23 de febrero de 2016

LA POLÍTICA INTERFIERE EN EL MONCAYO

Sois varios los que me habéis preguntado por e-mail o por mensaje en el foro de Rollo XY acerca de lo que está ocurriendo en El Moncayo últimamente. Tenía reservada esta entrada para más adelante porque me hacía falta más material visual, pero veo que la cosa no puede esperar más. Vamos por partes, porque todo lo que está ocurriendo se remonta a 2011.

En el final de legislatura de aquel año, un alto dirigente local del partido que gobernaba el Ayuntamiento de Guardamar del Segura, con Marylène Albentosa de alcaldesa, se empeñó en que había que acabar (y cito literalmente) "con los guarros del Alto de la Casilla", como se conoce en el pueblo también al Mirador o Caseta del Moncayo. Sin embargo, siendo conscientes de que iban a perder claramente las elecciones municipales, el plan quedó en los cajones, perdieron la alcaldía y la nueva alcaldesa decidió no meterse en cosas que no estaban claras si eran competencia suya. Carmen Verdú, que así se llamaba la nueva alcaldesa, se limitó a acondicionar el carril bici que pasaba por el Moncayo como parte del proyecto Vía Parque (competencia autonómica y nacional) y limpió la zona, sin más. El pasado mes de mayo de 2015, Verdú se quedó a un concejal de la mayoría absoluta y entre varios partidos se unieron para volver a poner a los de antes al frente del Ayuntamiento.

Este alto dirigente local, que parece sobrevivir a las luchas fraticidas que se han vivido en su partido, pensó que esta vez no le iba a ocurrir lo mismo que en 2011 y que su "plan" para destruir al Moncayo como lugar de cruising gay tenía que empezar entonces mismo, nada más acceder al gobierno local. Así, hace apenas 4 meses, a mediados de octubre de 2015, Dani se encontró por casualidad a operarios del Ayuntamiento tapiando la vieja caseta y estuvo charlando con ellos:

- Las instrucciones son vaciar y limpiar el interior de la caseta, si, eh, bueno... y después vamos a tapiar las ventanas y las puertas... -explicaba uno de los operarios.
- ¿Y esto es tan prioritario para el nuevo Ayto? -preguntó Dani, algo incrédulo.
- Sí, eh... bueno, por lo visto hay quejas de que cualquier día esto se viene abajo y como pille a alguien dentro al Ayto le cae la responsabilidad encima... y bueno... ya sabes lo que se cuece aquí, que tampoco gusta mucho... -explicaba, con rodeos, el operario.


Imágenes de la Caseta del Moncayo, ya tapiada. Cedidas por un conocido de Dani.


Sí, estamos todos de acuerdo en que el estado de la caseta es lamentable. Cada vez tenía más grietas y en días de fuerte viento se caían algunos cascotes del tejado y la parte superior de la misma. Suficiente que ha aguantado décadas ahí y que nunca ha pasado nada. Estamos también de acuerdo en que todos los que vamos por allí podríamos ser mucho más limpios y no tirar nunca los condones y pañuelos al suelo, sino meterlos en una bolsita y tirarlos en los contenedores que hay abajo.

- Y, bueno, dentro de un tiempo os tendréis que buscar otro sitio para vuestras... cositas... -le decía el operario, entre muecas y chistes.
- ¿Y eso? -le tiraba de la lengua Dani.
- Va a haber más actuaciones aquí, quieren que esto sea más... más... familiar -dijo el operario.
- Pero esto no es competencia directa del Ayto, ¿no? Vamos que esto es terreno protegido por el Ministerio, vaya -le dijo Dani.
- Sí, pero les da igual, se van a amparar en que ellos pueden hacer tareas de conservación y mantenimiento sin alterar nada, al ser terreno municipal -dijo el operario.

Así, la semana pasada volvía a haber un grupo de operarios entre los que no estaban el que charló con Dani en octubre. Estos operarios, aparte de limpiar la zona, han instalado unas verjas de color verde en un más que generoso perímetro alrededor de la caseta. Han instalado un par de papeleras, instalado un banco amarillo en el mirador y protegido el mismo con unos rústicos postes de madera. Todo mucho más orientado a un turismo más, digamos, 'familiar', como decían ellos. Además, han cortado el paso a los coches a la zona interior de la pinada con unos sacos de arena que no sabemos si son provisionales o no. Es decir, el acceso desde la N-332 sigue abierto y el aparcamiento principal sigue como siempre, pero ya no se pueden meter los coches hasta el fondo como hacían algunos. O al menos de momento.


Imágenes del Ayto de Guardamar.


No deja de sorprendernos que precisamente un gobierno socialista, apoyado por Podemos e IU, tenga entre sus prioridades coartar la libertad a algo que no causa ningún daño y que existe desde hace décadas, que tengamos constancia, desde antes de los años 80. Algo alejado de núcleos de población, alejado de la visibilidad y que pretende disfrutar del aire libre al que todos tenemos derecho. Nos extraña y nos apena que hagan caso a una persona 'de la vieja política' que, abiertamente, ha pedido acabar, como dice él, "con los guarros".

¿Piensa esta persona y este Ayuntamiento lo mismo de otras zonas del pueblo a las que van cada fin de semana parejas 'hetero' a hacer 'sus cositas'?
¿También van a actuar contra estas zonas del Puerto o alrededores del Parque Alfonso XIII?
¿Se van a meter de una vez con la falta de seguridad imperante en las noches del Polígono Santa Ana? ¿Y con las decenas de robos de coches de la Calle Mayor? ¿O eso no es prioritario?

Pues bien, señores del Ayuntamiento, nos negamos en rotundo. No vamos a dejar de ir al Moncayo, ni de disfrutar de su pinada, ni de sus atardeceres, ni de hacer 'nuestras cositas' con limpieza y discreción, como hemos hecho siempre. Así que metanselo en sus cabezas y tengan en cuenta que muchos hombres del pueblo, incluso a alguno de los que estrecháis la mano a diario, también frecuentan estos bonitos paisajes.

He de decir que este 'modus operandi' ya ha tenido éxito en zonas cercanas y en otras provincias para acabar con el cruising gay, claro, porque el hetero está bien. ¿Conocéis alguna zona dónde haya pasado algo similar? Dejadme vuestros comentarios más abajo.

Amigos cruisineros, anónimos, casuales, curiosos... está en nuestra en mano mantener vivo El Moncayo. Sigamos yendo a disfrutar de las nuevas instalaciones. Sigamos entrando con nuestros coches. Sigamos a lo nuestro. Vosotros decidís. 

Estuve por la zona el pasado fin de semana y estos trabajos no habían comenzado. Si tenéis más fotos, por favor, hacédmelas llegar para poder publicarlas en esta entrada.

18 de febrero de 2016

CAPÍTULO 145: ADIÓS, CATA, ADIÓS.

La luz al final del túnel: esa frase describía perfectamente lo que suponía estar cursando el segundo curso de bachillerato para mí. El fin de una etapa de catorce años en el mismo centro educativo, el fin a los compañeros de toda la vida, tanto a esos que te caen bien, como a los que te caen mal. El fin a esas clases obligatorias que tanto odiaba, el adiós a esos profesores que llevaban con nosotros toda la vida y la bienvenida a la luz, que simbolizaba todo un mundo de libertad que se abría ante mí con el comienzo de la universidad. 

Mis experiencias sexuales en la adolescencia son más limitadas de lo que pueda parecer e infinitamente inferiores a las que mis compañeros heteros podrían contar, aunque se que son más de las que otros tíos a los que les molan los tíos habrán podido experimentar. La primera de todas fue con El Peque, hacía ya unos años de la primera y unos meses de la última. Entre medias estuvieron Los Malotes, historia que os conté hace poco. Después El Cata quiso experimentar conmigo unos deseos y una curiosidad que había en su interior de descubrir cómo era el sexo con hombres y me quitó la virginidad. Se cruzó Lolo en nuestro camino y la curiosidad de conocer otra polla me pudo y se la mamé un par de veces. Este último hecho provocó celos en El Cata. ¿Por qué? Os preguntaréis, acertadamente. Pues bien, si recordáis mi última historia con Lolo, recordaréis que El Cata irrumpió en los baños del colegio justo cuando Lolo y yo nos sobábamos los rabos y, aunque tratamos de disimular, para El Cata fue evidente que nos estábamos magreando. Lolo y Cata eran amigos, vaya, no los mejores amigos del mundo, pero sí amigos y aquello causó un enfado de Cata con los dos durante un tiempo. Un tiempo en el que trataba de hacer como si no existiéramos: nos hablaba lo mínimo e imprescindible y se volcó mucho más en su novia. ¡Ay! Aquellas relaciones de instituto que parecían eternas para algunos...

La intensidad del curso preparatorio para selectividad nos tuvo entretenidos, sobre todo después de la Navidad, cosa que agradecí para no pensar demasiado en esos sentimientos que se despertaban en mí mucho más allá del sexo puro y duro. Y, justo, en un mes de febrero como en el que estamos ahora, frío de narices entonces, Cata decidió romper el hielo. Decidió volver a hablarnos poco a poco a los dos. A pesar de que nunca le pregunté la razón de devolvernos su favor, siempre tuve dos teorías:

a) Vio que entre Lolo y yo no había vuelto a pasar nada. No es que nos hubiéramos distanciado, pero sí es cierto que no teníamos aquella cercanía del curso anterior (ni le había vuelto a chupar la polla).
b) Su curiosidad de seguir conociendo y profundizando en el sexo con tíos le pudo, tanto que quiso volver a acercarse a nosotros por morbo.

Un día de febrero, exactamente el de hoy, años atrás, Cata se volvía a sentar a mi lado en clase. No ya solo eso, volvía a llamarme por teléfono de cuando en cuando, a enviarme mensajes y proponía volver a quedar para estudiar, como en los viejos tiempos. Nunca me había llevado especialmente bien con su novia y creo que cada vez le hacía menos gracia que Cata pasara tiempo conmigo. O sospechaba algo, o Cata le había hecho alguna confesión o simplemente el no caernos bien era algo mutuo. 

El caso es que empezaba a sentir algo por él. No era solo sexo entre amigos, unas pajas por allí o unas mamadas por allá: Cata me había follado por primera vez y eso es algo que une, que establece un vínculo. Cada día le veía más atractivo, más guapo, con mejor cuerpo, con una sonrisa más bonita... hasta empecé a irme con él y sus otros amigos a practicar deporte algunas tardes a un polideportivo del barrio, nos venía muy bien para olvidarnos un poco del ritmo estresante de aquel último curso. Y allí empezó nuestro tonteo de nuevo, una tarde en la que él y yo nos quedamos prácticamente solos en aquel polideportivo tratando de hacer unos ejercicios de escalada un tanto complicados para mí, que tenía nula experiencia en ello. De camino a las duchas nos encontramos con el conserje que, sorprendido de ver que aún quedaba gente por allí, nos avisó de que no creía que quedara agua caliente para dos duchas porque ya se habían pasado por allí los equipos de fútbol, baloncesto y los que entrenaban por libre. 

— Bueno, no es problema. ¿Desde cuando nos da vergüenza vernos desnudos? —dijo Cata, una vez el conserje se hubo alejado.

No era problema, no, efectivamente. Sin embargo, habían pasado meses desde la última vez que nos vimos desnudos con motivo sexual. Nunca he sido muy pudoroso, no tenía inconveniente en quedarme desnudo a su lado, así que mientras dejábamos las mochilas en aquellos estrechos bancos de madera y nos desnudábamos, mi mirada no podía dejar de recorrer el cuerpo de aquel chaval de 17 años y de contemplar la evolución de quien practica deporte todos y cada uno de los días de la semana. Además, apenas tenía pelo y eso es algo que siempre me ha dado mucho morbo: los cuerpos depilados o sin pelo. El culo se le había puesto mucho más redondito y apretado con respecto a la última vez y su polla me parecía preciosa allí reposando entre aquel par de huevos. Nos metimos a la ducha juntos y de verdad que deseé que pasara algo allí, que me pusiera contra pared, me comiera el culo y me follara sin piedad allí mismo. Pero no, nada pasó. Cada uno con su champú, su jabón y su cuerpo. Quizá el hecho de que el agua saliera tibia, de que apenas hubiera calefacción influyó. Lo que sí está claro es que Cata se dio cuenta perfectamente de cómo mis ojos recorrían su cuerpo con deseo cada vez que tenía oportunidad. 


Como ya os conté en alguna entrada anterior, los padres de Cata pasaban mucho tiempo fuera de casa por cuestiones laborales, tanto que a veces el chaval se tiraba fines de semana enteros solo en casa. Cuando era más pequeño le ponían una canguro, pero llegada la adolescencia prefería quedarse solo, como casi cualquiera de nosotros. Aquel fin de semana era uno de esos y, sorprendentemente para mí, me dijo el viernes en clase que si me pasaba por allí aquella tarde y veíamos una peli con unas cervezas. ¿Cervezas? Siempre me habían dado asco, pero Cata tuvo 'la culpa' de que me aficionara a ellas. Me comentó que el sábado lo pasaría con la novia, pero que el viernes tocaban los amigos y que hacía mucho que no pasábamos tiempo juntos. Tras esa frase me guiñó un ojo que supe identificar a la perfección. Cata tenía ganas de marcha, quizá se había cortado el día anterior en el polideportivo, pero aquella expresión de su cara no dejaba lugar a dudas.



Nada más terminar de comer aquel viernes, me puse al día con los deberes para la semana siguiente y me fui directo a la ducha, nervioso. Teníamos dos baños en casa, así que nadie se enteró de que me pasé casi una hora debajo del agua preparando todo mi cuerpo para lo que pudiera pasar minutos después. La higiene es algo que desde pequeño me ha preocupado mucho y más si es para temas sexuales. Cuando llegué a casa de Cata serían algo más de las siete de la tarde, ya completamente de noche. Me recibió en un pijama verde oscuro que le quitaba algo de morbo, si no fuera porque era evidente que no llevaba calzoncillos debajo a tenor del movimiento de su rabo cada vez que andaba. El salón estaba casi en la penumbra, iluminado por una pequeña bombilla de una lámpara de pie situada en la otra punta y, sobre la mesa de los sofás, ya había un par de cervezas y unas patatas listas para disfrutar. Me ofreció un chándal y unas zapatillas de estar por casa para estar cómodos y lo acepté. La película que había alquilado Cata en el videoclub, nunca se me olvidará, era Destino de Caballero, del difunto Heath Ledger. Tras los saludos pertinentes, le dio al 'play' y comenzamos a ver la peli espatarrados en su sofá. Tras los primeros 20 minutos de peli me di cuenta de que hacía un calor exagerado, procedente de la calefacción central y Cata no tardó en quitarse la sudadera del pijama para quedarse con una minúscula camiseta interior blanca de tirantes que le realzaba los brazos y pectorales. Me fijé en el termostato y marcaba algo más de 27º. Para mi, el resto de la película ya se había terminado. No podía evitar fijar mis ojos en el chico que estaba al otro lado del sofá, con el que tenía entrelazadas las piernas:


— ¡Eh, Marquitos! Que la pantalla está enfrente, no en mí —dijo con una sonrisa encantadora.
Me debí de poner bastante rojo, por aquel entonces no era ni la mitad de confiado de lo que soy ahora. Hice esfuerzos de volver a prestar atención a la pantalla, pero entonces me di cuenta de que Cata se había metido la mano en los huevos y la tenía allí dentro como si estuviera muy cómodo. Y otra vez me quedé mirándole. Sin quitar la vista de la pantalla, sin tan siquiera mirarme, Cata se puso de pie, se bajó los pantalones (efectivamente, no llevaba calzoncillos) y se quedó desnudo mostrándome su enorme polla dura, se volvió a sentar espatarrándose y cogiéndola con una mano la meneó al aire, mientras seguía estático mirando la pantalla. No dije nada. Di un último trago a aquel bote de cerveza, me levanté, me puse de rodillas frente a él, le miré, le cogí la polla con la mano derecha y me la metí en la boca saboreándola con tacto, mimo y pausadamente. Sabía a jabón, no era el único que se acababa de duchar. Su primer gemido llegó cuando dejé de mamarle la polla para centrarme en sus huevos y lamerlos con suavidad al principio, para metérmelos en la boca después sin parar de pajearle lentamente con mi mano. Le miré y ya no miraba la pantalla, sino que tenía su cabeza recostada en la parte superior del sofá. Entonces, con suavidad, me cogió de la cabeza indicándome que la volviera a mamar:


— Marquitos, la chupas como nadie, como nadie...—susurró.
Y a mi aquella frase me hizo sentir llena de placer. Estuve mamándosela por lo menos cinco minutos más, hasta que Cata pareció tomar la iniciativa y poniéndose de pie frente a mi me bajó los pantalones y con su mano izquierda me pajeó lentamente mirándome a los ojos. Quise besarle, pero lo cierto es que de forma muy sutil se apartó y me indicó la forma de ponerme boca arriba tumbado en el sofá. Él se subió al sofá como un gato a cuatro patas y me subió las piernas para, sin pensarlo mucho, empezar a comerme el culo. Recordé aquella primera sensación de comida de culo que me habían hecho él y El Peque y creí ver el firmamento del placer que sentía teniendo aquella lengua húmeda y caliente en mi culo. Después llegó un dedo, dos, tres... Con pausa. Esta vez Cata no tenía prisa ninguna, se sentía a salvo sabiendo que nadie nos podía molestar. 


— Espera, que voy a por el condón —dijo.
Volvió con el puesto y enfundado, me siguió comiendo el culo y haciéndome dedos un par de minutos más y se colocó en posición para follarme. Me colocó las piernas hacia arriba, una sobre el respaldo del sofá y la otra sobre su hombro derecho, y teniéndole encima mía pude ver su cara llena de morbo según su polla se iba adentrando en mi culo sin mucho impedimento. A diferencia de mi primera vez, que fue con el, esta vez estaba menos nervioso y mucho más y mejor dilatado para recibir aquella polla generosa en tamaño y anchura. No obstante, el último empujón, el que supuso tenerle totalmente dentro de mí,
me dolió algo más, pero nada que no fuera superable. Enseguida empezamos a sudar como pollos y Cata, una vez sintió mi culo listo, empezó a follarme con mucho ritmo, tanto que el dolor se transformó en un placer muy superior al que sentí la primera vez. Tanto era el placer que, sin poder remediarlo y apenas 3-4 minutos después de empezarme a follar, me corrí sin tocarme en mi tripa de una forma muy abundante, casi exagerada. Vi cómo Cata arqueaba las cejas en señal de sorpresa, aceleraba el ritmo y gimiendo como nunca antes, con virilidad y naturalidad, se corría dentro de mi culo dando unas últimas embestidas. El chaval no pudo más y tras sacar lentamente su polla de mi culo y tirar el condón al suelo, cayó rendido encima de mi, tumbado sobre mi pecho (y pringándose de mi leche, que no pareció importarle). Y así, en aquella posición, con su cabeza y su cuerpo sobre el mío nos quedamos unos minutos tratando de recobrar el aliento. Le empecé a acariciar la cabeza y se incorporó levemente para mirarme. De nuevo quise besarle y, de nuevo, de forma sutil me rechazó levantándose.


— Vaya polvazo tío, el sexo entre tios es otra cosa, otro mundo... Anda, vamos a ducharnos.
Primero tratamos de limpiar el sofá para que la leche que había caído no dejara marca y después nos metimos juntos a la ducha. Cuando nos estábamos aclarando le cogí de la cintura:

— Podemos repetirlo cuando quieras...—dije.

— Podríamos probar con el Lolo tío, yo dándote bien por detrás y él dándote rabo por la boca, lo he visto en alguna porno —dijo, con cara de emoción.

Eso me dejó claro que sí sabía que entre Lolo y yo había pasado algo, aunque no hubiera sido ni la mitad de bueno que con él.

— A mi contigo me sobra y me basta...—dije lanzándome a sus labios.
Me dejó acariciarlos, me dejó besarlos unos segundos, pero con tacto me apartó mientras el agua caliente nos bañaba:

— Marcos... yo... bueno, no quiero que te confundas —dijo, cerrando el grifo.
— ¿Cómo? —dije yo.
— Me mola experimentar contigo, pero ya está. Nunca seremos novios, ni nada por el estilo, porque yo tengo novia y quiero que así siga siendo.
— Sí, si, claro... —dije yo, saliendo de la ducha para secarme, evidentemente decepcionado.

Llamadme iluso, pero sí, me acabé haciendo ilusiones con él desde mucho antes que esto pasara. 



Nos vestimos, terminamos de ver la peli y me ofreció pasar allí la noche. Le dije que no, que al día siguiente tenía un compromiso, algo que era mentira. Si realmente lo mío con el Cata no iba a ningún sitio, más que al sexo, debía ponerle fin, por mucho que me doliera. Cuando salí por la puerta de su casa, tras un abrazo que el me dio espontáneamente, le dije:


— Adiós, Cata. Adiós.
Se quedó extrañado, pero creo que entonces no era consciente de que había decidido pasar de él lo que quedaba de curso. Siempre he sido muy racional. No era el momento de sufrir por nadie, era el momento de sacar exámenes con nota y salir de aquel instituto y de aquel barrio. No me volví a sentar con el en clase y hablé con el lo justo y necesario. Cata tampoco es que hiciera grandes esfuerzos, al principio sí, me preguntó incluso si estaba enfadado por algo, pero con el tiempo se le pasó. Algún viernes, cuando la novia le dejaba calentito, me escribía o me mandaba algún MMS (¿os acordáis?) con fotos de su polla... Y sí, claro que habría deseado ir a echar un polvo con él, pero no con aquellos sentimientos de por medio.



Me consta que su novia nunca se enteró de nuestros encuentros, a pesar de que cuando empezaron la universidad lo acabaron dejando al emprender caminos diferentes. Me consta también que se enteró una amiga de ambos, por él, y que quedó muy sorprendida. Y de Cata, una vez terminado el instituto, apenas volví a saber, más de lo que me contaban algunos amigos comunes. Para calmar el apetito sexual y afectivo que necesitaba me dediqué a calentar a Lolo de forma discreta y, lo cierto, es que surtió efecto. Esta vez, eso sí, teniendo claro que no habría sentimientos de por medio. Pero eso, os lo cuento otro día. 

12 de febrero de 2016

CAPÍTULO 144: CRUISING EN EL CENTRO COMERCIAL HABANERAS - TORREVIEJA

Que me gusta ir de cruising y el morbo de encontrar tíos con los que pasar un buen rato es un hecho, que me gusta hacerlo al aire libre, en zonas alejadas, con pinos y playa cerca es otro hecho. Que no me gusta hacerlo en centros comerciales es otro hecho, pero como digo siempre: me persiguen las casualidades. ¿Quién me iba a decir a mí aquel día que acabaría pasando un rato de morbo con un madrileño en los baños de un centro comercial? Hoy os hablo acerca de un sitio de cruising típico de la zona: los baños del centro comercial Habaneras, en Torrevieja

Aquella tarde, ya metidos en la segunda quincena de agosto, los tres amigos nos fuimos al centro comercial por antonomasia de la zona, ya que necesitábamos algo de ropa. No somos muy fans de ir de compras, primero porque en general me aburre, segundo porque Sergio es muy indeciso a la hora de elegir qué se compra y, tercero, porque Dani es como yo y enseguida se cansa. Sin embargo el hecho de ir los tres juntos hacía que, al menos, fuera a ser algo más divertido. Este centro comercial también es conocido por tener el Carrefour de Torrevieja al lado y por ser una zona comercial donde en agosto te encuentras con el doble de madrileños que de alicantinos. Está bien situado: tiene acceso directo desde la carretera principal, la N-332, justo a la entrada de Torrevieja si vienes desde Alicante. Una vez pasada la última rotonda de La Mata, y siguiendo por la nacional, has de coger la primera salida hacia "centros comerciales" y ya desde ahí no tiene pérdida ninguna. Hay muchas plazas de aparcamiento en varias zonas, pero si vas en hora punta el tráfico puede ser caótico desde que coges la salida de la nacional, hasta que consigues pasar la rotonda que ordena el tráfico hacia la zona comercial.

Mapa de llegada desde Alicante, N-332.


El cruising no está en los aparcamientos ni al aire libre, sino dentro del centro comercial, en los aseos. Hay dos zonas diferenciadas:

1) Los baños de la última planta del propio Habaneras, cercanos al Jack & Jones. No son los más transitados, ni lo más vigilados, por eso son los mejores del centro para tener algo. Hay dos tácticas: o bien en los urinarios de pie echas alguna mirada furtiva en busca de complicidad, de forma disimulada al principio, o bien si ya has ligado en el centro comercial, subes aquí, te metes en las últimas cabinas y esperas.

2) En el Carrefour. Hay dos aseos donde suele haber cruising, en los más cercanos a la entrada principal, al lado de una cafetería, o justo los de la otra punta. Estos últimos son más tranquilos y mejores para irte con el ligue y encerrarte en uno de los cubículos.

CC Habaneras por la noche. Torrevieja.
Los fines de semana suele estar lleno de gente y familias, así que es mejor apostar por la discreción y hacer lo que se tenga que hacer en los cubículos con el mayor sigilo posible, que últimamente la gente anda muy sensibilizada con el tema.

El cancaneo en esta área comercial no es algo mayoritario ni evidente, al contrario. Es un cancaneo más bien disimulado, discreto y minoritario. Vamos que si nunca has ido de cruising, quizá no es el mejor sitio en el que probar suerte por primera vez, ya que corres el riesgo de irte a casa con las mismas ganas con las que has llegado. 

El caso es que estando en el Jack & Jones encontramos algo de ropa que nos convencía, solemos ser bastante de esta tienda y encontramos algunas deportivas, un bañador, algunos piratas y unas cuantas camisetas rebajadas. Mientras dejaba a los indecisos de mis amigos dando vueltas por la tienda, me fui al probador. Me desnudé, quedándome en calzoncillos y me probé los pantalones-pirata color tejano. Abrí la cortina pensando que no habría nadie para mirarme al espejo más cómodamente y justo en el momento en el que estoy en el pasillo mirando si me convencen los pantalones o no, sale un chico de dos probadores más allá, me mira y me sonríe. Era un chaval de unos 20-22 años, delgado, bajito, guapete, moreno y con cara de malo, de pillo. Lejos de cortarme me quedo allí mirándome en el espejo y entro al probador, no si antes echarle una mirada al chaval que me seguía mirando. Me quito los pantalones, quedándome en calzoncillos slip blancos, saco la cabeza y localizo al chaval que sigue allí esperando no se muy bien el qué:

— Perdona, ¿me echas una mano? —le digo, sacando la cabeza del probador.
— ¿Cómo? —contesta, nervioso, el chaval.
— Que si me puedes ayudar.


El chaval se acerca y se queda mirándome desde la entrada del probador, siendo absolutamente incapaz de evitar mirarme el paquete y de recorrer mi cuerpo con su mirada en cuestión de dos segundos. 

— Mira, a ver si me puedes traer una talla menos —le digo.
— ¿Cómo? —vuelve a repetir, incrédulo.
— Que si me puedes traer una talla de menos, ¿es que no trabajas aquí? —le digo, sabiendo perfectamente que no lo hacía.
— No, eh, no... yo... bueno... solo estaba recogiendo la ropa que me había probado...—dijo, entre titubeos.
— ¡Ah! Perdona chaval, te había confundido, como vas entero de la marca —dije, con una sonrisa.
— Pero te puedo ayudar, ¿eh? —se ofreció, ante mi sorpresa.


Y cogiendo los pantalones de mi mano, con la cara completamente roja, salió de allí a toda prisa dispuesto a cogerme una talla menos. Volvió en menos de un minuto con la prenda en cuestión.

El Jack & Jones, en la última planta, al final, debajo del letrero "Habaneras"


— Aquí tienes, espero que te siente bien —dijo, con evidente timidez.
— Espera, que me lo pruebo y me das tu opinión, ¿va? —le dije.

No hubo respuesta. Allí se quedó sin decir nada tendiéndome los pantalones. Los cogí, me di la vuelta, me agaché exagerando un poco y sin quitarle ojo a través del espejo vi como tampoco pudo evitar mirarme el culo. Me los probé y le pregunté por su opinión:

— Sí, eh, creo que... bueno... te están bien, ¿eh? —dijo él.
— ¿Seguro? ¿No crees que me aprietan un poco? —dije acercándome mucho a él.
— Eh... no... yo... creo que es tu talla...—titubeó, mucho más nervioso.
— Mira, coge por aquí, ¿me está bien? —le dije, cogiendo su mano y poniéndola en el espacio que quedaba entre el pantalón y mi pubis.
— Sí, sí... te está bien, seguro —dijo, temblándole las manos.
— ¿Marcos? —oí la voz de Sergio entrando a los probadores.


Ese radar que tenemos muchos para identificar si la persona que nos mola puede tener algún interés en nosotros, ser gay, bi o al menos curioso, no es un mito. Existe y a mí siempre me ha funcionado sin margen de error. Y estaba claro que a aquel chaval le molaba y que mi instinto de caza se había activado.

— Bueno... que... ¡hasta luego! —dijo, aún nervioso, viendo a Sergio y Dani acercarse.
— ¡Muchas gracias por tu ayuda, tío! —le respondí.


Las miradas de Sergio y Dani al entrar al probador y mirarme a los ojos me lo decían todo, no hacía falta comentar más cosas porque habíamos llegado a ese punto de nuestra relación en la que nos leíamos las miradas. Me vestí, les dejé mi ropa para comprar allí y me marché a dar una vuelta y ver si encontraba a mi presa. Total, Sergio y Dani aún tenían que probarse todo y decidir si les gustaba. Qué cruz.

No tuve que caminar mucho. Nada más salir de la tienda, enfrente, estaba el chaval haciendo que miraba el móvil, pero sin quitar ojo a la entrada de la tienda. Me acerqué a él sin dudar:

— Oye, perdona otra vez, pero... ¿sabrías decirme donde hay unos baños por aquí?

El chaval alzó la vista y me miró fijamente.

— Ah, hola. ¿Al final te has comprado los piratas? —dijo.
— Sí, me fío de tu opinión. Si no, ya se donde encontrarte jeje. Pero lo dicho, ¿unos baños por aquí? No me aguanto más —insistí.

Era absurdo. Los baños estaban muy cerca, los veía perfectamente, pero todo formaba parte del plan:

— Sí, claro, los tienes ahí mismo —dijo, señalándolos.
— Gracias de nuevo, tío.


Me dirigí a los baños y justo antes de acceder me di la vuelta y, efectivamente, el chaval no me quitaba ojo. Le guiñé un ojo y me metí. No eran muy grandes, pero estaban casi vacíos, esa zona no estaba muy transitada. Me metí en el último cubículo, que estaba sorprendentemente limpio, entorné la puerta sin cerrarla y me quité los pantalones. Me senté en la taza frente la puerta y me empecé a sobar el paquete para ponérmela dura. No tardé en escuchar unos temerosos y lentos pasos que accedían al baño y se paraban en cada cubículo. O era un guardia de seguridad y me esperaba bronca o era el chaval. Me puse nervioso, pero decidí mantener el riesgo. Vi cómo alguien se paraba frente al cubículo donde yo estaba y, mirando sus pies por debajo de la puerta entornada, vi que se trataba del chaval. Respiré y me apreté mi ya dura polla en el slip, mientras que con mi pie derecho abrí la puerta. Allí estaba él con esa cara de susto y miedo, a la par que de morbo completo, mirándome y abriendo ligeramente la boca en señal de asombro:

— ¿Quieres pasar? No tengo muy claro si me quedan bien o un poco pequeños... —dije, con voz baja, señalando a mis calzoncillos y a la punta de mi capullo que asomaba por encima.
— Yo... no soy... no...yo nunca he...—decía, desde la puerta sin quitar ojo.


Con firmeza me levanté, le agarré por el cuello y le forcé a pasar cerrando la puerta detrás nuestra. Creo que el hecho de verse ya dentro sin que nadie nos pudiera ver fue lo que le animó y con lo que consiguió dejar las dudas atrás. Me empezó a comer la boca con fogosidad y tardó menos de 5 segundos en bajar su mano a sobar mi paquete.

— Es la primera vez que hago esto, pero estás muy bueno —dijo, mirándome seriamente.

Acto seguido se puso de rodillas, me bajó los calzoncillos y se empezó a zampar mi polla con mucho ansia, ganas y muchísima saliva. Tanta que, junto con el líquido preseminal, se le escurría por la barbilla y caía en el suelo. Me apoyó contra la pared no sin antes sobarme el culo, se comió mis huevos con afán y volvió a la polla. No la comía nada mal, así que me dejé hacer. Se bajó la cremallera y se sacó una pequeña y delgada polla que no me ofreció en ningún momento. Se pajeaba sin dejar de chupármela, sudando como un condenado:

— Puedes correrte en mi boca si quieres —dijo.

No respondí, le agarré con las dos manos de su cabeza y le forcé a que siguiera el ritmo que yo le marcaba. Justo cuando estuve apunto de correrme le saqué mi polla de su boca, le empujé hacia detrás apoyándole en la pared de enfrente y con la piernas abiertas encima de su cara me pajeé y le llené toda la cara de leche. Pareció gustarle, de hecho, tras fijarme en su mano, comprobé que se había corrido. Todo en un silencio sepulcral, solo invadido por nuestros suspiros y gemidos.

Me di la vuelta para coger abundante papel higiénico, pero cuando me giré para ofrecérselo y ayudarle a limpiarse, vi lágrimas en sus ojos. Me agaché:

— ¡Eh! ¿Qué pasa tío? ¿Te he hecho daño? —dije, algo preocupado.
— ¿Daño? ¡Qué va! Es que siempre lloro cuando me corro, no lo puedo evitar —dijo con una sonrisa.


No era el primer tío que conocía que lloraba al correrse de puro gusto, así que no me extrañó. Una vez me puse los pantalones, le ayudé a limpiarse, a levantarse y con sigilo salimos del cubículo para lavarnos en el lavabo. Seguía sin haber nadie en los baños.

— Venga, que te invito a una caña y te presento a mis colegas —le dije.

Asintió y estuvimos tomando algo en una conocida franquicia de cervezas y pinchos. Manuel era la primera vez que iba de cruising. Había tenido más experiencias con tíos pero, de momento, no se consideraba gay porque decía que a él solo le gustaba chuparla, magrear, sobar y besar. Que eso de follar todavía no lo tenía claro. Era un chico tímido, de un barrio de Madrid y estaba en La Mata de vacaciones con la familia. Había leído acerca de sitios con El Moncayo o El Rebollo, pero nunca se había atrevido a ir porque no tenía amigos con quien ir y se veía tímido para ir solo. Así que, obviamente, nos ofrecimos a descubrirle un mundo nuevo que hoy en día adora. 

¿Y vosotros? ¿Tenéis alguna experiencias en este u otros centros comerciales? Compartid en comentarios.

6 de febrero de 2016

CAPÍTULO 143: FRENCH CONNECTION

Por lo general, el mundo del cruising es a menudo tachado de superficial, peligroso, frívolo, vacío e insustancial. Quienes le ponen estos adjetivos son en su mayoría personas que hablan desde la distancia de lo desconocido, independientemente de su sexualidad, y además añaden calificativos a las personas que lo practican que van desde sucios, guarros, obscenos, viciosos hasta otros mucho más fuertes. Insisto, siempre hablando desde la barrera, o al menos en la mayoría de los casos. Sin embargo, siempre me he planteado la siguiente reflexión: ¿cuál es la diferencia entre practicar sexo con un desconocido que conoces en una discoteca en una noche de juerga y practicar sexo con un desconocido que conoces en un área alejada de sexo? ¿Que una está al aire libre y la otra a cubierto? ¿Es que no estamos hablando de lo mismo? Pues parece que esto no entra en la cabeza de muchas personas. En los casos que conozco, los lugares de cancaneo que ilustran nuestras aventuras ocurren en lugares al aire libre, sí, pero alejados y discretos de la civilización. Vamos que, por ejemplo, en la pinada del Rebollo no van a pasar familias ni niños jugando accidentalmente, no existe esa posibilidad, no se molesta a nadie. 

Lo cierto es que, a pesar de mis firmes convicciones al respecto, hace mucho tiempo que decidí dejar de compartir mis experiencias sexuales con mis amigos (de todo tipo, heteros y gays). Me di cuenta hace muchos años que si venía uno de mis mejores amigos y contaba delante del grupo que se lo había hecho con dos chicas en un portal de Huertas saliendo de marcha, las reacciones de los demás eran de cierto asombro positivo y ánimo al respecto. Ahora, si yo contaba que el fin de semana pasado había ido al Cerro de los Ángeles y me lo había hecho con un tío en la caseta abandonada, las miradas eran de cierto recelo y el tema se cambiaba bastante pronto. Y con mis amigos gays era incluso peor. En general, no se entiende que te guste ir de cruising. Las críticas no tardan en aparecer y la opinión sobre uno mismo cambia. Pero como a mí eso siempre me ha importado tres narices, no he cambiado mi forma de ser, ni mis sitios de ligar por lo que puedan pensar los demás.

En ocasiones, como la que hoy nos ocupa, es una pena no poder compartir experiencias que son a la vez morbosas y bonitas. Yendo de cruising se conoce mucha gente interesante: desde aquellos con los echas un polvo fugaz y no los vuelves a ver, pasando por los que quieren repetir y culminando con auténticas amistades y compañeros de viaje. Eso fue justo lo que nos pasó con Cédric y Gérard. 

Normalmente, en la pinada del Rebollo la mayoría de las personas estamos caminando tranquilamente de un lugar a otro viendo qué se cuece, intercambiando miradas, buscando nuestro prototipo, sentándonos de cuando en cuando... También hay personas que aprovechan para extender su toalla y pasar allí la tarde o la mañana, en lugar de hacerlo en la playa. Nosotros solo solemos ponernos con las toallas dentro fuera de verano, porque en los meses fuertes de verano el calor resulta insoportable para pasarte allí dentro toda una tarde o toda una mañana. Ese día, caminando, nos dimos cuenta de que había cierto agrupamiento en torno a un punto en la parte exterior de la zona de afluencia, la más cercana a la playa pero aún cubierta por los bajos pinos. Vimos a un par de chicos de piel blanquecina y aspecto extranjero que estaban desnudos, apoyados en una rama con sus toallas a los pies, meneándose dos buenas pollas en estado morcillón. Algún tío se animaba y se acercaba a tocarles, otros simplemente miraban, con alguno se enrollaban y se ponía de rodillas para hacer otro tipo de favores... Hasta el momento en que nuestras miradas se cruzaron. Hubo como un flash, como una chispa, algo que hizo 'click' dentro de nuestras mentes. Nos quedamos mirándonos los cuatro, se dibujó una sonrisa en nuestras caras y entendimos que se había producido una conexión. Algo así como un flechazo sexual a primera vista. Sin embargo, ellos estaban dando polla a un chaval que mamaba con rapidez y nosotros seguimos nuestro camino.

Unos minutos después, dada nuestra poco fructífera búsqueda, volvimos a pasar por allí y esta vez la pareja estaba sola. Ambos tendrían más de 35, pero menos de 40. Uno de ellos, el que más me atraía, era alto, con barba muy recortada, delgado, varonil, atractivo y con la polla gorda y de buen tamaño. El otro era algo más bajito, castaño claro casi rubio, piel más blanquecina, delgado pero fibrado, menos guapete, polla delgada pero más larga y buen culo redondo. Nos paramos delante de ellos, nos sonrieron (sobre todo el rubio) y se dirigieron a nosotros es un incomprensible francés. Mira que me han gustado los idiomas siempre, pero lo mío con el francés como idioma es una historia de amor y odio. Sin embargo, a Sergio se le daba bien y se puso a charlar con el rubiete, mientras yo me acercaba al más alto, que hablaba un español bastante decente, lo suficiente para poder comunicarnos. No hablamos mucho porque enseguida me empezó a sobar sensualmente el torso y yo no tardé mucho en bajar mi mano a su polla, cogerla como quien va a ordeñar y masajearla hasta que la tuvo muy dura. Para ese momento ya nos estábamos comiendo las bocas, tenía el bañador en los tobillos y lo mismo hacía Sergio con el rubiete

Extendimos nuestras toallas al lado de las suyas y los cuatro, bastante apretados, nos tumbamos juntos: Sergio y yo de espaldas y boca arriba y nuestros amigos franceses encima nuestra haciéndonos un 69. Estaban en una buena zona porque era totalmente arenosa y cobijada a la sombra, pero era de las menos discretas del lugar. Y, claro, cuatro tíos dándolo todo en un día clave como aquel significaba tener muchas miradas, tanto que cuando abrí los ojos aprovechando que le estaba comiendo los huevos, vi un enorme círculo de personas y pollas erectas a nuestro alrededor. Me sorprendió ver por allí a parejas a las que nunca antes había visto hacer nada más que andar y a hombres de todas las edades pajeándose con la escena. No me importó y seguimos a lo nuestro. Quise tantear el culo de mi francés, pero no me dejó y en su lugar intercambiamos la posición, estando ahora yo arriba con mi culo en su cara y siendo él quien me comía el culo y me hacía dedos mientras yo seguía amorrado a su pollón, que casi no me cabía en la boca. Cuando dejaba de hacerme dedos para meterme su húmeda lengua, aprovechaba y me pajeaba lentamente con su mano libre. En el caso de Sergio y el rubiete, era el francés quien estaba mamando la polla de Sergio como quien se toma un biberón que no quiere soltar. Empecé a sonreír al rubio y mi francés me puso a cuatro patas, colocándose detrás mía, siguió comiéndome el culo, mientras el rubio me daba polla por la boca y Sergio se colocaba debajo de mí para chupármela. La mezcla de sensaciones que tuve en aquel momento fue indescriptible: la lengua de mi francés en mi culo, la polla del otro francés en mi boca y la boca de Sergio en mi polla. Claro, así pasó, que se me saltaron las lágrimas de puro placer justo en el momento en el que le llené a Sergio la boca de leche. El pobre, al estar tumbado boca arriba como un mecánico que revisa los bajos de un coche, se atragantó al recibir toda mi leche y al toser, salió despedida a las toallas. Esto, debió poner tan cachondo al francesito rubio que me daba polla por la boca, que se la sacó y, pidiendo permiso muy educadamente, se corrió en mi cara con una breve paja. Me limpié rápidamente, me di la vuelta poniéndome de rodillas, tumbé boca arriba al francés que me había estado comiendo el culo y le hice una mamada aprentándole sus cojones con mi mano libre hasta que se corrió, también, con una paja hecha con mi mano derecha que duró poco menos de diez segundos. Para entonces el círculo de mirones a nuestro alrededor ya se había disipado casi por completo.




Sacaron unas toallitas húmedas con las que nos limpiamos y nos invitaron a quedarnos con ellos allí, tumbados en las toallas de charla. La conversación era difícil, pero fluida, porque Sergio me tenía que traducir muchas cosas y después traducir lo que yo quería decir. Con Cédric, el alto varonil, era fácil porque su español era bueno, pero es que Gérard no sabía decir poco más que "hola", "adiós" y "por favor". Y como quien no quiere la cosa nos tiramos allí de charla hasta que el sol se puso y nos tocó recoger para volver con luz al aparcamiento. Ambos eran de un conocido barrio de París, más o menos tenían sus profesiones encauzadas y eran varoniles, sin apenas pluma (por no decir nada). Gérard era muy cariñoso: nos abrazaba y besaba constantemente, nunca he conocido a nadie tan mimoso yendo de cruising, era puro amor. Hasta tal punto de que cuando follabas con él te miraba con esa cara de enamorado que solo te mira tu pareja, lo que incluso resultaba un poco incómodo. Cédric era mucho más despegado en ese sentido, muy amable y conversador, pero despegado. 

Aquella era su única semana de vacaciones por allí. Nos comentaron que habían estado por la zona hacía muchos años y que notaban un bajón de gente joven considerable. Les apasionaba el mundo nudista, de hecho sus vacaciones de verano anuales consistían en visitar lugares nudistas de Europa, como la Playa del Rebollo en aquel año. Repetimos pajas, mamadas, magreos y morreos todos y cada uno de los días que estuvieron allí, dando espectáculo en la pinada porque a los franceses les daba morbo ser vistos. Y a nosotros eso nos daba igual, ni nos excitaba más, ni nos molestaba. El último día fue, sin duda, el más especial. 

Durante la semana parecía que tenían cierta reticencia a follar. No les importaba hacer cualquier otra práctica, pero no se animaban a decir la palabra. Y no sería porque no habláramos. A pesar de que me encantaba cómo Cédric me comía el culo y sentir sus gruesos dedos dentro de mí, ya tenía ganas de que me follara bien follado. Mi lado pasivo solía despertarse con tíos como él. Así que el último día antes de su marcha los llevamos a un lugar más apartado de la pinada, donde apenas pasaba gente. Hicimos nuestra particular 'cama' de 4 toallas juntas, nos desnudamos y tras una serie de mamadas y pajas entre 4, de sudor que caía por nuestras pieles le dije a Cédric que quería que me follara. Y Sergio le dijo a Gérard lo mismo. Gérard era más pasivo, pero accedió a follarle. Sergio y yo nos colocamos lado a lado a cuatro patas en las toallas, mientras nuestros chicos franceses nos comían los culos con auténtico fervor. Sacaron un par de condones de una marca que no había visto en mi vida, se lo colocaron y empezaron a introducir sus miembros en nuestros culos. Gérard ya estaba dándole caña a Sergio, mientras Cédric hacía esfuerzos por tratar de meterme su gruesa polla. Necesité muchísima saliva y paciencia (nos olvidamos el lubricante) para que me metiera todo su capullo dentro y, una vez lo tuve dentro y sentía escozor, empecé a pajearme y con un golpe de cadera absorbí todo su rabo dentro. Hacía tiempo que no me dolía tanto, pero tras minutos y minutos de saliva, dedos y paciencia, ya tocaba dar un golpe de efecto. Ese movimiento de cadera debió de poner bien cachondo a Cédric, que se animó a follarme con suavidad y normalidad hasta que mi culo, por fin, se acostumbró a aquel grosor y pudo aguantar un ritmo superior. Cédric me agarraba con una de sus manos por el cuello forzándome a levantar levemente mi espalda porque le ponía cachondo que se me marcaran los músculos de la parte inmediatamente inferior al cuello. Me caía el sudor a raudales  justo cuando Gérard y Sergio terminaron su polvo, pero lo cierto es que no pude prestarles mucha atención. Cédric avisó de que le quedaba poco para correrse y decidí cambiar de posición. Le tumbé boca arriba y me senté en su polla para controlar la situación, para cabalgarle y marcar el ritmo. El pobre Cédric ya ponía los ojos en blanco de placer, así que aceleré la marcha y le dije que me pajeara. Nos corrimos casi a la vez, primero él eyaculando dentro de mi culo (con el condón) y después yo al sentir como algo caliente (su leche) inundaba aquel protector de plástico dentro de mi culo. Mi corrida le llegó hasta la barbilla, siendo la más abundante de toda la semana. 

Tras limpiarnos de nuevo, nos tumbamos allí los 4, cuerpo a cuerpo: Cédric, un servidor, Gérard y Sergio. Mientras hablábamos y contemplábamos el cielo azul, volvíamos a morreranos entre nosotros, ésta vez de una forma menos desenfrenada y algo más pasional. Ya os dije antes que especialmente Gérard era muy cariñoso. Aún habría tiempo aquella tarde, ya a última hora, para un intercambio último de parejas con Gérard haciéndome una exquisita mamada de despedida y Sergio haciéndole lo propio a Cédric. Y me volví a correr. Lo digo porque correrme dos veces en una misma tarde siempre ha sido algo poco habitual en mi, puedo follar, dar rabo y disfrutar, pero correrme una segunda vez es complicado y aquella tarde Gérard se esforzó en dejarme sin leche en los huevos. Cédric también se volvió a correr con la mamada de Sergio, diciendo de cachondeo que le habíamos dejado agotado. Me hubiera gustado haber podido tomar una foto de los cuatro, allí tumbados boca arriba, totalmente desnudos en medio de aquel paraje de pinos, con sonrisas tontas en nuestras caras. 

Aquella última tarde de su visita a España sería la última, hasta día de hoy, en que nos veríamos, pero lo cierto es que conservamos una buena amistad que no solo se limita a tenernos agregados en redes sociales, sino a llamarnos y escribirnos asiduamente. 

Nuestra conexión francesa de aquel verano será algo que nunca olvidemos y que volveremos a recibir con gusto en sus próximas visitas. 

1 de febrero de 2016

CAPÍTULO 142: BÁJATE AL PILÓN

Sergio y yo estamos unidos por muchas conexiones e ideas comunes, pensamos parecido en varios aspectos de la vida y, aunque tenemos un carácter distinto, nos compenetramos bastante bien. No solemos discutir demasiado, más allá de los roces normales de dos personas que lo comparten absolutamente todo y quitando también los momentos en los que confundimos sentimientos. A la hora de elegir chicos yendo de cruising tampoco tenemos problemas porque, más o menos, coincidimos en el ideal de chico u hombre que nos atrae y nos excita. Y digo 'hombre' porque si hay otra cosa que compartimos es que desde siempre nos han atraído también los maduros; esos maduros que están en la cuarentena, pero que se cuidan, se preocupan por su forma física, por resultar atractivos y tener las ideas bastante claras. Vamos que, saben lo que quieren, cómo lo quieren y cuándo lo quieren. También aprendimos juntos a dar más importancia al morbo de una situación que un tío buenorro de por sí. Además, Sergio y yo también coincidimos en que nos gusta llevar la iniciativa. Tras los primeros años en los que éramos más cortados, tímidos y nos dejábamos llevar, ahora nos gustaba eso de ser nosotros los que dieran el paso adelante con los tíos que nos gustaban. Por todo esto es quizá por lo que lo que ocurrió en esta historia nos acabó chocando.


Animado por lo que me había sucedido dos días atrás, mi reencuentro con Vicente diez años después sin reconocerle, Sergio me pidió pasar aquella tarde en la playa del Moncayo. A mi me apetecía ir a Calblanque con el coche, justo después de comer, pero Sergio me convenció para dejar la excursión para el fin de semana. Nos preparamos y a eso de las 5 de la tarde salimos camino a una de nuestras playas favoritas, con la salvedad de que al llegar nos encontramos con la sorpresa de que 'nuestro sitio' estaba ocupado por un grupo de cuatro o cinco chavales evidentemente gays, de entre 18 y 22 años. Desde que habíamos pasado el último chiringuito ya nos miraban a lo lejos y no dejaron de cuchichear y de hacer gestos exagerados mientras poníamos nuestras cosas unos metros más allá, dejando el suficiente espacio para estar todos cómodos. No se si creían que no nos dábamos cuenta o realmente su plan era pasar lo menos desapercibidos posible. Ajenos a la situación, nos tumbamos en las toallas frente al sol en aquella tarde despejada para broncear nuestros cuerpos y pusimos un poco de música en un altavoz bluetooth que solíamos llevar. En qué hora se nos ocurrió: el grupito de chavales empezaron a hacer el ganso mucho más que antes y a bailar y gritar (si es que podemos decirlo así) con cada canción que sonaba en nuestro altavoz. Primero, bajamos el volumen. Y la consecuencia fue que cogieron sus bártulos y se acercaron un poco a nosotros. Lo segundo fue quitar el altavoz. Y en qué hora se nos ocurrió. En un atisbo de buen rollo generalizado pusieron las toallas a poco menos de un metro nuestra y nos empezaron a dar conversación sobre la música que poníamos, la zona, si estábamos en el hotel, si éramos de por allí y para terminar si sabíamos qué ocurría en la caseta derruida que se veía más arriba. Me dan rabia estos encuentros forzados en los que la gente se ve obligada a poner la mejor de sus sonrisas y dar cháchara; llamadme borde o antisocial, pero mis ganas de seguir hablando con aquellos chavales eran nulas y en ningún momento lo disimulé. Sergio en eso era distinto, le gustaba más dar coba. Para ese momento los dos chavales más habladores del grupo me habían dicho que era muy serio, así de coña y a mi el temperamento me subía por momento, pero me dije: Marcos respira y vete a nadar.

Dejé a Sergio como nuestro relaciones públicas y aprovechando la calma del mar me fui nadando hasta las boyas y allí me hice unos cuantos largos para descargar tensiones. Al volver me quedé secándome al sol en la orilla del mar, mientras oía cómo charlaban animadamente y uno de ellos se tomaba la licencia de darle al 'play' de nuestro altavoz. Me dirigí hasta allí y me tumbé boca abajo en mi toalla, sin prestarles mucha atención:

— ¡Vaya paquete nene! —dijo uno de ellos, con risa histriónica, a la que me agachaba para tumbarme.

Pasé de hacer comentario alguno y giré la cabeza para el otro lado sintiendo cómo los rayos del sol calentaban mi espalda. Minutos después le pedí a Sergio que me echara un poco de crema solar:

— ¡Ya se la doy yo! —dijo el mismo chico que había exclamado antes por mi paquete.

Sergio me miró con cara de gato que quiere subirse al regazo de su dueño. Esa mirada que decía que me dejara echar la puta crema y mantuviera el buen rollo. Pero no. 

— Tu a mi no me vas a echar nada, así que quédate donde estás o, mejor, vuélvete donde estabas antes, que allí estabais muy bien —dije de forma serena, lanzando la crema a Sergio.

Sergio les miró, cogió la crema, se tumbó encima de mi culo y empezó a restregarme la crema mientras los chavales, en silencio y serios, se levantaban y recogían sus cosas:

— ¡Hasta luego Míster Simpatía! —me dijo el mismo chico, con la misma vocecilla que taladraba la cabeza.

— Déjalo ya —le dijo uno de sus amigos.

— Que te den chaval —dije yo. 

Se marcharon rumbo al hotel. No soporto que la gente se tome licencias que no tiene para tocar cosas que no son suyas, hacer comentarios que nadie les pide y creerse con una confianza que nadie les ha dado. Y no soporto la pluma exagerada, lo siento de veras por ser políticamente incorrecto, pero es algo que me saca de mis casillas. Respeto la pluma natural, la que sale del cuerpo con total naturalidad, ¿pero esta gente que la exagera tanto a propósito? Bien por ellos si así se sienten felices, pero conmigo no va.

Sergio se ocupó de relajarme con un masaje con crema que empezó por la espalda y me acabó dejando en bolas en aquella playa textil. Esta zona de la Playa del Moncayo fue mixta hasta mediados de los 90, cuando las urbanizaciones y la gente empezaron a quejarse y la moda acabó. Y allí tenía a Sergio sobándome el culo, las piernas y los huevos con total naturalidad, como quien no quiere la cosa. Lo cierto es que nadie nos miraba y como estaba boca abajo no se veía lo dura que tenía la polla en aquel momento. Le dije a Sergio que recogiera todo y en un momento que apenas paseaba gente por delante nuestra, me levanté y a paso rápido cogimos la rampa de madera y nos subimos a la pinada. No me vestí y la dureza de la polla no me bajó del todo. Cuando estábamos cerca de la caseta, entre los pinos en cuesta, apareció un hombre con gafas de sol, camiseta ceñida de deporte Kalenji y unos shorts azules oscuro que le hacían un culo y un paquete tentadores. Sería un hombre de unos 40, atractivo, varonil, de facciones marcadas, no muy alto y de cuerpo cuidado. Me cogí la polla y la meneé en el aire para llamar su atención, mientras Sergio se bajaba también el bañador. Una mirada rápida entre ambos fue suficiente para confirmar que aquel tío nos molaba a los dos y que nos apetecía tenerle de rodillas comiéndonos las pollas. El hombre se acercó, nos saludó con voz grave y con ambas manos nos cogió a cada uno de nuestras respectivas pollas y nos empezó a pajear con suavidad:

— Qué buenas pollas tenéis, estáis bien buenos —jadeó en un susurro.

Soltó mi polla aguantando la de Sergio y con la mano libre se la llevó a su paquete para restregárselo, una vez la tuvo dura se la sacó bajándose aquellos shorts azules y dejó vernos una polla de unos 17 centímetros, gorda, muy morena, sin circuncidar y con un pellejo que subía y bajaba sin problemas, finalizando en unos buenos cojones apretados con forma de melocotón. Se soltó la polla y con esa mano libre me acarició la cara y me metió uno de sus gruesos dedos en la boca para que, sensualmente, se lo chupara. Después me cogió del cuello y haciendo una ligera fuerza hacia abajo dijo:

— Bájate al pilón guaperas, mamanosla a los dos.

Me quedé un poco desubicado porque en la mayoría de los casos este tipo de hombres buscan ser ellos los que se bajen al pilón a mamar y era lo que en principio me apetecía, pero la situación y el morbo habían cambiado rápidamente y mi boca salivaba como la de un perro con hambre al ver una buena salchicha. Así que mirándole a los ojos me arrodillé en la arena abriendo bien las piernas y se la fui a chupar, pero no me dejó:

— Abre bien la boca, que te la vamos a follar.

Se acercó a mi un poco más y me introdujo su dura y caliente polla poco a poco en la boca, haciendo él todo el movimiento de meter y sacar mientras que yo solo daba forma a aquello y usaba la lengua todo lo que podía. Puso a Sergio a su lado cogiéndole de la cintura, pegándole a él, y le invitó a que también me follara la boca e hicieran turnos. A mi aquello de estar de rodillas con aquel tío tan varonil y Sergio al lado, ambos follándome la boca, sin


poder decir nada me puso burrísimo y empecé a tomar la iniciativa y comerles bien a los las pollas. Cuando aquel hombre estaba cerca de correrse, porque no dejaba de soltar líquido preseminal, me cogió de la cabeza con las dos manos y dando buenas embestidas me folló la boca rápidamente, bajando de vez en cuando a sobarme el culo con su mano derecha. Sergio se pajeaba y dijo estar apunto de correrse:

— ¡Espera! —dijo el hombre.

Me sacó la polla de la boca:

— Échate para atrás —me ordenó.
— Me corro —susurró a Sergio.

El hombre de nuevo cogió a Sergio de la cintura y empezaron, justo encima de mi, la paja final. Se corrieron prácticamente a la vez pringándome la cara y el pecho de su caliente leche, la del hombre bastante más espesa y abundante. El ver cómo aquella polla expulsaba aquellas ráfagas de semen fue lo que me hizo alcanzar el clímax y con una breve paja me corrí allí en suelo arenoso, pringándole al hombre parte de su pierna izquierda. 

Me ayudaron a levantarme porque estar tanto rato con las piernas en aquella posición me resultaba imposible y nos ofreció un par de toallitas húmedas que llevaba en pequeños sobres individuales, para limpiarnos.

— Qué bueno chavales —dijo jadeando, aún.
— Ha estado bien —dije yo, sonriendo.
— Me gustaría repetirlo con más calma... ¿Folláis también o solo mamadas? —preguntó.
— Él es versátil y yo soy más pasivo —dijo Sergio.
— Vamos, que sí —dijo el hombre sonriendo.
— Sí —dije yo.
— Escuchad, si os parece intercambiamos teléfonos y cuando mi mujer se vaya por allí os venís y follamos más cómodos, si os apetece —se ofreció.

Así que eso hicimos. El hombre nos ponía cachondos y nos apetecía tener una segunda parte con él. Se marchó hacia el aparcamiento de la caseta y nosotros nos pusimos el bañador para ir a la playa. 

De vuelta a casa pasando por los chiringuitos vimos al grupo de chavales de antes, ahora vestidos de fiesta, tomando unos mojitos con abundante escándalo. Al pasar por delante nos señalaron y empezaron a cuchichear, así que les saludé con la mano con total normalidad y se quedaron en silencio. No les volvimos a ver.