Cuando tienes un padre al que le apasiona la política, la vive y la disfruta, es imposible no caer en la tentación de conocer un mundo nuevo lleno de oportunidades. Mi padre, ya desde antes de montar la empresa, siempre tuvo unas ideas muy claras y desde joven fue pasando por partidos políticos con los que se identificaba en mayor o menor medida, hasta que dio con uno con el que comulgaba en la mayoría de los aspectos y desde ahí fue creciendo poco a poco hasta ganar peso en su ejecutiva regional y ser, incluso, miembro de la lista electoral regional y, finalmente, elegido diputado autonómico. La época de mayor ascenso de mi padre dentro de la política coincidió con mi último año de instituto, en 2º de bachillerato, y lo recuerdo como una época en la que mi padre apenas estaba en casa. Mi madre, que al principio se quejaba, se dejó seducir por un nuevo círculo de amistades que le proporcionaban un abanico nuevo de tardes de ocio tras el trabajo, que no conocía. Además, con un hijo ya criado y sacándose los estudios bien, sentía que tenía tiempo para abrazar ese mundo que estaba catapultando a su marido a una relativa cuota de poder. Eran fines de semana en los que mis padres se marchaban a convenciones, actos de partido, reuniones internas, cenas, actos con afiliados... Que luego pasaron a ocupar buena parte de sus tardes entre diario. No voy a negar lo evidente y es que el hecho de que mi padre fuera un empresario de relativo éxito, al que le iban bien las cosas conseguidas con su sudor y esfuerzo, le abría muchas puertas en aquel partido político. Cuando le ofrecieron entrar en la ejecutiva regional aún quedaban unos años para las elecciones autonómicas, pero ya se hablaba de que iba a haber un cambio de candidato y que había que tener a las bases movilizadas.
Ahí fue cuando empecé a entrar al juego. Una tarde de un lluvioso mes de enero, de hace ya bastante más de una década, mi padre me comentó que sería ideal que su hijo, es decir, yo, empezara a asistir a algunas reuniones de la directiva juvenil. Dicha directiva apenas tenía presencia destacada en la zona sur de Madrid, donde vivíamos y lo cierto es que me empezó a picar el gusanillo. La primera reunión a la que asistí fue un poco desoladora, ya que apenas había gente y la gente que había era el prototipo más típico del partido que más que atraer a jóvenes, los asustaba. Y un servidor, que aunque era educado nunca se había callado, dijo lo que pensaba con la seguridad de ser "el hijo de" al que no iban a poder apartar si no decía "sí, bwana" a todo lo que en aquellas tristes reuniones se acordaba. Pronto empecé a hacer gracia y destacar por mi carácter, que nadie esperaba, y no tardé en tener un puesto de cierta responsabilidad en la organización juvenil. Sin descuidar los estudios y la preparación para selectividad, comencé a asistir con mi padre a la sede central de partido y allí conocí a un chaval que aún no llegaba a los 30 años y ya era alcalde de su pequeño municipio, aún más al sur del sur de Madrid. A él le llamaremos Fabián.
Además de haber llegado a la alcaldía tan joven, era coordinador de la zona sur del partido y congeniamos enseguida. Él era un chulo en toda regla: alto, pelo engominado, guapo a rabiar, buen cuerpo y buena planta, tanto que nunca he conocido a nadie a quien le quedara tan bien un traje como a él. Aparte de su imponente físico, era un embaucador con mucha labia. No se callaba nada, era cercano, simpático, directo, de los que caen en gracia enseguida y con quien te irías de cañas sin dudarlo. Una vez lo conocías, no te quedaban dudas de por qué había conseguido un resultado tan aplastante en sus primeras elecciones como candidato de su pueblo. En la primera reunión con el en su despacho, estuve bastante cohibido. Una cosa eran reuniones sin importancia entre chavales que quieren cambiarlo todo y otra cosa era ese nivel de formalismo. Tanto que me había presentado allí con unos vaqueros ajustados, unas Reebok blancas de vestir y una camisa-polo azul marino de Blueberry. El resto de chavales y hombres que había por allí iban todos con traje o el que menos, con chinos. Al poco de comenzar la reunión con él, enseguida me dijo que me dejara de tantos formalismos y que mejor nos bajábamos al bar a charlar de todo un poco, que quería conocerme bien. Se quedó sorprendido cuando se enteró de que aún tenía 17 años y que me estaba preparando selectividad, pero le quitó importancia diciendo: 'mírame a mi, llegué a la alcaldía antes de los 30'. Me hizo muchísimas preguntas personales y ya, sí, después empezamos a hablar de cómo reactivar el partido en la zona. Me reuní con él dos o tres veces semanalmente durante 3 meses, más luego todos los actos en los que coincidíamos. Hablábamos a menudo, salíamos a tomar copas, tanto que se convirtió de la noche a la mañana en un amigo, más que un compañero de partido. Además, a mi padre le caía bien y le ponía como ejemplo de un chaval honrado que, pese a no haber acabado los estudios superiores, había conseguido que le votaran mayoritariamente. Con lo cual, no ponía pegas. Siempre me traía y me llevaba en su coche de gama alta o de pasajero en su moto de alta cilindrada, pagaba la mayoría de mis consumiciones sin pedírselo, me protegía y, aunque entonces no me diera cuenta, me había enamorado hasta las trancas de él.
Quizá me di cuenta de que sentía algo más que admiración política y amistad cuando en convenciones de partido siempre acababa rodeado de chicas jóvenes y no tan jóvenes que le tiraban los tejos sin mucho disimulo. Iban todas detrás de él. Había quien decía, incluso, que sería el próximo candidato autonómico si seguía pisando tan fuerte. Y yo me ponía bastante furioso con aquellas chicas a las que les faltaba poco menos que tirársele al cuello. En aquella convención regional que se hizo poco antes del examen de selectividad pasó algo que dio un vuelco a todo. Por supuesto, mis padres lo sabían y habían dado su consentimiento, pero lo que pasó allí me descolocó los esquemas. Era una convención de alcaldes y portavoces de municipios de la zona sur en un teatro de mediano aforo de Móstoles, tenía sitio reservado con mi padre y mi madre nada menos que en segunda fila, detrás de pesos pesados del partido a nivel regional y nacional. Fabián era el encargado de abrir el acto tras la música de rigor y la presentación de los altos cargos que nos acompañaban, no había nadie mejor que él porque sabía como ganarse al público con chistes y un discurso directo y alejado de formalismos típicos. En menos de diez minutos de discurso le habían aplaudido ya tres veces, sobre todo desde la organización juvenil, de la que el era coordinador de una sus áreas y, aunque no la presidía, todo el mundo sabía que la zona sur era cosa suya:
- Queridos amigos y amigas que hoy nos acompañáis en este importante acto de la zona sur. Aún estamos a dos años de las elecciones, pero hay que salir a por todas, hay que rejuvecener las caras, tener un discurso directo, sin complejos y sin miedos. Por eso, hoy, tengo que daros dos noticias. La primera, es que dejo la coordinación de la organización juvenil para centrarme en gobernar con acierto mi municipio, revalidar con mayoría en dos años y la segunda es presentaros a una joven promesa que me sustituirá con acierto al frente de la coordinadora.
Cuando Fabián pronunció mi nombre y apellido y me presentó delante de toda aquella gente, me quedé petrificado, sin saber reaccionar. ¿Cómo? ¡Si llevaba poco más de medio año formando parte de aquello! La sorpresa fue mayúscula, ya que la organización juvenil enmudeció y los aplausos tardaron unos segundos en arrancarse.
- ¿Pero cómo no me habéis dicho nada? -espeté a mis padres, que con su sonrisa, ya lo sabían todo.
- Vamos, sube, Marcos, coño, que te están esperando -me dijo mi padre.
Y allí, con la misma indumentaria con la que me presenté a la primera reunión con Fabián, subí a que me presentaran como nuevo coordinador de la zona sur. Afortunadamente no tuve que pronunciar ningún discurso ni cosas similares, simplemente un pequeño agradecimiento y un levantamiento de manos que significaba que el turno de Fabián terminaba y debíamos abandonar aquel escenario de madera.
- No has estado mal, Marcos -me dijo Fabián.
- ¡Venga ya, cabrón! ¡Estas cosas se avisan, joder! -dije, con las manos temblorosas.
- Estas cosas salen mejor cuanto más espontáneas son -dijo convencido.
Se acercó a mi y me dio un largo abrazo con el que pude sentir cada uno de los músculos de su cuerpo.
- A partir de ahora tu vida va a cambiar, pero tienes que seguir formándote a la vez que tomas la organización, yo te ayudaré -me dijo, en un susurro al oído - Tú vales para esto.
Obviamente Fabián estaba jugando conmigo, todo era parte de una estrategia que él tenía en mente para saltar a las altas esferas de la dirección regional del partido en el congreso que se celebraría después de las elecciones municipales, aún con dos años por delante. Veía que mi padre llevaba años subiendo peldaños y quería ganarse puntos de cara a una hipotética composición de listas, en las que él llevaría sus triunfos municipales como principal aval y sus contactos internos como ayuda extra e imprescindible. Yo era un total inexperto, un recién llegado al que muchos miraban con recelo, un chaval que no tenía idea de nada, pero al que le estaban regalando los oídos y modelando para que actuara a las órdenes de Fabián. Y yo de todo aquello no me daba la más mínima cuenta.
Alterné los meses hasta junio estudiando para selectividad, teniendo mis últimas experiencias con Lolo y Cata y dedicándole al partido cada vez más tiempo. Fabián se encargaba de tenerme absorbido haciéndome asistir a múltiples reuniones y actos, mandándome a asesores de protocolo para que me aconsejaran, cuando una vez más, me volvió a pillar por sorpresa, al acabar una extensa reunión:
- Oye, Marcos, confirma con tu padre que habéis recibido la invitación, ¿vale? -dijo, montándose en su moto, tras dejarme en el portal.
¿Qué invitación? Al hablarlo con mi padre me enteré de que Fabián tenía un hijo, estaba actualmente soltero, pero ya preparaba su boda con su futura mujer. Esa era la invitación, a su boda que llegaría en unos meses. Así que si alguna vez pensé en la más mínima posibilidad de tener algo con él (sabía que estaba soltero, pero nada de hijos o mujeres pasadas), con aquello perdí toda la esperanza, porque además, él de gay no tenía absolutamente nada (que no tiene por qué, pero es lo que piensas a los 17). Que me enterara de toda su situación familiar supuso un pequeño bache en mi repentina pasión por la política, pero no implicó que dejara de sentir una profunda atracción por él.
La cosa se complicó aún más cuando se enteró de que había aprobado la selectividad con unas notas bastante buenas. Nada más meterme en internet y ver las notas, antes incluso de poder llamar a mis padres para darles la noticia, Fabián ya lo sabía y era el primero en darme la enhorabuena por teléfono. "Ya sabes, contactos en la Consejería", me explicó. Y no ya solo eso, sino que me invitaba ese mismo sábado a celebrarlo "como Dios manda" en su chalet. Una casa en la que, por cierto, todavía no había estado, pese a aquella amistad tan absorbente en la que me había metido.
Mi madre empezaba a mostrarme signos de leve preocupación. Veía que apenas pasaba por casa entre la política, los amigos, el gimnasio y sobre todo, por Fabián; pero, de nuevo, era mi padre el que cegado por el propio Fabián quitaba hierro al asunto y la tranquilizaba:
- Y en esa fiesta a la que vas... ¿va más gente del partido? ¿Gente joven, como tú? -preguntaba mi madre.
- Sí, supongo... -decía yo tratando de mostrarme más convencido de lo que realmente estaba.
- Si bebéis y acabáis tarde, que no te traiga Fabián, ¿has oído? Te coges un taxi o duermes allí, que habitaciones tiene de sobra y si no que le llame tu padre -decía, preocupada.
Lo cierto es que no tenía ni idea en lo que iba a consistir aquella celebración que Fabián, supuestamente, se había encargado de organizar. Esperaba encontrarme a gente de la organización juvenil bien vestida, rollo cuando vas a bodas y tal, así que por primera vez en mi vida decidí ir con traje. Cuando mi padre me dejó delante del imponente chalet de Fabián me quedé asombrado por el poderío económico de aquel chico e imaginé que venía de familia acomodada, aunque si me ponía a pensarlo, en estos meses apenas había hablado de su vida. Llamé al telefonillo exterior, me abrieron la puerta sin responder, cerré, crucé el porche y una señora de unos 50 años me abrió la puerta:
- El señor le espera en la piscina, pase por la entrada, atraviese el pasillo y el salón y saldrá a la parte trasera. Estaré en la cocina para lo que necesiten.
Tal como dijo esa frase se marchó de la entrada, cerró la maciza puerta de madera cuando pasé y, en dirección opuesta a la mía, se perdió. "Vaya nivel", pensé. Escuché a lo lejos que Fabián me llamaba, así que avancé y contemplé boquiabierto la decoración de la casa. Estaba absorto mirándolo todo cuando Fabián me llamó por segunda vez. Le respondí que ya iba (siguiendo la procedencia de la voz) y atravesé la entrada, un pasillo, el salón y la terraza para salir a la parte trasera y encontrarme con Fabián tumbado en una hamaca, en bañador con la piscina a sus pies y un cóctel en la mano. A su lado, había otra hamaca preparada con otro cóctel y una pequeña mesa con lo que parecían pinchos de tortilla y canapés. Lo que más me llamó la atención es que no había nadie más.
- Pero... ¿a dónde vas así chaval? -me dijo, riéndose.
- Joder, si no me dices nada de lo que vamos a hacer... -le contesté.
No paró de reírse, se puso de pie y avanzó hacia donde yo estaba. Me detuve a comprobar su cuerpo perfecto, marcado y bronceado, con un poco de vello en el pecho que le daba un toque muy atractivo y las piernas arqueadas hacia afuera, que siempre me habían gustado tanto, y propias de tíos que juegan o han jugado mucho al fútbol. El bañador era más bien feo, de estos tipo bóxer sueltos, que más que bañador parecían calzoncillos. Me dio un abrazo apretándome fuerte contra él y al oído me susurró: "enhorabuena por esas notazas", lo que provocó que se me erizaran todos los pelos del cuerpo. Abrió un pequeño arcón de madera que estaba al lado de la ventana de la terraza y sacó un bañador similar al suyo que me lanzó:
- Anda, póntelo y deja tu ropa dentro del arcón.
- Vale, y... ¿dónde me cambio? -pregunté.
- ¿Cómo que dónde? Pues aquí, joder, si nadie te ve -dijo convencido, mientras se dirigía a la hamaca y de un salto se tumbaba en ella, quedando en paralelo a mi.
Miré alrededor y lo cierto es que con los altos setos que rodeaban la piscina nadie veía nada, siempre tuve mi punto pudoroso. Me quité el traje, los zapatos, la corbata, la camisa, los pantalones y cuando me quedé en calzoncillos pude notar cómo Fabián me observaba por el rabillo del ojo. Me di la vuelta con disimulo, me quité los calzoncillos sabiendo que le dejaba ver mi culo y mis huevos y me puse el bañador que me había ofrecido. Se estaba estupendamente allí, a finales de junio en Madrid ya aprieta el calor, así que se agradecía una tarde de piscina. Estuvimos un rato charlando, bebiendo y picando algo de comida, nos dimos unos baños, hicimos un poco el ganso haciéndonos aguadillas y al salir de la piscina nos pusimos debajo de una manguera del jardín para quitarnos el cloro de encima. Una vez empezó a oscurecer, pasamos al salón, nos sentamos en un cómodo y amplio sofá y seguimos allí la charla con música de fondo, hablando de todo un poco, de risas, mientras a mi cada vez me resultaba más complicado dejar de fijarme en su cuerpo y echar miradas furtivas a su paquete de cuando en cuando. Además, cuanto más vino bebía más me atontaba y menos vergüenza quedaba en mi, así que llegó un punto en que lo que menos hacía era mirarle a los ojos. Fabián se daba cuenta de ello, de hecho se llevaba con disimulo la mano al paquete y se lo atusaba cada 3 o 4 minutos, quedándose pendiente de cómo mis ojos no podían resistir fijarse en aquello. Llegado un momento en el que la conversación llegó a su fin, preguntó:
- ¿Te gustaría que llamara a unas amiguitas? Tardarían poco en llegar...
- ¿Unas amigas? Bueno, si a ti te apetece... -contesté.
- No. Hoy estamos celebrando tus resultados. Tú decides -respondió, mirándome a los ojos, desafiante.
- Como veas, Fabián, es tu casa, yo me adapto. Si son majas... -dije, sin terminar la frase.
- ¿Majas? No. Están buenas, si están buenas, esa debería de haber sido tu pregunta -dijo, cortante.
- Es que a mi que estén buenas o no, me da bastante igual -comenté, más por producto del alcohol, que me desinhibía, que de mi propio coraje.
- Eso ya lo sabía, pero quería ver si tenías cojones a decírmelo. Ya te dije cuando nos conocimos que quería saberlo todo sobre ti. Y cuando digo todo, es todo. Si te gustan los tíos, pues te gustan, pero necesito saberlo. Si no, no voy a poder protegerte.
- Pues sí, me gustan los tíos. Los tíos hechos y derechos -respondí.
- Así está mejor -sonrió, Fabián.
Acto seguido alargó su mano a la mesa baja que estaba delante del sofá, conectó la enorme televisión, puso una conocida plataforma satélite de pago, conectó los canales eróticos y reprodujo una película porno de corte bisexual. Por aquel entonces era de las primeras películas porno bisexuales que veía, siempre me había centrado más en lo puramente gay o totalmente hetero. Unos minutos después, sin ningún tipo de vergüenza se puso de pie, se quitó los calzoncillos y me dejó contemplar aquel rabazo erecto de 18 centímetros, bien proporcionado en anchura y depilado, que reposaba sobre un buen par de huevos redondos. Se volvió a sentar, se escupió en la mano y empezó a acariciarse la polla suavemente:
- No se tu, pero tengo ganas de correrme, así que si no te importa... me la voy a cascar... -dijo mirándome a los ojos y pasándose el pulgar sensualmente por la punta de su capullo.
- Haz... lo que... consideres, estás en tu... en tu... en tu casa -dije, sin quitar ojo a su rabo.
- Pájeate tu también... -dijo, bajándome levemente el bañador con la mano que tenía libre.
Me lo dejé por los tobillos y saqué a relucir mi polla totalmente erecta. Fabián me la miró y no dijo nada. Se colocó pegado a mi, y con su mano izquierda atrapó mi polla y me la empezó a pajear sin quitar la vista de la tele. Con mi mano derecha, pasando mi brazo por encima del suyo, atrapé su polla y le empecé a pajear, lo que provocó un pequeño gemido en él:
- No hacía estas cosas desde los colegas del instituto... -susurró, humedeciéndose los labios.
Aproveché para sobarle los huevos suavemente y me sorprendió no poder abarcarlos con toda la palma de mi mano de lo grandes que eran. Acabó apoyando su cabeza en el respaldo del sofá, mirando al techo, gimió con más intensidad según apretaba su polla con más fuerza y rapidez, aumentó sus respiraciones y se corrió abundantemente pringando mi mano y parte del sofá. No pude quitar el ojo a cómo su capullo expulsaba fuertes chorros de lefa tan blanca como la leche. Volvió a coger mi polla, que había soltado durante su corrida, y me pajeó durante algo menos de un minuto, que fue lo que tardé en correrme, también de forma abundante, con varios chorros. Se levantó en silencio y sacó del armario de debajo de la tele una caja de la que salían pañuelos de papel de marca conocida y nos limpiamos sin decir nada. Pude contemplar sus apretados y apetecibles glúteos mientras andaba delante mía, cogía el teléfono inalámbrico de la mesilla de al lado del sofá y me lo lanzaba:
- Llama a tu casa y dí que te quedas a dormir.
Me quedé mirándole, allí desnudo frente a mi, como el David de Miguel Ángel, pero con mayores atributos sexuales. Tenía una mezcla de nervios, excitación y ganas de pasar allí la noche. Su mirada penetrante expresaba una seguridad en sí mismo y en todo lo que le rodeaba, que ya me había acostumbrado a tener esa sensación de protección cuando estaba a su lado. Protección, admiración y un enamoramiento tan profundo que acabaría convirtiéndose casi en una dependencia absoluta.
Así que, sí, llamé y dije que me quedaba allí aquella noche.
Mi madre empezaba a mostrarme signos de leve preocupación. Veía que apenas pasaba por casa entre la política, los amigos, el gimnasio y sobre todo, por Fabián; pero, de nuevo, era mi padre el que cegado por el propio Fabián quitaba hierro al asunto y la tranquilizaba:
- Y en esa fiesta a la que vas... ¿va más gente del partido? ¿Gente joven, como tú? -preguntaba mi madre.
- Sí, supongo... -decía yo tratando de mostrarme más convencido de lo que realmente estaba.
- Si bebéis y acabáis tarde, que no te traiga Fabián, ¿has oído? Te coges un taxi o duermes allí, que habitaciones tiene de sobra y si no que le llame tu padre -decía, preocupada.
Lo cierto es que no tenía ni idea en lo que iba a consistir aquella celebración que Fabián, supuestamente, se había encargado de organizar. Esperaba encontrarme a gente de la organización juvenil bien vestida, rollo cuando vas a bodas y tal, así que por primera vez en mi vida decidí ir con traje. Cuando mi padre me dejó delante del imponente chalet de Fabián me quedé asombrado por el poderío económico de aquel chico e imaginé que venía de familia acomodada, aunque si me ponía a pensarlo, en estos meses apenas había hablado de su vida. Llamé al telefonillo exterior, me abrieron la puerta sin responder, cerré, crucé el porche y una señora de unos 50 años me abrió la puerta:
- El señor le espera en la piscina, pase por la entrada, atraviese el pasillo y el salón y saldrá a la parte trasera. Estaré en la cocina para lo que necesiten.
Tal como dijo esa frase se marchó de la entrada, cerró la maciza puerta de madera cuando pasé y, en dirección opuesta a la mía, se perdió. "Vaya nivel", pensé. Escuché a lo lejos que Fabián me llamaba, así que avancé y contemplé boquiabierto la decoración de la casa. Estaba absorto mirándolo todo cuando Fabián me llamó por segunda vez. Le respondí que ya iba (siguiendo la procedencia de la voz) y atravesé la entrada, un pasillo, el salón y la terraza para salir a la parte trasera y encontrarme con Fabián tumbado en una hamaca, en bañador con la piscina a sus pies y un cóctel en la mano. A su lado, había otra hamaca preparada con otro cóctel y una pequeña mesa con lo que parecían pinchos de tortilla y canapés. Lo que más me llamó la atención es que no había nadie más.
- Pero... ¿a dónde vas así chaval? -me dijo, riéndose.
- Joder, si no me dices nada de lo que vamos a hacer... -le contesté.
No paró de reírse, se puso de pie y avanzó hacia donde yo estaba. Me detuve a comprobar su cuerpo perfecto, marcado y bronceado, con un poco de vello en el pecho que le daba un toque muy atractivo y las piernas arqueadas hacia afuera, que siempre me habían gustado tanto, y propias de tíos que juegan o han jugado mucho al fútbol. El bañador era más bien feo, de estos tipo bóxer sueltos, que más que bañador parecían calzoncillos. Me dio un abrazo apretándome fuerte contra él y al oído me susurró: "enhorabuena por esas notazas", lo que provocó que se me erizaran todos los pelos del cuerpo. Abrió un pequeño arcón de madera que estaba al lado de la ventana de la terraza y sacó un bañador similar al suyo que me lanzó:
- Anda, póntelo y deja tu ropa dentro del arcón.
- Vale, y... ¿dónde me cambio? -pregunté.
- ¿Cómo que dónde? Pues aquí, joder, si nadie te ve -dijo convencido, mientras se dirigía a la hamaca y de un salto se tumbaba en ella, quedando en paralelo a mi.
Miré alrededor y lo cierto es que con los altos setos que rodeaban la piscina nadie veía nada, siempre tuve mi punto pudoroso. Me quité el traje, los zapatos, la corbata, la camisa, los pantalones y cuando me quedé en calzoncillos pude notar cómo Fabián me observaba por el rabillo del ojo. Me di la vuelta con disimulo, me quité los calzoncillos sabiendo que le dejaba ver mi culo y mis huevos y me puse el bañador que me había ofrecido. Se estaba estupendamente allí, a finales de junio en Madrid ya aprieta el calor, así que se agradecía una tarde de piscina. Estuvimos un rato charlando, bebiendo y picando algo de comida, nos dimos unos baños, hicimos un poco el ganso haciéndonos aguadillas y al salir de la piscina nos pusimos debajo de una manguera del jardín para quitarnos el cloro de encima. Una vez empezó a oscurecer, pasamos al salón, nos sentamos en un cómodo y amplio sofá y seguimos allí la charla con música de fondo, hablando de todo un poco, de risas, mientras a mi cada vez me resultaba más complicado dejar de fijarme en su cuerpo y echar miradas furtivas a su paquete de cuando en cuando. Además, cuanto más vino bebía más me atontaba y menos vergüenza quedaba en mi, así que llegó un punto en que lo que menos hacía era mirarle a los ojos. Fabián se daba cuenta de ello, de hecho se llevaba con disimulo la mano al paquete y se lo atusaba cada 3 o 4 minutos, quedándose pendiente de cómo mis ojos no podían resistir fijarse en aquello. Llegado un momento en el que la conversación llegó a su fin, preguntó:
- ¿Te gustaría que llamara a unas amiguitas? Tardarían poco en llegar...
- ¿Unas amigas? Bueno, si a ti te apetece... -contesté.
- No. Hoy estamos celebrando tus resultados. Tú decides -respondió, mirándome a los ojos, desafiante.
- Como veas, Fabián, es tu casa, yo me adapto. Si son majas... -dije, sin terminar la frase.
- ¿Majas? No. Están buenas, si están buenas, esa debería de haber sido tu pregunta -dijo, cortante.
- Es que a mi que estén buenas o no, me da bastante igual -comenté, más por producto del alcohol, que me desinhibía, que de mi propio coraje.
- Eso ya lo sabía, pero quería ver si tenías cojones a decírmelo. Ya te dije cuando nos conocimos que quería saberlo todo sobre ti. Y cuando digo todo, es todo. Si te gustan los tíos, pues te gustan, pero necesito saberlo. Si no, no voy a poder protegerte.
- Pues sí, me gustan los tíos. Los tíos hechos y derechos -respondí.
- Así está mejor -sonrió, Fabián.
Acto seguido alargó su mano a la mesa baja que estaba delante del sofá, conectó la enorme televisión, puso una conocida plataforma satélite de pago, conectó los canales eróticos y reprodujo una película porno de corte bisexual. Por aquel entonces era de las primeras películas porno bisexuales que veía, siempre me había centrado más en lo puramente gay o totalmente hetero. Unos minutos después, sin ningún tipo de vergüenza se puso de pie, se quitó los calzoncillos y me dejó contemplar aquel rabazo erecto de 18 centímetros, bien proporcionado en anchura y depilado, que reposaba sobre un buen par de huevos redondos. Se volvió a sentar, se escupió en la mano y empezó a acariciarse la polla suavemente:
- No se tu, pero tengo ganas de correrme, así que si no te importa... me la voy a cascar... -dijo mirándome a los ojos y pasándose el pulgar sensualmente por la punta de su capullo.
- Haz... lo que... consideres, estás en tu... en tu... en tu casa -dije, sin quitar ojo a su rabo.
- Pájeate tu también... -dijo, bajándome levemente el bañador con la mano que tenía libre.
Me lo dejé por los tobillos y saqué a relucir mi polla totalmente erecta. Fabián me la miró y no dijo nada. Se colocó pegado a mi, y con su mano izquierda atrapó mi polla y me la empezó a pajear sin quitar la vista de la tele. Con mi mano derecha, pasando mi brazo por encima del suyo, atrapé su polla y le empecé a pajear, lo que provocó un pequeño gemido en él:
- No hacía estas cosas desde los colegas del instituto... -susurró, humedeciéndose los labios.
Aproveché para sobarle los huevos suavemente y me sorprendió no poder abarcarlos con toda la palma de mi mano de lo grandes que eran. Acabó apoyando su cabeza en el respaldo del sofá, mirando al techo, gimió con más intensidad según apretaba su polla con más fuerza y rapidez, aumentó sus respiraciones y se corrió abundantemente pringando mi mano y parte del sofá. No pude quitar el ojo a cómo su capullo expulsaba fuertes chorros de lefa tan blanca como la leche. Volvió a coger mi polla, que había soltado durante su corrida, y me pajeó durante algo menos de un minuto, que fue lo que tardé en correrme, también de forma abundante, con varios chorros. Se levantó en silencio y sacó del armario de debajo de la tele una caja de la que salían pañuelos de papel de marca conocida y nos limpiamos sin decir nada. Pude contemplar sus apretados y apetecibles glúteos mientras andaba delante mía, cogía el teléfono inalámbrico de la mesilla de al lado del sofá y me lo lanzaba:
- Llama a tu casa y dí que te quedas a dormir.
Me quedé mirándole, allí desnudo frente a mi, como el David de Miguel Ángel, pero con mayores atributos sexuales. Tenía una mezcla de nervios, excitación y ganas de pasar allí la noche. Su mirada penetrante expresaba una seguridad en sí mismo y en todo lo que le rodeaba, que ya me había acostumbrado a tener esa sensación de protección cuando estaba a su lado. Protección, admiración y un enamoramiento tan profundo que acabaría convirtiéndose casi en una dependencia absoluta.
Así que, sí, llamé y dije que me quedaba allí aquella noche.