19 de mayo de 2014

CAPÍTULO 73: EL REGRESO DE 'S' Y SUS CONSECUENCIAS

El tiempo avanza más rápido de lo que parece y el final estaba tocando para aquel verano, que como los anteriores, estaba siendo intenso en todos los aspectos. Lo que más coraje me producía era el saber, con plena conciencia, que esos veranos en los que pasábamos mes y medio, dos y hasta casi tres meses en la playa tocarían a su fin más pronto que tarde. Algún día tendríamos un trabajo serio con tus correspondientes 30 días de vacaciones e incluso puede que los tres amigos no volviéramos a coincidir por allí en un tiempo indeterminado. Por esa razón sabíamos que teníamos que aprovechar aquellos días como si fueran los últimos, a pesar de que agosto ya nos iba avisando mediante sus días más cortos de que cuando menos quisiéramos pensarlo, ya tendríamos un pie en Madrid.

Por supuesto, estaba obligado a quedar por tradición con mis amigos playeros, aquellos con los que compartí mi infancia y adolescencia en la playa, aquellos a los que había cambiado por Sergio y Dani hacía algunos veranos. Aquellos con los que, cada vez, me unían menos cosas. Nunca me lo tuvieron en cuenta, nunca encontré caras de enfado en ellos, siempre los brazos abiertos y una insistencia que año tras año se producía para vernos en al menos dos ocasiones. Aquel grupo se mantenía cohesionado, el único disidente había sido yo; además, desde que la mayoría trabajaba, se ponían de acuerdo con mucha antelación para cogerse las vacaciones juntos. Su rutina siempre era la misma: playa juntos, tardes de cañas en la playa, noches de alcohol, buen rollo y fiesta. Durante muchos años también fue la mía.

Había una cosa que temía de quedar con ellos y era el hecho de tener que volver a ver a Santi. No le vi durante las fiestas de julio, como suele ser habitual, así que estaba claro que en agosto iría. Y cuando recibí la visita de Raúl para decirme que habían quedado todos para el próximo sábado y así reunirnos y salir de fiesta "por los viejos tiempos", supe que cuando decía "todos", eso incluía a Santi. ¿Cómo reaccionar? Después de nuestros tríos, después de sus chantajes, que al final hasta me dejaron buen gusto.
Claro que... A Sergio el hecho de quedar con mis amigos y que en ese grupo estuviera Santi, no le hizo la más mínima gracia, pero estaba claro que el no pintaba nada en el grupo.

Me lo tomé con filosofía, intenté no darle muchas vueltas, pero el sábado llegó y la hora de quedar no se hizo de rogar. Primero cenita en un restaurante que se acababa de fusionar con un argentino, mítico del pueblo, con buenas carnes y buenas tapas. Allí me senté en el extremo opuesto a Santi, ya que para eso había llegado con antelación. Era una mesa para 10: 5 en un lado y 5 en otro, yo estaba en la misma fila de Santi, pero en su lado opuesto, así que prácticamente ni nos miraríamos. El saludo fue frío por parte de ambos, quizá el más frío de todos. Pero no importó. Las cañas y sangrías que regaban la cena iban haciendo efecto y la cena fue agradable y distendida, hasta que Santi empezó a alardear de cuántas se había follado ese año y lo machote que era. Me dio la sensación de que trataba de marcar territorio. Y el tema "tías" salió y fue cuando todos empezaron a garrulear de mala manera, quizá era lo que peor llevaba de todo. Eran buena gente, pero no dejaban de ser los típicos chavales de barrio, que sin llegar a ser canis, a veces lo rozaban.

Como era previsible acabamos en una discoteca de música techno del polígono, aquella que casi cada año cambiaba de dueños o de nombre y que era la típica discoteca que después podría salir en programas como Callejeros. Aquella noche no estaba tan abarrotada como solía y allí continuamos bebiendo; mis amigos llevaban ya un puntazo curioso, porque lo cierto es que bebían como esponjas. Cuando yo me estaba acabando una copa, ellos llevaban ya tres. Fue, con el alcohol en punto máximo, cuando Santi empezó a acercarse a mí, a intentar entablar alguna conversación, a contarme alguna anécdota divertida, a ser uno más de los que se quitaban la camiseta, a ponerme la boca tan cerca... Como ya os dije, Santi entra dentro de mi Top 5 de chicos que me ponen caliente con poco... Y tenerle ahí con la boca tan cerca era difícil de resistir, pero no era el lugar ni el momento. La noche siguió con Santi flotando cual mosca cojonera a mi alrededor, a eso de las 4 de la madrugada 4 de mis amigos que habían ligado, salieron al polígono con sus respectivas chicas en busca de lugares más íntimos. Quedábamos 6, Santi y yo entre ellos, lo que lo deja en 4, y uno de ellos estaba sentado ya encontrándose mal después de haber bebido tanto.

El resto estábamos en la barra medio bailando cuando, quizá por costumbre, anuncié que iba al baño. Siempre lo hacíamos. Desde siempre. Nunca había respuesta, pero lo anunciábamos. El baño masculino era espacioso: al menos 7 urinarios de pared, 4 lavabos y unos 4 cubículos con retrete. Siempre iba a estos últimos, en todos los lugares y en todos los casos y si encima tenían pestillo, mucho mejor. Manías de uno. Pero no había pestillo, eso ya lo sabía, así que como siempre me fui al último y me puse a mear. Raro, no estaba muy sucio para ser esas horas. En el cubículo de al lado mía se escuchaban a 2 o 3 tíos dándose un homenaje de vete tú a saber qué, pero sólo se escuchaban fuertes aspiraciones nasales. Tardé en mear, pero terminé, bajé la tapa y cuando me dispuse a abrir la puerta, que se abría para adentro simplemente tirando del pomo, llegó el susto.

Al principio solo noté como un tío me lanzaba la mano al cuello y me empotraba de nuevo dentro del baño con fuerza y cierta violencia, ordenándome que no gritara ni hablara (en las puertas de acceso a los dos baños siempre solía haber personal de la disco). Me golpeé levemente la cabeza con la pared y caí sentado en la taza. ¡Menos mal que había bajado la tapa! Por la voz ya le había reconocido, era Santi:

- ¡¿Qué cojones haces tío?! - exclamé, con cara de cabreo.
- Shhh... Shhh baja la voz coño y perdona, no quería ser tan brusco -respondió.

Y allí estaba el, apoyado en la puerta que ahora estaba cerrada, sin camiseta, dejándome vez como su fibrado cuerpo se metía cual anillo al dedo en aquellos vaqueros ajustados que en ese momento realzaban el tamaño de su polla empalmada. El cabrón sabía que me volvía loco y esa era mi debilidad ante él.

- ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? -le inquirí. 
- Esto es lo que pasa... -dijo, desabrochándose los botones del pantalón y sacando de aquel boxer rojo su majestuosa polla dura como una estaca.
- Lleva esperándote todo el año -continuó, mientras se acercaba a mi meneándosela con tacto. Cómetela - añadió.

¿Qué iba a decirle? ¿Que no quería? ¿Que no me gustaba? ¿Que estaba enfadado? No iba a colar. Así que me puse serio, le miré con cara de desafío provocando que él arqueara sus cejas, y con decisión le bajé el pantalón, le agarré del culo y me tragué aquella polla como si nunca me la hubiera comido, saboreando cada centímetro, con delicadeza en el glande y con firmeza cuando me acercaba a la base; le mamé los huevos un rato, pasándomelos por la lengua y humedeciéndolos bien, cosa que le volvía loco, volví a la polla y le puse sus manos en mi cabeza para que me follara a su ritmo y como le diera la gana. Aquella polla me encantaba, desprendía una hombría nada desagradable y era una auténtica delicia. A pesar del alcohol que llevaba en sangre, la erección la mantenía de forma impecable, aunque el placer que le proporcionaba debía ser tal éxtasis que la conciencia se le iba por momentos. Así que aproveché ese momento para lamerle su perfecto torso fibrado y comerle la boca, encontrando la correspondencia de su lengua, sin dejar de pajearle. Le apoyé contra la pared y me puse en cuclillas para seguir con mi trabajo oral, mientras el bullicio del baño continuaba. A mi no me importaba. A el tampoco. Era el momento de disfrutar de aquello.

Y pasó lo que ninguno de los dos habíamos previsto. Total, de 4 cubículos era el último, la última opción. Recuerdo cómo se abrió la puerta de par en par y me pilló con la polla de Santi lo más dentro de mi boca posible. Recuerdo cómo nos giramos a mirarle y recuerdo perfectamente su cara de estupefacción, sorpresa y desencaje, sólo expresados por un leve Joder dicho entre lo que parecía un suspiro. 

Pascual. El mayor del grupo, al que siempre llamábamos por su apellido. Un chico de piel blanca y pecas, con pelo claro tirando a pelirrojo. Carácter marcado y fuerte, siempre había sido el líder del grupito, el que más proponía, al que nadie le discutía, el que daba la cara por ti y te defendía a muerte. A cualquiera de nosotros. Pacual salió corriendo. Y sólo a mi se me ocurrió cerrar la puerta de golpe y seguir chupándole la polla a Santi hasta que se corrió salpicándome la cara con su leche caliente. Se supone que lo suyo era haber salido detrás de él a contarle alguna excusa. Pero... ¿para qué? Total, la polla de Santi no podía haber llegado a mi boca por algún accidente misterioso, así que acabé con el trabajito, nos limpiamos y salimos juntos del baño sin que Santi pudiera mascullar una sola palabra. En la barra nos esperaban algunos de nuestros amigos:

- ¿Qué pasa? ¿Estabais giñando o qué? -nos preguntaron.
- No tío, el Santi, que bebe mazo y lo ha echado todo -me excusé, colando perfectamente la excusa.
- Oye, ¿y el Pascual? Le hemos visto entrando al baño hace un rato -comentó Álvaro.
- Ni idea... -dije.

Teníamos que encontrar a Pascual, así que les dije que me llevaba a Santi a casa (que no se de dónde había sacado otra copa que ya llevaba en la mano) porque se encontraba mal. Y bueno, del todo mentira no fue, porque cada vez le costaba más andar. Me costó dios y ayuda que subiera la cuesta que comunica el pueblo con el polígono y de ahí a su casa. Fuera del polígono no había ni rastro de Pascual, así que dimos por hecho que se había ido a casa. Saqué las llaves de su bolsillo, abrí la puerta y haciendo el menor ruido del que dos personas borrachas son capaces de hacer, le subí a su habitación y le quité los vaqueros dejándolo tumbado en la cama:

- Quédate, por favor - balbuceó Santi, quedándose dormido justo después.

La idea era tentadora, pero no el momento. Dejé las llaves en su mesilla y me fui. Me marché a casa, abrí el portal y me dispuse a subir las escaleras cuando me tropecé con él.
Allí estaba, en la oscuridad, sentado en las escaleras del primer rellano. Pascual. Di la luz y me senté a su lado.

- Así que era esto lo que pasaba -dijo. Que lo que a ti te van son los rabos -continuó, con la mirada perdida en algún punto de la pared.
- Es complicado resumirlo solo así -contesté.
- Y que nunca has tenido la confianza ni los huevos de decirnos nada, después de tantos años -añadió, visiblemente decepcionado.
- Es complicado Pas...-fui a decir, pero me interrumpió.
- Mira, no me cuentes historias. Déjate de complicaciones. Hacemos chistes de maricones, bromeamos, pero joder Marcos, joder, somos nosotros, que no vamos pegando palizas a maricas, ni metiéndonos con nadie... Que nos conocemos desde canijos, que me se tu vida o eso creía. Y ahí con el Santi, que esa es otra. ¿También el Santi? -siguió.

Pascual tenía muchas preguntas. Era tarde y el rellano no era lo más apropiado, así que vimos amanecer charlando en un parque no muy lejano. Sí, fue en ese momento en el que nuestra amistad se rompió para siempre. Mis amigos, como reproduzco en la conversación de arriba, siempre han hecho chistes de "maricas", pero nunca se han metido directamente con nadie. Eran chavales de barrio, pero no mala gente, no en ese sentido homófobo. Aún así, nunca encontré el momento de decírselo, ni tan siquiera lo tenía planteado. No era algo a hacer. Y eso fue lo que le dolió, a la par que contemplar la escena, que según él, siempre recordaría cuando nos mirara a la cara. Siempre me recordaría de rodillas en el suelo con la polla de Santi en la boca.
Fue una conversación de un par de horas muy sincera, no hubo enfados, pero sí consecuencias. El lazo que nos unía desde que teníamos 7 años se rompió. Con Pascual las cosas nunca volvieron a ser las mismas, saludos fríos, conversaciones típicas y poco más. Nunca dijo nada a los demás, tan siquiera lo habló con Santi, que no se acordaba casi de nada, en eso habíamos quedado. 


Se sintió traicionado y la traición se paga. El pago fue nuestra amistad.


10 comentarios:

  1. No me parece reacción correcta la de "Pascual", todavía en este país es perfectamente entendible q la gente no quiera contar su orientación sexual, por mucho q pertenecieseis al mismo grupo de amigos.
    Yo, q en principio me tengo por bi, nunca he contado esto a nadie, xq la gente todavía lo entiende menos. Es asi, es lo q toca.

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    1. Realmente no lo asocio al hecho de enterarse de que fuera gay, sino la decepción por no habérselo contado antes, por esa falta de confianza por mi parte.

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  2. Es difícil, pero entendible las dos posturas, la tuya por no encontrar el momento para decírselo y la de Pascual por sentirse que no has confiado, pero llegar a perder toda la amistad a lo mejor es excesivo no se.

    Supongo que cuando lo conté a mis amigos e amigas no pensé en la negativa y me la jugué a lo que fuera. Y me salio bien pero también a día de hoy se que hay gente que no lo sabe y podrían reaccionar como Pascual.

    Es difícil en esta sociedad cuando aun hay gente muy homofoba.

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    1. No, no... yo no calificaría a Pascual ni a ninguno de mis amigos como homófobos, para nada. Su enfado vino motivo por la falta de confianza, incluso diría que se sintió mal quizá por no haber sabido mostrarme que realmente podría haber confiado en él para contárselo.

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  3. En posiciones vitales tan opuestas lo mejor desde luego es intentar ponerse el la piel del otro, para comprender las razones del otro.
    Al menos eso existió aunque finalmente no sirviera para nada en positivo.
    Creo que quien salió perdiendo no fuiste tu.

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    1. Tampoco es que ahora ni nos dirijamos la palabra, el grupo de amigos sigue quedando, le sigo viendo todos los veranos, salvo que la relación es fría, distante... No se quién salió perdiendo, pero bueno... era algo que tarde o temprano tendría que pasar.

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  4. Los amigos si lo son de verdad perdonan y no te cuestionan, es una lástima que pierdas la amistad por la condición sexual pero así aprendemos que la gente es muy superficial y sí no eres como ellos te excluyen.Esas son las cosas que nos hacen más fuertes.
    Un abrazo.
    Running

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    1. Yo si le consideraba amigo, pero amigo de veranos... que es lo que eramos. Jamás quedábamos si no era en la playa, aunque ambos viviéramos en Madrid. No sé, como ya digo más arriba, lo achaco a la falta de confianza más que a que me rechazara por condición sexual.
      Gracias Mario!

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  5. Qué pena!
    Ahora me está pasando a mí.
    En mi grupo de verano, sólo se lo he dicho a una amiga, porque a los demás no me atrevo.
    Después de leer la historia, me animo más a contarlo, aunque sea un poco, ya que yo la amistad la valoro muchísimo y me daría mucha pena que me pasara igual.

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    1. No estoy muy a favor de tener que ir diciendo siempre lo que uno es o deja de ser. Es algo personal y que depende de cada uno: ¿qué te apetece contarlo o te es necesario? Adelante. Pero no te sientas obligado a hacerlo porque sea lo que "se supone que se debe hacer", no, es una idea equivocada. Ya te digo, lo que tu creas que debes hacer será lo correcto. Y tus amigos, si son de verdad, lo respetarán :)

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