24 de enero de 2016

CAPÍTULO 141: EL PASADO SIEMPRE VUELVE

Una de las cosas que han marcado mi infancia y juventud es la casualidad, los que lleváis tiempo siguiéndome ya lo sabéis. La casualidad ha formado parte de mi vida desde mi propio nacimiento y por alguna razón que se me escapa ha marcado acontecimientos importantes difíciles de olvidar. Resulta cuanto menos curioso que estando en un país con más de 45 millones de habitantes, en una ciudad costera que cuadruplica su población en el mes de agosto con personas de cualquier parte de España y del mundo, las casualidades sigan buscándome hasta en lo más oculto de mi persona y mis actos.

A lo largo de estos más de dos años compartiendo mi vida con vosotros ya os he contado situaciones de lo más curiosas: desde el inicio en estas prácticas sexuales de la mano de Dani, a quien hacía meses que no veía, encontrándome con él por casualidad en un paseo marítimo abarrotado de gente; pasando por el encuentro en una zona de cruising con un ex compañero de trabajo de mi padre; continuando por un amigo de la infancia que me encontré en la playa del Rebollo y siguiendo con la historia que hoy nos ocupa.

Cuando tenía alrededor de 15 años ese invento del siglo llamado internet irrumpía sin freno en los hogares de todos los chavales de mi edad. Era un invento que los padres desconocían, del que tenían cierto temor y que mi generación quedó fascinada por él desde el minuto uno. Recuerdo la primera tarifa que tuve: la mal-llamada tarifa plana de Telefónica, entonces único operador, que te ofrecía una conexión sin límites entre las 18:00 y las 08:00 de lunes a viernes y los fines de semana completos, usando un obsoleto módem de 56 kbps. En mi instituto ya comenzaba a ser habitual, sobre todo en las familias más pudientes, palabras como hotmail, messenger o irc-chats. De las primeras cosas que hice aquella Navidad en la que mi regalo de Papá Noel fue un ordenador nuevo y el alta en internet, fue crearme una cuenta de e-mail que hoy sigo conservando, instalarme el Messenger, agregar a los poquísimos amigos que entonces ya lo tenían e, inmediatamente después, buscar chats gays. Me sorprendió la cantidad de ellos que había, de todas las temáticas, pero entonces el que yo buscaba era el típico gay-amistad. Allí conocí muchas personas con las que hoy día mantengo contacto, personas que fueron mis maestros en internet, que me enseñaron todo: desde variar la IP del módem, ya con una tarifa adsl de otro operador, a buscar contenidos digitales, lenguaje HTML y sexo. Mucho sexo. Poco a poco, descubrí que también había chats musicales, incluso temáticos de los grupos del momento. Y en uno de ellos conocí a Vicente.

La conexión con Vicente fue inmediata: éramos fans a muerte del mismo grupo musical, compartíamos otros gustos, discrepábamos en política con discusiones interesantísimas y encima se daba el hecho de que Vicente era de Alicante, provincia en la que yo veraneaba desde bebé. Nuestras conversaciones eran eternas, de quedarnos hasta las 2 de la madrugada hablando entre diario de todo lo que nos pasaba, de nuestras primeras experiencias con tíos, porque claro, Vicente también era gay, o mejor dicho, por aquel entonces aún se definía como bisexual, como muchos otros. Fue de las primeras personas que supo acerca de mi mamada al Peque, mis movidas con los malotes, el sexo con El Cata... al igual que yo sabía de sus primeras experiencias. Vicente y yo sólo nos poníamos cara por una minúscula foto que ambos teníamos puesta en el Messenger, nunca habíamos hablado de si nos parecíamos guapos o si nos atraíamos, porque éramos los mejores amigos del mundo y entre nosotros nunca podría haber nada sexual... Sin embargo, la llegada de las web-cams lo cambió todo. Empezamos a tener conversaciones con imagen y texto, nos encantaba vernos el uno al otro: Vicente era un chico con cara de niño bueno, gafas, pinta de estudioso, guapete, delgado y llevaba el pelo de punta igual que lo llevaba yo. Sabía que hacía deporte desde que era niño, ya que mi padre me inculcó desde siempre un placer con el deporte. Y un día que la conversación se calentó un poco más entre él y yo, me pidió que me quitara la camiseta. Después se la quitó él y terminamos completamente desnudos cascándonos una paja delante de aquella cámara. A Vicente le daban mucho morbo las corridas y cuando estaba apunto de correrme, me levanté de la silla, puse mi polla dura en primer plano con la mano izquierda debajo y allí eché toda mi leche. Vicente lo debió de flipar tanto que se corrió pocos segundos después. Tenía una buena polla con un capullo tipo seta, más grande y desproporcionado que el resto del rabo, pero que a mí me daba un morbo terrible. Repetiríamos paja unas cuantas veces más hasta el punto de que nuestra relación de amistad quedó eclipsada por lo sexual, ese punto en el que las pajas por cam con él empezaron a ser tan rutinarias, casi como algo obligado, que a mi ya no me excitaban. Traté de hacer un esfuerzo en mantener una relación con él como la que habíamos tenido desde el principio, incluso quedamos en vernos en persona aquel verano. Pero nada de ello sucedió y debe ser que se tomó tan mal que no saliera de mi la proposición de vernos aquel verano que, unido a mi decisión de poner fin a las pajas por cam, hizo que al volver a Madrid me diera cuenta de que me había eliminado y bloqueado de aquella red social.

No volví a saber nada más de Vicente hasta dos o tres años después, ya estando en la universidad, resultó que un compañero de clase también fan de aquel grupo conocía a Vicente, "el de Alicante", como el le llamaba. Esto, que podría haber supuesto un acercamiento, no influyó de sobre manera en un acercamiento en nuestra relación, dado que por aquel entonces yo tenía mi primera relación seria y no quería retomar el contacto con nadie que pudiera enturbiar lo que para mi era una historia de amor como no se había escrito jamás, pero eso os lo cuento otro día.

El caso es que un par de días después de nuestro encuentro con la pareja del Rebollo que buscaba magreos y pajas y de nuestro encontronazo con el señorito de la WE Party, decidí pasar una tarde en la tranquila playa del Moncayo, mientras Sergio hacía vida familiar. Con menos gente, menos ambiente y más capacidad de relajación. Como siempre, al finalizar la tarde, me picó la curiosidad del movimiento que se veía en la caseta desde abajo, recogí mis cosas, tomé la segunda rampa de madera paralela al gran hotel y, bordeando los restos de ruinas romanas, subí hacía la caseta adentrándome en la pinada. Era uno de esos días en los que había movimiento ya desde bien cerca de la playa: tíos en bañador dando alguna vuelta, otros que bajaban de la caseta y algunos que subíamos. Ya en plena subida, oí un ruido a mi derecha, giré la cabeza y vi de espaldas a un chico que me llamó la atención por ir completamente vestido con una camiseta marrón, unos pantalones-pirata de color verde botella, zapatillas y una pequeña bandolera marrón. Andaba tan rápido que daba la impresión de estar huyendo de alguien.


— ¡Anda que no tiene que estar pasando calor! —pensé, yo que iba solo con un pequeño bañador.



Seguí a mi ritmo y cuando subí a la caseta, como en tantas otras ocasiones, el panorama era desolador. Apenas había nadie, tan siquiera había coches aparcados. Un señor mayor paseando curiosamente con una bici, el chico de la esterilla que siempre estaba por allí y dos más. Me senté en un poyete de hormigón al otro lado de la caseta, justo donde está la entrada de coches a esperar si la tarde se animaba. Pero nada, aquella tarde no parecía querer animarse y el Moncayo estaba más aburrido que nunca. Poco antes de ponerme de pie decidido a volver a la playa y marcharme, vi que el chico vestido de antes subía a la explanada situada de frente a la caseta, miraba a un lado y a otro y se metía dentro de la caseta. 

Confieso que el morbo de ver para qué se había metido en la caseta me pudo, así que me levanté de aquel poyete y andando despacio me coloqué frente a uno de los huecos ocupados por lo que en su día fueron ventanales, en el exterior. El chico, dentro de la caseta, apareció frente a mi y nos quedamos mirando a los ojos unos minutos. Aquella cara tan fina, esas gafas y ese peinado me resultaban muy familiares, pero no lograba identificar a qué me recordaban. El chaval, que tendría mi edad, comenzó a tocarse y apretarse el paquete constantemente hasta que algo grande y duro marcaba forma allí dentro. Se me puso dura casi en el momento y me llevé la mano al paquete para frotármelo. El chico me hizo una seña con la cabeza y pasé dentro de la caseta. Le busqué justo donde le había dejado y, de nuevo, frente a frente, a un metro de distancia, nos seguimos frotando cada uno nuestro paquete. Se acercó a mi y echó mano a mi paquete sobándomelo por encima del bañador, mientras que con su mirada estudiaba minuciosamente todo mi cuerpo y una pequeña sonrisa aparecía en su cara. Eché mano a su paquete y también se la estuve sobando un rato, justo cuando él empezó a sobarme el torso y el abdomen como si nunca hubiera tocado uno, con una sensualidad enorme. Acto seguido, se puso de rodillas, me bajó el bañador hasta los tobillos, me cogió con las dos manos del culo, me lo sobó bastante, me miró desde abajo a los ojos y sin quitar la mirada se metió mi dura polla en la boca y me la chupó con calma y serenidad, con un disfrute y un tacto que pocas veces se daban en estos lugares donde las prisas y la fogosidad hacen de las mamadas algo mucho más desenfrenado. Me la chupaba tan bien, usando tanto la lengua y salivando tanto que me empezaron a temblar las piernas, así que nos fuimos un poco hacia atrás y me apoyé en una pared. Aprovechó también para hacerme una buena comida de huevos para volver a pasar a la polla después. Aumentó el ritmo de la mamada, mientras que con una mano que quitaba de mi culo se abría la bragueta y sacaba la suya para pajearse. 

— He visto esta polla antes —pensé.

Me sonaba muchísimo, pero con todas las pollas que había visto en mi vida simplemente podría recordarme a alguna anterior. Me sacó de mis pensamientos cogiendo mis huevos con fuerza con la mano derecha, sin parar de chupármela y le avisé de que me iba a correr en breve. Era lo primero que nos decíamos.

— Échamelo en la cara o en la lengua, ya sabes lo que me gusta la leche —dijo, en un susurro.
— ¿Y yo qué voy a saber? —pensé.

Así que cuando estuve apunto de correrme, saqué mi polla de su boca y él esperó con la lengua fuera como un perro con sed. Me pajeé durante 25 o 30 segundos y expulsé al aire toda mi lefa que él se empeñó en recoger con la lengua y tragar.Justo cuando cerró la boca para saborear lo que había recogido, terminó de pajearse y se corrió abundantemente en aquel suelo. Inmediatamente después, escupió un par de veces, se sacó un colirio de la bandolera, se enjuagó la boca con él y lo escupió allí mismo. Mientras, un servidor contemplaba todo desde aquella pared en la que me había quedado apoyado y totalmente relajado. También nos miraba atentamente el señor mayor de la bici, desde otro de los viejos ventanales de la caseta.

— No sabes qué ganas tenia de probar tu polla, Marcos —dijo.
— ¿Nos conocemos? —pregunté yo, saliendo de mi estado de éxtasis.
— ¿De verdad te has olvidado de mi y de nuestras pajas por el messenger? —dijo Vicente.
— ¿Vicente? ¿En serio? —dije.

Vicente. Claro. Joder. De eso me sonaba esa cara y esa polla, pero... ¿cuántos años habían pasado desde aquello? ¿Diez? Y nunca nos habíamos visto en persona. Además, es que le había borrado completamente de mis recuerdos, ya que desde que mi compañero de universidad me dijo que le conocía, nunca había vuelto a tener ninguna referencia suya.


— Te he reconocido desde el principio, desde que he subido aquí. No has cambiado nada, sigues teniendo la misma cara de pillo a la par que de bueno. Y sigues tan guapo como siempre. Y esa polla, vaya, como para olvidarla.
— Vicente, cuanto tiempo ha pasado tío...—dije, sin salir de mi asombro y aún con la polla fuera.
— Te lo curras en el gimnasio, ¿eh? Vaya cuerpo has echado y yo tan esmirriado como siempre —comentó.
— Sí, bueno, me gusta cuidarme —dije, sin saber bien continuar aquella conversación.

Me di la vuelta para colocarme el bañador y Vicente volvió a interrumpir:

— Soy más pasivo, pero vaya, que podría follarte bien ese culazo...


Traté de cambiar la conversación a un tema no sexual, salimos de la caseta y le pregunté qué había sido de él todos estos años. Sin embargo, no encontré mucha predisposición por su parte a contarme demasiado. Me contó que no era el primer verano que me veía, que solía pasear mucho por El Rebollo y que ya me había fichado años atrás, pero que nunca se armó de valor para decirme nada sobre todo visto que yo no le reconocía. Parecía hasta dolido:

— Todo cambió por el sexo, ¿no?

Esa fue una de sus últimas frases antes de despedirse. Se despidió como cualquier otra persona a la que conoces del cruising, invitándome a repetir otro día e incluso a follar. Sin más profundidad, sin más detalle, con la misma frialdad.

Como si nada de lo que diez años atrás hubiera pasado.





18 de enero de 2016

CAPÍTULO 140: EL SEÑORITO DE LA WE PARTY

¿Qué es aquello que tienen en común los lugares de cruising, las saunas, cuartos oscuros, discotecas de ligoteo y los establos de granjas llenas de animales? Una de las cosas que unen a estos lugares tan dispares es que todos ellos siempre están llenos de moscones molestos, de estos que no te dejan joder, ni parece que joder quieran; de estos que estamparías con una manopla si tuvieras la oportunidad. En definitiva, gente molesta.

No era el primer verano que nos dábamos de bruces con él, ni mucho menos, él era de los clásicos del lugar, de los que frecuentaban la playa y la pinada del Rebollo día sí y día también, de los que te encontrabas en Semana Santa, verano, invierno y primavera. Sí, ese chaval era todo un clásico de la zona. Nosotros lo teníamos muy claro: el cancaneo del Rebollo se dividía siempre entre las novedades, los clásicos y los merodeadores, estos últimos, eran los que iban de vez en cuando por allí con un cierto hábito, pero sin ser de los clásicos. Imagino que en todas las zonas de cruising ocurre lo mismo. 

Este chaval pertenecía a un grupo de chavales del que os hablé hace ya algún tiempo, sí, era parte de la súper-pandi. En él había una salvedad: tenía cierto carácter independiente, es decir, iba por libre tanto en la playa como en la zona de sexo, pero cuando veía a la pandilla en la playa siempre se tumbaba y charlaba con ellos.  Se trataba de un chico alto, según mis aproximaciones debía medir alrededor de 1'85cm, de piel tirando a morena, con el pelo corto, castaño oscuro y ondulado, solía llevar barba de dos o tres días, rondaba los 35 y tenía un cuerpo bonito. No estaba cachas ni muy fibrado, pero sí tenía formas bonitas y se notaba que trabajaba su cuerpo. Solía llevar un bañador apretado, de tipo slip o bóxer, de varios colores, aunque el que más recordamos es el amarillo, debe ser que era el que más le gustaba. Sin embargo, los rasgos que marcaban a este chaval no eran los físicos, sino los atuendos. Siempre, sin excepción, iba ataviado con una gorra negra promocional de las fiestas WE y una pequeña mochila/bandolera de plástico de las que se llevan a la espalda con dos finas tiras que sujetan por los hombros. Se le conocía de múltiples maneras, según con quién hablaras: el tontito de la gorra de WE, el de la gorrita o el señorito de la gorra de WE. A nosotros siempre nos gustó más este último apodo por no ser despectivo en absoluto. Pero había más: le llamaban también la modeli, el pasarelas, o el miraditas. ¿Por qué? Pues porque este chico pertenecía a ese grupo de personajes que van mirando por encima del hombro a los demás, con un ligero toque de superioridad y porque debía creerse que los caminos del Rebollo eran algo así como la pasarela Cibeles, por su forma tan elegante y afeminada de caminar. Un lugar perfecto para lucirse.




Nunca supimos de donde le venía esa superioridad a la hora de caminar y de cruzarse con gente, porque el chico un modelo precisamente no era. Tampoco os voy a engañar: el chico estaba bien, tenía un culazo de infarto, no marcaba mal paquete y, como dije antes, tenía un cuerpo bonito. Ahora, guapo precisamente no era. Vamos que tampoco tenía motivos reales para ir tratando así a la gente al cruzarse con el, había chicos por allí que le daban mil vueltas. Y tampoco es que pillara mucho, porque precisamente esa forma de actuar despertaba recelos y odios de los que por allí estábamos. Además, este chico tenía el don de la oportunidad: aparecía siempre interrumpiendo momentos de ligue. Y en ocasiones hasta los fastidiaba. 

Nuestra historia con él se remonta al verano del que estoy hablando en las últimas entradas. A pesar de habernos visto muchas veces, nunca había surgido nada entre nosotros. Nos mirábamos y nos ignorábamos mutuamente, ya os digo que esa forma de mirar suya tiraba mucho para atrás.  Él había visto todo de nosotros. Nos había visto follar, ser follados, mamar y ser mamados. Siempre aparecía en esos momentos más íntimos, nos miraba por unos instantes, se tocaba ligeramente el paquete y se marchaba. Nunca iba desnudo, ni dentro ni fuera, siempre le acompañaba su eterno bañador. Pero ese verano su mirada se empezó a clavar en la mía con mayor intensidad, coincidíamos mucho más y tuve la sensación de que me buscaba. De que ese verano sí quería algo con nosotros. Hasta empezó a aparcar su Peugeot al lado de nuestro Citroen. Aunque he de decir que era extraño que él no llegara primero, debía de hacer allí horas y horas. Y eso era raro porque, salvo con su pandilla, nunca se le veía saludar o tener buen rollo con otras personas. 

Aquella tarde de agosto, Sergio y yo nos ligamos en la playa a un par de chavales recién entrados en la treintena que eran pareja, con buenos cuerpos y buenos rabos. Practicaban el nudismo, así que no dejaban nada a la imaginación. La playa estaba a reventar de gente y se pusieron a nuestro lado, dado que era el único hueco que quedaba para no alejarse demasiado de la zona de influencia. Pusieron su toalla, su sombrilla y se empezaron a dar crema. Y unas cosas por otras empezamos a hablar de todo un poco: ¿venís mucho por aquí? ¿sois de la zona? ¿entráis a la pinada? Nos decían que llevaban tiempo viniendo a la playa por el buen rollo que siempre hay, pero que nunca habían entrado dentro y que no les importaría tener unos buenos maestros de ceremonia. Vamos, que aquello fue una clara invitación a morbosear. Así que les dimos algunos consejos que siempre seguimos, como por ejemplo, llevar siempre una mochila más pequeña donde meter los objetos de valor y llevarlos siempre contigo cuando vas a pasear y dejas las cosas solas en la playa. No se pusieron el bañador como sí hicimos nosotros y pasamos dentro. Estuvimos los primeros 15 minutos enseñándoles los caminos, los rincones, los recovecos, dándoles algunos consejos, explicándoles cómo salir directamente al aparcamiento sin tener que volver a ir por la playa y más cosas. Les gustó uno de los pequeños rincones algo discretos que les enseñamos y nos pidieron volver a verlo. Cuando llegamos allí, empezaron a sobarnos los paquetes y a comernos las bocas... tanto que en apenas cinco minutos ya estábamos de nuevo desnudos y con los rabos duros:

— Sólo buscamos pajas y magreos, al menos de momento dijo el que me comía la boca.
— No es problema contesté.

Se notaba que estaban muy nerviosos a la par que llenos de morbo, así que el tío con el que me estaba enrollando se corrió apenas un minuto después de estarle sobando la polla y digo sobando, no pajeando. Aproveché para acariciarle los huevos después de correrse, ya que los tenía enormes y me daban mucho morbo. Su pareja, que se enrollaba co
n Sergio, se corrió también rápido sobando el culo de Sergio mientras éste le pajeaba con fuerza. Nosotros no nos corrimos. Nos dijeron que si queríamos, otro día podríamos probar otras cosas, que si no teníamos prisa, les gustaría descubrir más prácticas con nosotros. Y como nos molaron bastante, pues accedimos a tener otro encuentro más adelante. Cuando se limpiaron las pollas y se marcharon, Sergio y yo nos quedamos mirando el uno al otro:

— Bueno, habrá que hacer algo, ¿no? dije.

Y Sergio se dio la vuelta, se espatarró apoyando sus manos en un árbol y me enseñó lo que quería que le hiciera. Sin embargo, en ese momento escuchamos un ruido entre los arbustos. Adivinad quién estaba allí con el bañador por las rodillas pajeando una buena polla que nunca habría imaginado que tuviera. Sí, el señorito de la gorra de WE nos observaba, pero al ser descubierto se subió el bañador y se marchó. Nosotros hicimos lo mismo.

Al día siguiente entramos a la pinada directamente desde el aparcamiento, sin tener que pasar por la playa. La cuestión es que se nos había hecho tarde y, para ser sinceros, teníamos ganas de follar y no de bañarnos o de tomar el sol. Al llegar a la zona más importante del área de cancaneo vimos mucha gente arremolinada en un mismo lugar y decidimos ir a ver qué ocurría, como hacían el resto de la personas. Cuando llegamos a aquel semicírculo pudimos ver que nuestros amigos del día anterior ya habían aprendido bien la lección: estaban apoyados en una basta rama de pino bajo pajeándose con un chaval que llevaba un llamativo y apretado bañador de marca australiana. El señorito de la WE estaba también con el rabo fuera pajeando al que se enrolló con Sergio el día anterior. Como vimos que estaba "todo el pescado vendido", decidimos dejarles a su rollo. Pero justo cuando nos íbamos a marchar, el chico con el que me había enrollado nos vio y una sonrisa enorme apareció en su cara, seguida de:

— ¡Eh! ¡No os vayáis! ¡Os habíamos estado buscando!

Dejaron plantados al del bañador australiano que, por cierto, tenía un rabo descomunal, y al de la gorra de WE, para dirigirse con prisa y ánimo hacia nosotros. Fuimos objeto de todas las miradas, incluidas las miradas de profundo asco y odio que nos dedicaron los dos que se quedaban plantados. Pero, oye, fueron nuestros recién estrenados amigos quiénes decidieron por su propia voluntad dejar lo que estaban haciendo y venirse a toda prisa detrás nuestra. Para saludar nos dieron un beso con lengua, aún con todas las miradas sobre nosotros, y nos alejamos de allí buscando un rincón más apartado y fuera de los focos. 

Hablamos un poquito de nuestro día y cuando encontramos un lugar que nos gustó, empezamos a sobarnos y morrearnos haciendo una especie de corrillo compuesto por nosotros cuatro. Las lenguas iban de unas bocas a otras, las manos sobaban torsos, culos, rabos, huevos y cada vez estábamos más apretados, más sudados y jadeando más. Mi mano pajeaba la polla del chico que se había enrollado con Sergio, mi polla era pajeada por el que yo había pajeado el día anterior, a Sergio le pajeaba su pareja del anterior día y él pajeaba al que había sido mi pareja del otro día. Les daba mucho morbo, y así nos lo dijeron, que intentáramos corrernos a la vez, pero también estaban nerviosos porque les temblaban las piernas, cosa que me pasaba a mi también en los comienzos. No pudimos aguantar mucho más, así que avisé de que me corría y la mano que pajeaba mi polla la apretó con fuerza y pajeó más rápido hasta que manché el suelo arenoso con mi leche. Después se corrieron ellos dos casi a la vez y el último, como casi siempre, fue Sergio. Se volvieron a despedir con rapidez y nos citaron para el fin de semana, diciendo que ya les gustaría hacer algo más que unas pajas y unos magreos. De nuevo, nos quedamos solos Sergio y yo, pero esta vez algo más satisfechos. Y, otra vez, al salir de nuestro escondrijo allí estaban el de la gorrita de WE y el de la polla enorme del bañador australiano terminando una paja mientras contemplaban.

La sorpresa del día vino cuando llegué a casa y miré las apps de ligue para ver qué se cocía. Tenía un mensaje que decía lo siguiente:


"Estoy harto de vosotros. Siempre jodiendo a los demás por El Rebollo, a ver si os enteráis de que no se debe interrumpir y molestar cuando ya hay tema. PESADOS". 

Al ver la foto del perfil supe que era el. El señorito de la WE Party. El que dos veces se había ocultado y pajeado mirándonos. Precisamente él. Así que respondí:


"Que dos personas libremente decidan venirse con nosotros sin nosotros abrir la boca es algo que tú, precisamente tu, deberías respetar, que bien que interrumpes y te ocultas. Y la próxima vez ten cojones de decírmelo a la cara. VALIENTE".

No volvimos a cruzar ningún mensaje más, pero seguimos coincidiendo diariamente en la playa y la pinada. Eso sí, ahora nos evita cuando hay la más mínima probabilidad de que nos crucemos o coincidamos en el mismo sitio. Curiosamente, hablando con chicos que conocimos después, todos coincidían en lo que decía al principio de la historia: que esa altanería que tiene y esa forma de actuar hace que siempre esté dando miles de vueltas comiéndose más bien poco. Eso sí, al menos hace piernas.

¿Qué ocurrió con la parejita morbosa de las pajas? Tendréis que esperar para descubrirlo.

13 de enero de 2016

CAPÍTULO 139: LOS MALOTES EN LAS FIESTAS DEL BARRIO

Estar a finales del mes de mayo suponía, como siempre, que se acercaban las fiestas patronales del barrio. Por supuesto, no eran nada del otro mundo: una parte del recinto se destinaba a instalar una serie de atracciones de feria que viajaban de barrio en barrio y de pueblo en pueblo. Solían ser la zona más concurrida de las fiestas, sobre todo la atracción de los coches de choque, absolutamente dominada por los malotes del barrio y de los diferentes colegios e institutos de la zona. Cosa que no ha cambiado mucho, por cierto. La otra parte del recinto se destinaba a instalar un escenario grande donde, además de tener lugar el clásico pregón a cargo del concejal de turno, actuarían los alumnos de las distintas academias de baile del barrio, humoristas, cantantes y grupos locales (la mayoría de rock) y según en qué ocasión, grupos de cierto renombre. En aquella ocasión estábamos todos muy nerviosos porque venían a actuar Miranda Warning, un grupo de indie español que se puso muy de moda a comienzos de los 2000 y cuyo éxito fue tan fugaz como sus comienzos.






Para los chavales de nuestra edad ir a las fiestas del barrio suponía todo un acontecimiento social y de popularidad; para los malotes suponía la época perfecta para marcar el territorio de cada grupo y meterse en peleas por demostrar ser los más machotes de la ciudad. Al finalizar las fiestas, solían ser portada de algún medio de comunicación local por haber acabado alguno de ellos en el hospital.

El caso es que lo que más me fastidiaba es que siempre coincidían con los exámenes finales del curso y con los últimos trabajos, es decir, justo el periodo en el que más tiempo para estudiar necesitas y menos tiempo para distracciones te dejan tus padres. La relación con Fer seguía normal, salvo que insistía de sobremanera en que fuera a su casa con distintos pretextos o hacía por encontrarse conmigo en el baño, se seguía empalmando en clase... e incluso, me llegó a ofrecer pajearles a él y a Iván en su casa, porque según Fer, Iván también era colega, tenía buena polla y los colegas se pajean viendo porno con absoluta normalidad. Sin embargo, fui fuerte y decidí concentrarme en lo que tenía que concentrarme. Hasta que las fiestas llegaron, claro.

El día fuerte era el sábado. Ese día era el elegido para la actuación del grupo que indiqué anteriormente y el recinto estaba a reventar, nada comparado a la actuación del viernes a cargo de un grupo local que nadie conocía. Los malotes ya bebían alcohol con total normalidad, algunos fumaban porros e incluso tomaban otras sustancias de las que fardaban con el resto de la gente. Eso, y es triste decirlo, les hacía guays. Les hacía respetables. Así que a la hora en la que los acordes de la canción más conocida empezaron a sonar, los distintos grupos de malotes estaban ya bastante desfasados y tratando de ver quién llamaba más la atención. 

Una vez terminado el concierto, los aplausos y el clásico canto que les pedía otra canción, todos fuimos desapareciendo del recinto musical y trasladándonos a la feria, donde aparte de las atracciones, estaban las barras de bar y los puestos de comida de varios tipos. Mis amigos estaban decididos a montarse en una atracción novedosa que se llamaba "la uve", pero a mi no me hacía ninguna gracia, ya que nunca me he fiado en exceso de la seguridad de estas atracciones, con que una nueva... Así que aproveché para encontrar un sitio donde poder mear. Eso era toda una aventura, porque no instalaban WC's móviles como ahora, así que nos íbamos al polígono industrial colindante y en una de sus calles, entre los contenedores enormes de deshechos, meábamos. Me fui un poco más lejos a mear y empecé a hacerlo de forma tranquila cuando extrañamente cerca de mi, alguien susurró:

— Vaya chorrazo, chaval.

Me giré y allí estaba Fer, que no se de dónde habría salido, apestando a alcohol.

— ¿No te importará que eche un 'meo' aquí no? —dijo, desabrochándose la bragueta y sacándose la polla.

No me dio tiempo a responder, ya que inmediatamente empezó a orinar justo a mi lado. Me metí la polla dentro del calzoncillo y me quedé allí contemplando a Fer mear. Fer estaba mojando la pared y no me quitaba ojo mientras, en las últimas gotas, más que mear se empezaba a pajear y a ponérsela morcillona.

— ¿Te molaría...? —empezó a decir.

Sin embargo, una voz demasiado cercana nos interrumpió.

— ¡Qué pasa chavales! ¿Echando un meo? —dijo Iván, el fiel malote escudero de Fer.
— Ya ves, tío. Con las cervezas es que se mea mazo —dijo Fer.

Pese a lo que podría parecer, Fer no se guardó la polla debido a la presencia de su amigo. Siguió con la polla fuera meneándola durante un rato, mirándome a los ojos y mis ojos mirando a su polla. Iván, que era un chico alto, delgado, con el pelo a estilo 'tazón', rubio, ojos verdes y no muy avispado, empezó darse cuenta de que allí pasaba algo más. Ellos hablaban mucho, probablemente ya sabía que le había cascado una paja a su amigo el otro día. Se acercó a la pared, por mi lado izquierdo, se abrió la bragueta, se sacó una fina y larga polla y empezó a mear. Giré la cabeza y me quedé contemplando la polla de Iván, que también me miraba con aquella cara que parecía decir: "sabes que te gusta". Cuando me di cuenta, Fer se había puesto pegado a mi por el lado derecho, de forma que me habían hecho un sandwich. Al bajar la vista, vi su rabo duro:

— ¿Te acuerdas de ella? Pues no se corre desde aquel día...—dijo Fer.



No pude más que asentir, sin poder decir palabra. Pero mi boca empezaba a producir saliva de una forma exagerada. Ya no escuchaba nada, lo que quería decir que Iván también había terminado. Así que giré la cabeza y vi aquella larguirucha polla empalmada:

— La tienes grande también... —dije.


Lo dije por cumplir, si bien es cierto que era larga, de unos 18 centímetros, era muy fina y poco proporcionada. Iván no dijo nada, miró a Fer y se pegó más a mi. Estaba muy nervioso ya por aquel momento y creo que era evidente que me temblaban las piernas y que el corazón se me iba a salir por la boca de lo rápido que latía. A pesar de haberle cascado una paja a Fer, seguía teniéndole mucho respeto y cierto medio a las represalias, pero el morbo de la situación me mantenía allí.

Fer cogió mi mano derecha, sin decir palabra, y la puso alrededor de su rabo, tal y como hizo en su casa días atrás. Y yo, de nuevo, me dejé llevar. Con su mano por encima de la mía, empezó a marcar el ritmo de la paja.

— Coge la mía también —susurró Iván en aquel momento.

Y con mi mano izquierda cogí la polla de Iván y empecé a pajearle al mismo ritmo que me había marcado Fer. Era más fácil si les pajeaba al mismo ritmo, porque marcar un ritmo distinto con cada mano se me hacía del todo imposible. En cada mano tenía una polla distinta, a cada cual más dura y caliente que la otra. 

— ¿Por qué no nos la chupas? —dijo Iván.
— Sí, tío, haznos una mamada —dijo Fer.

Solté sus pollas, me puse de frente a Fer y de espaldas a Iván y miré al suelo, encharcado por el orín que los tres habíamos echado a la pared y que había desembocado en el suelo colindante.

— Pero...—empecé a decir, sin mucho éxito.

Sin esperarlo, unas rodillas con fuerza golpearon mis piernas por detrás, haciéndome caer arrodillado con la fuerza de unas manos que cogían mis hombros y presionaban hacia abajo. Las de Iván, claro. Es decir, en apenas dos segundos mis ojos estaban a la altura de la polla dura de Fer. Empecé a salivar de nuevo y de forma inconsciente me relamí los labios.

— El otro día el maricón me lamió el dedo que me había pasado por el capullo, le va a gustar —dijo Fer, mientras Iván reía.

No me decidía, por los nervios, que me tenían paralizado y sin voluntad.

— Vamos, abre la boca —dijo Fer.

Abrí la boca medianamente y la polla de Fer lo inundó todo, embriagando mi paladar. Empecé a mamársela con su mano cogiéndome de la cabeza y medio ahogándome de las embestidas que daba. Traté de saborear y lamer toda su hombría y a mi izquierda, Iván miraba y se pajeaba contemplando la escena. A pesar de esto, Fer no me soltaba, no me dejaba probar la polla que Iván estaba deseoso de ofrecerme... Así que continuó mirando sin abrir la boca hasta que no se pudo controlar y se corrió allí, al lado nuestra. No pude ver cómo era la corrida de Iván, solo pude escuchar como su lefa impactaba contra el meado suelo. Fer seguía empujando mi cabeza:

— Ya casi, ya casi... sí... con más saliva... traga tío, la lengua, sí, así, así...—susurraba Fer.

Sabía que estaba cerca de terminar, así que traté de pasar mi lengua por todo su rabo y me permitió bajar unos instantes a lamerle sus peludas pelotas. Me metió la polla en la boca de nuevo, empezó a follarme la garganta y antes de correrse me empujó hacia detrás y con una brevísima paja de 10 segundos se corrió abundantemente en el suelo, eso sí, sin quitar su mirada de la mía. Me quise poner de pie, pero Fer dio órdenes a Iván para que no me dejara, mientras se restregaba la mano por el capullo para limpiarse lo que no había derramado en el suelo:

— Sácatela y córrete —dijo Fer.

— Pero tío... —quise decir.

— Vamos, joder, la tienes dura, se te ve. Córrete, te digo —insistió.


Ese 'joder' que Fer pronunciaba no era una palabrota cualquiera, el tono con el que lo hacía quería decir siempre: 'o lo haces o te meto un puño'. Esa era su particular forma amistosa de pedir las cosas.


Así que me saqué la polla y me pajeé mirando el rabo de Fer, sin prestar atención a Iván. Llevaba con la polla dura desde que antes de la llegada de Iván y con tanto morbo me corrí en minuto y medio, de la forma más abundante en la que me había corrido hasta ese momento. 


— ¿Ves? —le decía Fer a Iván— te dije que el maricón este la tenía grande, como nosotros. 

— De esto chitón, ¿eh? —fue lo único que dijo Iván, en tono de advertencia.

Se despidieron con un "nos vemos" y se largaron de allí. Me puse de pie, me limpié como pude y regresé a las fiestas. Me disculpé con mis amigos y me fui a casa. Era ya bien entrada la noche y mis padres estarían acostados. Eché los pantalones a la lavadora, me metí en la cama y me casqué otra buena paja mirando el techo, pero viendo en mi mente lo que acababa de suceder.

Aquellos tres primeros días después de aquel fin de semana no fui a clase. Operaban al hermano de mi padre, mi tío y padrino, de una cosa bastante seria y estuvimos acompañándole. Pero al volver a clase aquel jueves todo había cambiado. Llegué tarde y todos me miraron al entrar con cara seria. Nadie me había dicho nada. Mi mesa y la de Fer estaban vacías e Iván no se dignaba ni a mirarme.

Os podéis imaginar todo lo que pasó por mi cabeza en esos momentos: ¿lo habrían contado? ¿Habría ido Fer poniéndome de maricón delante de toda la clase? Empecé a sudar incluso antes de ocupar mi sitio, pero nada más lejos de la realidad. En el recreo que me enteré de todo. Fer estaba expulsado lo que quedaba de curso y no sabrían si le admitirían al siguiente.

La rumorología dijo que le pillaron en los baños forzando a un chaval de otra clase a hacerle lo mismo que yo le había hecho el fin de semana anterior, con la diferencia de que yo lo hice gustándome y este chaval forzado. Sus amigos malotes decían que Fer estaba meando en el urinario y este chaval se puso de rodillas, le suplicó chupársela y en ese momento entró un profesor. Por eso nunca tuve claro si contar esta historia o no, por un trasfondo un tanto serio que hay detrás y en el que no voy a entrar en detalles, más allá de lo ya contado.

Fer nunca volvió al colegio, nunca se supo si por decisión propia o ajena. Iván y sus secuaces duraron un curso más, después la mayoría optaron por empezar algún módulo de grado medio o comenzar a trabajar de aprendices en garajes y tiendas de aluminios. 

Hoy en día la mayoría de ellos, incluido Fer, están casados y tienen hijos. Quizá nunca más volvieron a tener sexo con tíos, quizá simplemente fue la curiosidad adolescente.

¿Y vosotros? ¿Habéis sufrido en vuestra adolescencia o infancia algún tipo de acoso, ya sea del tipo sexual o de otro? ¿Qué experiencias tenéis con este tipo de 'abusones'? 


8 de enero de 2016

CAPÍTULO 138: LOS MALOTES (Parte 2)


— Se te ha ido la pinza, Fer —dije, marchándome.
— No tienes que disimular, esto queda entre tu y yo. Anda, acércate y acaríciala, ya verás qué dura se pone—, dijo con un tono seductor brutal.
— Que no tío, que no me van los rabos. Me pirorespondí, saliendo de allí.
— ¡Maricón! ¡Se que te van los rabos! —gritó.

Afortunadamente, no había nadie que pudiera haber oído aquello. Había sido muy tentador. Una parte de mi ardía en deseos de haber cogido ese rabo a la orden de 'menéala', de haberle pajeado o de algo más. Pero la parte más racional se impuso pensando que hubiera sido mi final en aquel colegio. ¿Qué me esperaba? ¿Un final de trimestre lleno de amenazas? ¿De broncas? No, no quería eso para mi.

A la vuelta del recreo y en los siguientes días, parecía que aquella conversación en los baños nunca se había producido. Incluso había buen rollo y acercamiento. Para ciencias tocaba hacer un proyecto final juntos, en parejas, que ya había asumido que tocaría hacer en solitario, como el resto. Los profesores lo sabían perfectamente, pero decidían no hacer comentarios al respecto. La única diferencia es que este trabajo tenía que ser presentado oralmente para aprobar la asignatura. Y cuando pensé que me tocaría defenderlo a mí solito, la tarde antes me dice Fer:

— Bueno, ¿qué? ¿Habrás hecho el trabajo, no?
— Si tío, otra vez vas a aprobar por el morro —dije, con resignación.
— No te pases de listo. Vente esta tarde a mi casa, que mis viejos no están, y preparamos la puta mierda esta —dijo.
— ¿Me vacilas? —respondí, con incredulidad.
— Que no tío, que mi viejo me compra una moto si paso de curso, tengo que currármelo —dijo, absolutamente convencido de sí mismo.

Sabía perfectamente dónde vivía, porque su casa pillaba de paso hacia la mía cuando había que volver de clase. Fer vivía en una de las mejores urbanizaciones del barrio, de las más nuevas: unos bloques de edificios grandes, con pista de tennis, cámaras de seguridad y plazas de garaje. Se decía que allí vivían los 'nuevos ricos', esa gente que siempre ha sido de clase media-baja y que por suerte, tenían ahora un poco más de dinero que les encantaba restregar a los demás. 

Cuando llegué aquella tarde me encontré desubicado. Primero, tuve que llamar a su telefonillo para que me abriera la verja de seguridad, después tuve que volver a llamar para que me abriera la puerta de su portal y finalmente tuve que elegir entre 3 ascensores que llevaban a letras distintas. Acerté a la primera y llamé al timbre del 2ºA, que era su casa. En cuanto entré me di cuenta de que, efectivamente, la familia de la que procedía este chico era acomodada. La decoración, moderna sin pasarse, la calidad de los muebles, los electrodomésticos... Todo. La habitación de Fer, que iba en chándal y camiseta de manga corta, era casi como me la esperaba: más grande que la mía, con una cama de 90, pósters de chicas del Interviú y alguno de coches y de alguna moto. Debajo de la ventana tenía un escritorio con un ordenador y debajo emanaba un intenso calor, que procedía del radiador. Me ofreció un refresco de cola y acepté. Estaba hasta simpático y algo más comedido que en clase, y eso que estábamos solos en aquel piso.

Fer estaba más perdido que una aguja en un pajar. No sabía por donde coger eso de la 'presentación oral' y bueno, decidí dejarle las partes más fáciles que eran la instroducción, los ejemplos y la conclusión. A fin de cuentas, para esas tres cosas solo tenía que memorizar. Al cabo de poco más de una hora y media estaba ya el chaval agotado, mentalmente hablando. Propuso ir a relajarnos un rato al sofá del salón y allí nos apalancamos en frente de la tele, quitándonos las deportivas y quedándonos descalzos. Me di cuenta de que tenía el Canal Satélite Digital con un montón de canales que no dudó en enseñarme, sobre todo los de deportes, hasta que llegó a los canales premium. Estaban protegidos con una contraseña que, indudablemente, él conocía. Y decidió poner porno, hetero claro, que era el predominante entonces. Mientras veíamos y nos reíamos de aquellas escenas absurdas, Fer me contaba sus últimas peleas, y sus últimas aventuras con tías. Tetas por aquí, coños por allá, pajas por el otro lado... Hasta que preguntó. 

— Y tu, ¿qué, tronco? Nunca hablas de tías, ni de con las que enrollas en la Stop.

La Stop era la discoteca para adolescentes menores por antonomasia de la zona sur. 

— Bah, yo es que paso, tío, las tías te lías con ellas y luego se pillan y paso de relaciones —dije, riéndome.
 — Eso es que no te la han machado todavía, ¿eh? Con las ganas que tengo que me hagan una buena paja dijo, metiéndose la mano por debajo del pantalón.
— Pues háztela con la izquierda, que así parece que es otra mano —dije, quitándole hierro al asunto.
— Mira a la morenaza de la tele, vaya coño, se la metería hasta romperla —dijo, sacándose la polla del pantalón.
— Si está buena, sí —dije, para disimular, metiéndome la mano por debajo del pantalón.

Fer empezó a pajearse lentamente mirando a la tele y después mirándome a mi con una mueca. Yo me quedé prendado de su rabo, tan grande como parecía en su pantalón y más moreno de lo que me imaginaba. Y vaya par de huevos, como le colgaban en aquella pelambrera negra.

— Venga, tío, sácatela y menéatela conmigo. Es lo que hacemos los colegas —dijo Fer.

Y así lo hice. Me la saqué y empecé a pajearme, ante la mirada de Fer.

— Vaya tetas, ¿eh? ¿Qué le harías? ¿La reventarías? —decía, entre gemidos.
— Sí... —contestaba yo, sin entusiasmo.
— ¿O te molaría más coger esta? —preguntó, sentándose a mi lado.

No pude responder, ni afirmar, ni negar. Me quedé mirando a ese pollón, miré como se escupía en el capullo y lo frotaba con la mano. No me negué a que me acercara la mano a la nariz y me diera a oler de ese olor a rabo que tanto ansiaba... Y unas gotas de líquido
preseminal se me escurrieron de mi rabo por la mano, ante la escrutadora mirada de Fer, que bajó la vista por primera vez a mi polla y vio como chorreaba ese líquido transparente entre mis manos.

— Mariconazo... —susurró Fer al darse cuenta.

Seguí sin decir ni una palabra, sin poder quitar mi mirada de su polla. Dejé que me cogiera la mano y que, como un muñeco sin voluntad, la colocara cogiendo su polla:

— Menéala, sin brusquedad, así, así, despacio... —decía Fer, mientras mi mano pajeaba su rabo, duro y caliente.

El corazón me latía tanto que pensé que Fer era capaz de sentirlo, de sentir mi miedo y mi morbo, de ver el sudor cayendo por mi frente, de ver cómo mi polla no bajaba en dureza.

— Sí, tío, sigue, qué gustazo, joder... Haz lo que quieras con ella, ¿eh? Si te apetece hacer otra cosa...—sugería, cada poco tiempo.

No podía evitar mirar su polla y humedecerme los labios. Tras hacerlo sin remedio dos o tres veces, Fer se dio cuenta y quitó su mirada de la televisión para mirarme a mi:

— ¿Quieres ver cómo sabe? —dijo, restregándose un par de dedos por la punta del capullo, recogiendo la rebaba y llevándomela a la boca.

Asentí. Lamí sus dedos como quien lame un chupa chúps y saboreé aquel sabor a polla y a sexo.  Fer me volvió a colocar mi mano derecha en su enorme polla dura:

— Pájeame, más rápido, sí... cógela con fuerza, pajea...Espera, para —ordenó.

Me quedé mirándole con cara de póquer esperando la siguiente instrucción. No dijo nada, simplemente se pegó aún más a mí y dijo:

— También te tendrás que correr, ¿no? Mira a la morena, como se la meten —dijo, mientras con su mano izquierda cogía mi polla y me la pajeaba.
— O mira mi rabo. Haz lo que te apetezca con él, si quieres hacer otra cosa, esto no sale de aquí —insistió de nuevo, susurrándomelo a la oreja.

Me recosté en el sofá mientras ambos nos pajeábamos mutuamente y nuestros brazos se chocaban de forma contínua. Me corrí pocos segundos después sin prestar atención a la película, solo viendo cómo mi mano pajeaba aquel rabo que ardía. Fer se corrió poco después, mirando la peli extasiado, de forma mucho más abundande y espesa que la mía. 

— Qué asco chaval, la próxima me avisas, que me has pringado toda mano —dijo, levántandose hasta el baño.

¿La próxima? ¿Es que iba a haber una próxima vez vez? Mientras Fer estaba en el baño, yo me había quedado allí sentado, espatarrado, con la polla súper dura pese a haberme corrido, la cabeza recostada en el sofá y pensando en lo que acababa de suceder. Pensando en que me habría encantado chupársela, pero diciéndome a mí mismo que había hecho bien en no hacerlo, porque total, Fer había dicho antes que esto lo hacían los colegas. Dudo que los colegas se chuparan las pollas, pero pajas, sí, eso ha pasado siempre desde que el mundo es mundo. 

— ¡Ahí va! Se escuchó desde el baño.

Un rollo de papel higiénico me impactó en la cara sacándome de mi ensimismamiento.

Terminamos de preparar el trabajo y me fui a mi casa. La exposición oral no salió del todo mal al día siguiente y de la paja no se volvió a hablar. No hubo comentarios, ni malos rollos, ni referencia alguna a lo que allí había pasado.

Llegados a este punto de la historia, ¿todavía no os preguntáis por qué no he contado esta historia antes, si va después de la del Peque y antes que la del Cata?

Pues sí, me temo que tendréis que esperar a la continuación de la historia.   


3 de enero de 2016

CAPÍTULO 137: LOS MALOTES (Parte 1)

Me decían mis amigos del barrio que el cambio del colegio al instituto era un trance duro debido a que los institutos de la zona no eran precisamente de lo mejorcito de Madrid. Me daban cierta envidia porque era como un paso trascendental del que todos hablaban y que yo no iba a vivir, ya que en mi colegio privado se estudiaba todo, sin cambios de centro, solo cambiaríamos de planta. Entonces, para mi, el hecho de cambiar de ciclo era algo sin importancia, ya que hasta terminar bachillerato no cambiaría de techo, solo de clase. Era simplemente como pasar de curso. Sin embargo, como ya conté en entradas anteriores relacionadas con mi adolescencia, el cambio se dio en el paso a sexto de primaria. Desde el curso anterior nos acompañaban unos cuantos repetidores de uno y dos cursos, la mayoría chicos, que habían hecho madurar a golpe de caballo a esos niños que llevaban desde infantil juntos.

Estos repetidores eran conocidos como los malotes del cole, los más gamberros, los que hoy en día llamaríamos 'canis'. Solían ir siempre en chándal, por aquel entonces el que estaba más de moda era el típico Adidas negro o blanco con rayas verticales en el lateral. Además, llevaban siempre las últimas deportivas de marca, las últimas mochilas y ropa de marca. Venían, en su mayoría, de familias acomodadas que quizá no podían dedicarles el tiempo que necesitaban aquellos chavales. Pero sus bajas notas, su escaso rendimiento académico y sus gamberradas eran lo que más conocíamos de ellos. Y como en todo grupo de malotes que se precie, había un líder y los demás eran sus coristas. Eran entre 1 y 2 años mayores que nosotros, es decir, si en aquel curso teníamos 12 años, ellos andaban en los 14. Las chicas estaban loquitas y fascinadas por ellos: chicos ya desarrollados, marcando paquete, con las facciones más duras. Y los chicos les temían o les respetaban. Eran los reyes del cotarro y cada año tenían un objetivo principal nuevo al que acosar y perseguir, entre otros muchos: aquel año fue un chaval inteligente, de sobresalientes, que acabó suspendiendo seis asignaturas a final de curso por el acoso constante; en 1º de la ESO fue el gordito de la clase, que años después acabó cambiándose de colegio. En 2º de la ESO fue un chico apasionado por las ciencias, que por el estrés acabó perdiendo 15 kilos y cambiándose de clase. Y en 3º de la ESO fueron a por aquel chico que pasaba desapercibido, ese que tenía cierto carácter y se le daba bien el baloncesto y que sacaba notas buenas sin sobresalir.

Ese chico era yo.

En aquel curso me tocó sentarme todo el año académico con el líder de los malotes, en la última fila, al final de la clase. Los profesores pensaron que podría arrastrarle a la luz y que conmigo de compañero podrían hacer mejorar su actitud y sus malas formas. No les culpo, lo habían intentado todo con este grupito y ya solo les quedaba la expulsión definitiva (pero eso significaba perder dinero mensual de ellos y de sus hermanos). El acoso empezó desde la primera semana. Y tras mis encuentros con el peque, ya avanzado el curso, se habían disparado algunos rumores. El problema para ellos era que yo era amigo de los malotes del barrio, por habernos criado juntos. Y los malotes del barrio se llevaban a matar con ellos y les intimidaban. Esa amistad mía fue lo que me salvó de peleas, acosos y malos rollos que vete tú a saber qué consecuencias podrían haber tenido. Una vez Fernando, el líder, descubrió de quién era amigo, el acoso paró y no volví a sufrir más amenazas del tipo a la salida te espero. Pasó a limitarse a copiarme los deberes y a poner su nombre en los trabajos en parejas que yo hacía. 

El sexo era un tema de conversación habitual entre aquellos malotes de 16 años. Entonces era normal ser virgen con esa edad aún. Estamos hablando de la época del inicio del petting, una moda sexual que nos fascinaba a los adolescentes de entonces y que hoy en día creo que ni existe. Un día, en una clase en la que el profesor faltó y nos pusieron a un sustituto que debía estar en dos clases a la vez, otro de los malotes se sentó en la mesa de delante y ambos empezaron a hablar. Fernando le contaba cómo en la tarde de ayer le había metido dos dedos a María y de cómo su coño echaba babas, el otro, Iván, asentía y también contaba sus batallitas, pero se limitaba a escuchar a su líder:

— Y al final acabó cascándome un pajote, allí en el descampado de los cines. 
— No jodas tío, qué guarra, les van más los rabos —decía Iván.
— Quise que me hiciera una cubana, con esas tetas que tiene, pero solo me dejó echarle la leche y la muy cerda se la restregó — explicaba Fer.
— Joder, qué cerda, chaval. A mi me la cascan y me toca limpiarme con un pañuelo...— dijo Iván siendo interrumpido por Fer.
Buff cómo se me está poniendo de recordarlo, chaval...—susurró.

Y en ese momento salí de mi empanada mental. Estaba ya tan acostumbrado a escucharles que solía desconectar. Sin embargo, al oír esa frase no pude evitar girar la cabeza y mirar cómo Fer se apretujaba un prominente paquete en aquel chándal:

— Y tú qué Marcos. ¿Ya te la ha cascado alguna tía? —dijo, mirando al otro y riéndose.

No solía responderle, ya que no era la primera vez que me interrogaba sobre el tema. 

En mis pensamientos más ocultos, Fer me había follado 400 veces. Estaba tan fascinado por él, por su belleza, por su masculinidad, por lo desarrollado de su cuerpo, por el paquete que marcaba, como lo estaban las chicas de clase. Por el y por su grupo. Cuántas pajas les habré dedicado imaginando que me hacían un bukkake, pero él era el líder por una razón y por eso me atraía tanto, en una época en la que no tenía nada claro. Incluso llegué a desear ser como el, claro que, pensándolo fríamente años después...

Otro de los días, también hablando de sexo en clase, la movida fue un poco mayor. Ellos hablaban de lo suyo, mientras yo miraba embelesado por la ventana pensando en quien sabe qué. Había cambio de clase y Fer fue de los primeros en levantarse, de tal manera que él de pie y yo sentado mirando a la ventana, su paquete morcillón quedaba a mi altura. Y visto desde fuera debía parecer que estaba contemplando su paquete y no la ventana. Fer así lo interpretó y se llevó la mano para agarrárselo con fuerza y dejar poco a la imaginación de aquellos pantalones. Salí de mi ensimismamiento y le miré: allí estaba él
mirándome con esa cara de niño malo sonriente que sabe que acaba de conseguir lo que siempre había sospechado:

— ¿Qué, Marcos? ¿Te mola mi rabo? ¿Has salido maricón? —dijo, con una sonrisa para quitarle agresividad al asunto.

Maricón. Maricón. Maricón. Esa palabra resonó en mi cabeza mil veces en aquellos segundos. Era de las primeras veces que me dedicaban ese insulto, el 'maricón' de la clase era otro. No supe reaccionar y solo pude mirarle a los ojos y reírme. 

Creo que pudo sentir mi miedo, o verlo en mis ojos, como si se tratara de un depredador. No dijo nada, me lanzó una mirada de satisfacción que lo decía todo y me dio un puñetazo en el hombro (por aquel entonces los chicos se daban puñetazos suaves en señal de saludo). Esa tarde la pasé bastante angustiado en casa pensando en qué pasaría desde aquel momento en adelante, qué cambiaría, si tendría que recurrir a mis amigos del barrio para frenarles... Era común las peleas entre ambos bandos, entre Fernando y Cristian, que eran los dos líderes. Cristian era un año mayor que Fer y le sacaba una cabeza, así que Fer trataba de no meterse en líos con ellos. Incluso, a veces, se unían para pelearse con malotes de otras ciudades o barrios. Absurdo.

Que los malotes sacaran malas notas, suspendieran todo menos Educación Física y alguna más, no significaba que fueran tontos. Solo significaba que usaban su inteligencia como mejor les convenía. Y en cuanto a los estudios, la regla del mínimo esfuerzo era su biblia. En principio nada cambió entre Fer y yo al día siguiente, ni al otro. Seguían hablando de sexo y cada vez se empalmaba más veces en clase, hasta que me di cuenta de que lo hacía para llamar mi atención y ver si miraba. Fue duro contenerse, porque hasta empezó a meterse la mano por debajo e incluso podía oler el olor a rabo que me la ponía dura sin tan siquiera mirar. Así pasaron semanas, con algún roce forzado, algún comentario, pero nada más.

Nada más, hasta que Fer me pilló con la guardia baja un día tiempo después. Había nevado (sí, aquellas épocas en las que nevaba incluso en el sur de Madrid y de forma abundante), muchos profesores que vivían en la sierra no habían podido llegar y muchos alumnos tampoco, bien por ellos o porque sus padres no habían podido traerles. Éramos como 12 alumnos en clase y para suerte de mi, Fer era uno de ellos. Fue un día perdido, de esos en los que no se da clase y te dicen: aprovechar para hacer deberes y estudiar en silencio. Claro, con tantos profes sin poder llegar tenían que repartirse el trabajo. Estudiar con Fer e Iván al lado, era imposible, así que hacía como que estudiaba, mientras ellos no paraban de hablar. En esta ocasión, Fer se quejaba por que Lidia solo había querido hacerle una paja después de enrollarse y él ya tenía ganas de que alguien se la chupara. Sonó el timbre del recreo y, como siempre, salieron disparados al patio. Tardé en guadar las cosas y fui al baño de chicos, porque me meaba. Allí estaba Fer en los urinarios de pared, de los que pasé para meterme en los cubículos con váter. Cuando salí, nada más abrir la puerta, allí me esperaba Fer sacudiendo de su polla las últimas gotas de pis. Me empezó a dar conversación sobre fútbol sin parar de menearsela y mi máxima concentración era en asentir y en clavar mi mirada en la suya, sin bajar la vista a aquello que crecía por momentos. Pero no pude evitarlo, fue un segundo. Una fracción. Un pestañeo. Nada. Bajar la vista, mirar su polla semi erecta, y devolver la mirada a sus ojos. Pura inconsciencia. No se habría dado cuenta. ¡Si casi no había podido ver nada!

Traté de zanjar aquella conversación diciendo que tenía que ir a la cafetería, para evitar cagarla más, y antes de salir del baño, Fer dijo:

— ¿Quieres cogérmela?
— ¿Cómo? —contesté.
— Sí, si te apetece sujetármela mientras meo. Te dejo que lo hagas, tronco —dijo con una media sonrisa, mientras la meneaba.
— ¿Qué dices? ¿Y por qué me va a apetecer a mi cogerte la polla? —dije, con un evidente falso tono de voz.
— Porque he visto cómo me la miras. Si te apetece, aquí la tienes. Cógela y menéala, o haz lo que te apetezca hacer con ella —insistía.

La parte más pasional de mi cerebro mandaba órdenes para que mi brazo se estirara y cogiera ese rabo para menearlo bien, sería el segundo rabo tras la primera vez con El Peque. Deseaba cogerlo, pajearlo, arrodillarme y metérmelo en la boca para chupársela hasta el final. Mi parte racional pensaba lo contrario, que era mala idea, que podría haber consecuencias, pero tampoco podía vivir siempre pensando en las consecuencias. Había que ser valiente.

Entonces decidí responder.