quitaba algo de morbo, si no fuera porque era evidente que no llevaba calzoncillos debajo a tenor del movimiento de su rabo cada vez que andaba. El salón estaba casi en la penumbra, iluminado por una pequeña bombilla de una lámpara de pie situada en la otra punta y, sobre la mesa de los sofás, ya había un par de cervezas y unas patatas listas para disfrutar. Me ofreció un chándal y unas zapatillas de estar por casa para estar cómodos y lo acepté. La película que había alquilado Cata en el videoclub, nunca se me olvidará, era Destino de Caballero, del difunto Heath Ledger. Tras los saludos pertinentes, le dio al 'play' y comenzamos a ver la peli espatarrados en su sofá. Tras los primeros 20 minutos de peli me di cuenta de que hacía un calor exagerado, procedente de la calefacción central y Cata no tardó en quitarse la sudadera del pijama para quedarse con una minúscula camiseta interior blanca de tirantes que le realzaba los brazos y pectorales. Me fijé en el termostato y marcaba algo más de 27º. Para mi, el resto de la película ya se había terminado. No podía evitar fijar mis ojos en el chico que estaba al otro lado del sofá, con el que tenía entrelazadas las piernas:


— ¡Eh, Marquitos! Que la pantalla está enfrente, no en mí —dijo con una sonrisa encantadora.
Me debí de poner bastante rojo, por aquel entonces no era ni la mitad de confiado de lo que soy ahora. Hice esfuerzos de volver a prestar atención a la pantalla, pero entonces me di cuenta de que Cata se había metido la mano en los huevos y la tenía allí dentro como si estuviera muy cómodo. Y otra vez me quedé mirándole. Sin quitar la vista de la pantalla, sin tan siquiera mirarme, Cata se puso de pie, se bajó los pantalones (efectivamente, no llevaba calzoncillos) y se quedó desnudo mostrándome su enorme polla dura, se volvió a sentar espatarrándose y cogiéndola con una mano la meneó al aire, mientras seguía estático mirando la pantalla. No dije nada. Di un último trago a aquel bote de cerveza, me levanté, me puse de rodillas frente a él, le miré, le cogí la polla con la mano derecha y me la metí en la boca saboreándola con tacto, mimo y pausadamente. Sabía a jabón, no era el único que se acababa de duchar. Su primer gemido llegó cuando dejé de mamarle la polla para centrarme en sus huevos y lamerlos con suavidad al principio, para metérmelos en la boca después sin parar de pajearle lentamente con mi mano. Le miré y ya no miraba la pantalla, sino que tenía su cabeza recostada en la parte superior del sofá. Entonces, con suavidad, me cogió de la cabeza indicándome que la volviera a mamar:


— Marquitos, la chupas como nadie, como nadie...—susurró.
Y a mi aquella frase me hizo sentir llena de placer. Estuve mamándosela por lo menos cinco minutos más, hasta que Cata pareció tomar la iniciativa y poniéndose de pie frente a mi me bajó los pantalones y con su mano izquierda me pajeó lentamente mirándome a los ojos. Quise besarle, pero lo cierto es que de forma muy sutil se apartó y me indicó la forma de ponerme boca arriba tumbado en el sofá. Él se subió al sofá como un gato a cuatro patas y me subió las piernas para, sin pensarlo mucho, empezar a comerme el culo. Recordé aquella primera sensación de comida de culo que me habían hecho él y El Peque y creí ver el firmamento del placer que sentía teniendo aquella lengua húmeda y caliente en mi culo. Después llegó un dedo, dos, tres... Con pausa. Esta vez Cata no tenía prisa ninguna, se sentía a salvo sabiendo que nadie nos podía molestar. 


— Espera, que voy a por el condón —dijo.
Volvió con el puesto y enfundado, me siguió comiendo el culo y haciéndome dedos un par de minutos más y se colocó en posición para follarme. Me colocó las piernas hacia arriba, una sobre el respaldo del sofá y la otra sobre su hombro derecho, y teniéndole encima mía pude ver su cara llena de morbo según su polla se iba adentrando en mi culo sin mucho impedimento. A diferencia de mi primera vez, que fue con el, esta vez estaba menos nervioso y mucho más y mejor dilatado para recibir aquella polla generosa en tamaño y anchura. No obstante, el último empujón, el que supuso tenerle totalmente dentro de mí,
me dolió algo más, pero nada que no fuera superable. Enseguida empezamos a sudar como pollos y Cata, una vez sintió mi culo listo, empezó a follarme con mucho ritmo, tanto que el dolor se transformó en un placer muy superior al que sentí la primera vez. Tanto era el placer que, sin poder remediarlo y apenas 3-4 minutos después de empezarme a follar, me corrí sin tocarme en mi tripa de una forma muy abundante, casi exagerada. Vi cómo Cata arqueaba las cejas en señal de sorpresa, aceleraba el ritmo y gimiendo como nunca antes, con virilidad y naturalidad, se corría dentro de mi culo dando unas últimas embestidas. El chaval no pudo más y tras sacar lentamente su polla de mi culo y tirar el condón al suelo, cayó rendido encima de mi, tumbado sobre mi pecho (y pringándose de mi leche, que no pareció importarle). Y así, en aquella posición, con su cabeza y su cuerpo sobre el mío nos quedamos unos minutos tratando de recobrar el aliento. Le empecé a acariciar la cabeza y se incorporó levemente para mirarme. De nuevo quise besarle y, de nuevo, de forma sutil me rechazó levantándose.


— Vaya polvazo tío, el sexo entre tios es otra cosa, otro mundo... Anda, vamos a ducharnos.
Primero tratamos de limpiar el sofá para que la leche que había caído no dejara marca y después nos metimos juntos a la ducha. Cuando nos estábamos aclarando le cogí de la cintura:

— Podemos repetirlo cuando quieras...—dije.

— Podríamos probar con el Lolo tío, yo dándote bien por detrás y él dándote rabo por la boca, lo he visto en alguna porno —dijo, con cara de emoción.

Eso me dejó claro que sí sabía que entre Lolo y yo había pasado algo, aunque no hubiera sido ni la mitad de bueno que con él.

— A mi contigo me sobra y me basta...—dije lanzándome a sus labios.
Me dejó acariciarlos, me dejó besarlos unos segundos, pero con tacto me apartó mientras el agua caliente nos bañaba:

— Marcos... yo... bueno, no quiero que te confundas —dijo, cerrando el grifo.
— ¿Cómo? —dije yo.
— Me mola experimentar contigo, pero ya está. Nunca seremos novios, ni nada por el estilo, porque yo tengo novia y quiero que así siga siendo.
— Sí, si, claro... —dije yo, saliendo de la ducha para secarme, evidentemente decepcionado.

Llamadme iluso, pero sí, me acabé haciendo ilusiones con él desde mucho antes que esto pasara. 



Nos vestimos, terminamos de ver la peli y me ofreció pasar allí la noche. Le dije que no, que al día siguiente tenía un compromiso, algo que era mentira. Si realmente lo mío con el Cata no iba a ningún sitio, más que al sexo, debía ponerle fin, por mucho que me doliera. Cuando salí por la puerta de su casa, tras un abrazo que el me dio espontáneamente, le dije:


— Adiós, Cata. Adiós.
Se quedó extrañado, pero creo que entonces no era consciente de que había decidido pasar de él lo que quedaba de curso. Siempre he sido muy racional. No era el momento de sufrir por nadie, era el momento de sacar exámenes con nota y salir de aquel instituto y de aquel barrio. No me volví a sentar con el en clase y hablé con el lo justo y necesario. Cata tampoco es que hiciera grandes esfuerzos, al principio sí, me preguntó incluso si estaba enfadado por algo, pero con el tiempo se le pasó. Algún viernes, cuando la novia le dejaba calentito, me escribía o me mandaba algún MMS (¿os acordáis?) con fotos de su polla... Y sí, claro que habría deseado ir a echar un polvo con él, pero no con aquellos sentimientos de por medio.



Me consta que su novia nunca se enteró de nuestros encuentros, a pesar de que cuando empezaron la universidad lo acabaron dejando al emprender caminos diferentes. Me consta también que se enteró una amiga de ambos, por él, y que quedó muy sorprendida. Y de Cata, una vez terminado el instituto, apenas volví a saber, más de lo que me contaban algunos amigos comunes. Para calmar el apetito sexual y afectivo que necesitaba me dediqué a calentar a Lolo de forma discreta y, lo cierto, es que surtió efecto. Esta vez, eso sí, teniendo claro que no habría sentimientos de por medio. Pero eso, os lo cuento otro día. 

10 comentarios:

  1. ¡¡ÑAM, ÑAM!! Me ha encantado este último encuentro con El Cata. Decirnos que la película que visteis fue una de Heath Ledger para mi es... ¡¡guau!! Me encanta ese actor jejeje. Es una pena que esto acabe así, me has hecho ver que alomejor yo también me estoy confundiendo con un tío con el que he estado :S.

    P.D. ¿Entonces "lo último" que te queda por contar con gente del instituto es alguna experiencia/s (más) con Lolo?



    James

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    1. Sí, del instituto ya queda muy poquito, lo he contado prácticamente todo. Falta una o dos entradas más con Lolo y esa etapa queda ya cerrada porque no hay más que contar. Tenemos preparadas también algunas experiencias morbosas de las adolescencias de Sergio y Dani. Próximamente... ;)

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  2. Es curioso, con el tío con el que pedí la virginidad, como íbamos juntos al conservatorio, me tiré un par de meses evitándole hasta que un día me esperó a la salida y me dijo que si no le había gustado, le contesté que lo que hicimos sí me gustó pero que no quería nada serio. Me dijo que le parecía bien y estuvimos follando regularmente un par de años.

    Una pena que lo pasaras tan mal porque te pillaras por Cata pero como bien dices estas cosas forjan el carácter. A ti te ha servido para será más fuerte y seguro pero otros no le sacan nada positivo a ese tipo de situaciones.

    Abrazotes.

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    1. Si que lo pasé mal, sí. Veías como todo tu entorno se iba emparejando sin parar y para una posibilidad que tu veías, resultaba imposible. No ya solo porque Cata no quisiera profundizar, sino porque en aquella época... ¿qué íbamos a hacer? ¿Ir de la mano al insti? ¡Nos hubieran zurrado a leches! Aunque sea una pena decirlo... pero con 16-17 años lo ves todo muy bonito y posible :P

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  3. Bueno, Cata fue honesto al decir lo que queria, o mas bien lo que no quería, y tu realmente muy racional para actuar de esa manera tan fría, racional y decidida.
    Momentos que marcan tal vez por lo que no acaba pasando que por lo que pasa.

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    1. Sí, de hecho a Cata no le he guardado nunca rencor alguno. Siempre fue claro en lo que quería y nunca me dio esperanzas de nada, así que... ¿qué le voy a reprochar? Si encima follar con él fue un lujo que hoy recuerdo bastante satisfactorio ;)

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  4. Marcos, si te volviera a pasar algo así, ¿actuarías igual? Algo me dice que no. Ahora te veo más en plan: vale, no quiere ser mi novio pero yo voy a seguir disfrutando de los polvazos que me marco con él. ¿Me equivoco? Lo digo por lo que contaste que el terminar con aquella relación que tuviste te hizo cambiar de mentalidad. Y es inevitable acordarse de lo que pasó (y creo que sigue pasando) entre ti y Sergio. Él quiere, pero tu no. Pero la relación entre vosotros dos sigue igual. Quizás no se puede comparar un caso con otro, pero como lector que no os conoce lo interpreto así.

    Un abrazo!

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    1. Exacto, vas muy bien encaminado... La 'no-relación' con Cata no fue un detonante, fue una gotita más en mi vaso de experiencias sentimentales frustradas. Todo, incluso lo malo, te ayuda a crecer como persona y te forja el carácter. Como decía Christian más arriba, hay que saber sacar lo bueno de lo peor.

      Un abrazo para ti también.

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  5. Lo peor de estas relaciones, sobre todo las primeras, es que igual incoscientmente siempre se buscaba algo más, de ahí esa decepción que cuentas. Pero como dice Christian, de todo se aprende y eso hizo que se te forjara el carácter para encuentros posteriores. Luego pasa lo de siempre, que lo que te molestó a ti en su día (falsas ilusiones), pasas a hacérselo a otros sin ni siquiera darte cuenta...

    Saludos.

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    1. Totalmente cierto tu comentario, lo único que a veces es inevitable dejar de ser en lo que uno se ha convertido, para lo bueno y para lo malo.
      Un saludo ;)

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